VENDIDO
Estado: usado (con subrayados de su antiguo dueño, que no afectan a la lectura y no me rompa las pelotas preguntándome si los subrayados son en lápiz o tinta, si usted tiene esa pregunta para hacerme este libro no es para usted).
Editorial: Alianza.
Precio: $000.
Una introducción al pensar de Martin Heidegger (1889-1976) sólo puede consistir en plantear algunas señales que hagan visibles trechos y recodos del camino emprendido por el pensador renunciando de antemano a conumicar resultados o a poner sobre un solo plano el conjunto de su obra. Otto Pöggeler – que contó para su redacción con la ayuda del propio Heidegger y tuvo acceso a manuscritos aún inéditos – intenta conceptuar – en EL CAMINO DEL PENSAR DE MARTIN HEIDEGGER – ese desenvolvimiento desde la tesis doctoral sobre Duns Scoto hasta sus últimos trabajos, algunos aún en fase de publicación, pasando por las conferencias sobre el ser y el tiempo y los cursos sobre Nietzsche y Hegel, tomando como punto de partida las cuestiones acutales y sus aportaciones a la filosofía en una época de inquietud y transición: un camino que va desde la inicial adhesión a la tradición clásica hasta las sucesivas rupturas y variaciones. El análisis de esa andadura intelectual pone de relieve cómo Heidegger se ocupa de la metafísica occidental en un plano cada vez distinto, cómo retoma sugerencias que tienen su origen en Kierkegaard, Lutero o Nietzsche y confronta su pensamiento con el de los presocraticos y las leyendas mítico-poéticas de Hölderlin. El libro se completa con un epílogo a la segunda edición alemana sobre la ambigua política de Heidegger y un apéndice del traductor, Felix Duque, sobre “los últimos años de Heidegger”, así como un glosario sobre terminología.
El polvo del Ensayo del Eterno
Maximiliano Sánchez
I.
Alemania, mil novecientos sesenta y nueve. Martin ha recibido el llamado telefónico de su discípula predilecta que anunciaba su visita, y espera impaciente el sonido del timbre. Él es su maestro. Ella lo ha elegido entre todos los profesores del mundo para venir hoy a su casa, a su estudio. En la Alemania de los ‘60, él es el filósofo más conocido del mundo intelectual, “el cerebro pensante de Occidente”.
Suena el timbre y el corazón del filósofo late fuertemente, llegando a provocar en el pecho de Martin un redoblar de tambores, como en esas marchas del Ejército del Reich que tanto le gustaba admirar. Se levanta de un salto para ir a abrir la puerta. Al atravesar el pasillo, se detiene durante unos largos instantes frente al espejo oval. Se peina rápidamente con los dedos, se acomoda el pequeño bigote, igual al del Führer, y sale al encuentro de Hannah.
Martin baja casi corriendo la escalera, y al abrir la puerta ambos se miran, y el deseo atraviesa las edades y las tradiciones, las guerras y los enfrentamientos raciales, el pensamiento humano y la filosofía. Ella está junto a la puerta, con el corazón dando brincos en su pecho, encendiendo pequeñas llamitas en las puntas de sus senos. Mientras Hannah contempla los ojos profundos del Maestro, piensa que no quiere hacerle ya ninguna consulta. La filosofía deberá esperar unos días más. Lleva un atraso de varias semanas en su trabajo a causa de esta aventura sin fin, de este largo viaje sin retorno y sin futuro al país de los nazis. Y entre todos los nazis, su maestro es el más grande, el defensor, el prestidigitador intelectual del Führer, el que asumió el rectorado de la Universidad de Freiburg y dio el célebre “Discurso Rectoral” vestido con el uniforme con la svástica.
Suben las escaleras hasta llegar al estudio del piso de arriba. Martin Heidegger va delante; Hannah Arendt, detrás.
Martin ya siente la erección frente a su discípula judía. La ha elegido entre todas las alumnas posibles del mundo a ella, a una judía. Deben ocultarlo porque ambos son casados, y esta aventura podría costarles (a ambos) su lugar y sus privilegios.
-Bien, Hannah -dice Martin, con su voz casi temblando-, veamos los avances de esta semana.
-Aquí están los avances -dice Hannah, que en un solo movimiento ha tirado sus libros y libretas por el suelo y se ha despojado de su vestido, de manera que ha quedado absolutamente desnuda frente al Maestro. -El principal avance ha sido éste: que, como verás, no he traído ropa interior. De esta manera iremos directamente a lo que tú quieres, asno, gusano de mierda.
-Ven aquí, judía puta -dice Martin, arrojándose sobre el cuerpo desnudo de su alumna. Se desabrocha el pantalón apuradamente, recorre los senos redondeados de Hannah con su lengua, mientras ella le pide más.
- ¡¡¡Quiero más!!! ¡¡¡Dame más, asno bruto!!! ¡¡¡Así, así, maldito hijo de puta!!! ¡¡Ponte el uniforme de rector y golpéame con el cinturón!!
Martin se levanta de la cama y busca su viejo uniforme nazi. Le quita uno de los brazaletes con la svástica roja y lo pone en el muslo de Hannah, mientras comienza lentamente a succionar su entrepierna. Ella no se ha depilado. Sabe que a Martin le gustan las costumbres montañesas, y ha venido a verlo sin asearse, como si fuera una adolescente cualquiera de la Selva Negra, una campesina que nunca se ha bañado, una pastora que vive junto al Rin, entre las cabras. Eso es lo que le gusta a Heidegger, y eso es lo que ella le da. No se ha bañado en los últimos cuatro días, de manera que su vagina irradia el olor que a su maestro más le obsesiona. Ella comienza a mojarse los dedos, y algo de su líquido desciende hasta mojar el brazalete que tiene en el muslo. Heidegger la da vuelta, de manera de poder lamer directamente su trasero.
-Perra judía, hueles como un establo -dice Heidegger, lamiendo el ano de Arendt.
-Apoyame ahora, que no aguanto más. No me hagás que te lo pida de nuevo, bruto fascista hijo de remil.
-¡¡¡Un momento!!! -grita Martin, y su grito hace estremecer los cristales de la alacena. -Algo anda mal aquí. Recién me tratabas de tú; ahora me tratas de vos. ¿Qué está ocurriendo aquí?
-Es cierto -dice Hannah. -Recién acentuaba de manera diferente.
-¡¡Oh!! ¡¡Dios!! ¡¡¡Estamos hablando una lengua que no es la nuestra, Hannah!!!
-Sí, pero… ¿qué lengua es?
-Es…es…¡¡¡es español!!! Yo lo recuerdo porque en mi escuela secundaria me hicieron leer “El Quijote”. ¿Pero quién es el hijo de puta que nos está haciendo hablar en español? ¡¡Yo no quiero hablar esta lengua!! ¡Es vulgar, es una odiosa lengua romance, y casi no tiene declinaciones! ¡¡Tú!! ¡¡Digo vos!! ¡¡Digo tú!! ¡¡¡Carajo!!! ¡¡Ni siquiera es el español que usa ese pelotudo de Ortega y Gasset en sus libros!!
-Martin -Dice Hannah Arendt, que se ha cubierto con las sábanas al notar una presencia extraña, casi metafísica, en la habitación. – Tendrás que tomarlo con calma, pero me parece que estamos en un texto escrito por un argentino.
-¡¡¡La puta madre que lo parió!!! -profiere el gran Martin Heidegger-. ¡¡Ya me parecía raro que se me parara después de tantos años!! Es todo una fantasía de un pelotudo que habla español. Escúcheme bien, joven, -dice Heidegger, refiriéndose al autor de este texto- yo no quiero hablar esta lengua latinizada de mierda. ¡Ya mismo usted me vuelve a mi alemán original!
-No puedo -Le contesté yo, el autor del texto.
- ¿Por qué?
- Yo no hablo alemán.
-¡¡Oh, God damn fuck!! -expresa Hannah Arendt en su buen inglés.
-Eso no es justo -dice Heidegger- ¿Por qué a mí me hacés hablar español, y a esta judía de mierda la dejás que hable en inglés?
-Porque yo sí sé inglés.
-Oh, come on, lets go, Martin. Let´s keep fucking, and give me it now. I want you right now, my love. ¡¡Let the argentine writer go to hell!!
-¡¡¡No quiero culear en español!!! ¡¡¡Quiero culear en alemán!!! -Vuelve a gritar Heidegger, mientras, en un rapto de locura, corre hacia la ventana y comienza a gritar como un marrano en el matadero. -¡¡¡Auxilio!!! ¡¡¡Socorro, un hijo de puta me está haciendo hablar y culear en español!!! ¡¡¡Hijo de puta!!! -Dice Heidegger, mirando hacia el espacio metafísico e invisible desde donde surge mi voz, mientras levanta el puño en tono amenazante – ¡¡¡Te voy a hacer mierda, me cago en vos, en Ortega y Gasset y en el Quijote!!!
Entonces, el autor del texto vuelve a hablar:
- Por favor, Martin, Hannah; vuelvan a lo que estaban haciendo. Me estaba divirtiendo bastante. A ver, Hannah, prestale a Martin el mariquito. ¡Please, Bitte!
- ¡Sí, Martin, ven! ¡¡Asno, nazi hijo de puta!! ¡¡Ven a mí y hazme sentir como una polaca violada por diez perros como tú vestidos de uniforme y svástica!! ¡¡Tómame, tírame con esas enciclopedias mientras yo imagino que eres Moisés con las tablas de la Ley!!
- ¡Ah, zorra miserable! -Dice Heidegger, mientras comienza a masturbarse al tiempo que pone su pequeño bigote entre las piernas de Hannah.
Después de prolongar su masturbación durante unos dos o tres minutos, Martin se levanta a buscar uno de los cinturones que tiene colgados detrás de la puerta del guardarropa.
-¡¡Elige el más grueso, me encanta siempre lo más grueso!! ¡Memories fade but the scars still linger! – dice Hannah-.
-¡¡Lo sé, zorra judía!! Y eso es justamente lo que tendrás: ¡cicatrices!-. Rápidamente, Heidegger comienza a azotar el cuerpo de su discípula mientras le profiere insultos de carrero. El escarnio es cada vez peor, y los latigazos van enrojeciendo la piel de Hannah, que grita y pide piedad. Pero el bárbaro no se detiene. Hannah llora a gritos, mientras unos pequeños hilos de sangre comienzan a recorrer la piel surcada de sus nalgas.
- ¡¡Basta ya, cabrón de mierda!! ¡¡Basta!!! ¡¡¡Aaahhhh!!! ¡¡¡Bastaaaaa!!! ¡¡¡Hijo de puta, teutón bruto y bastardo, cerdo de mierda!!! ¡¡¡Bastaaa!!!
-¡¡Ah, zorra!! ¡¡¡Miserable!!! ¡¡Toma, más y más, bienpensante hija de puta, trola progresista, rockera de mierda!! ¡¡Eso es por lo todos los libros que escribiste en contra de Alemania!!
-¡¡¡No eran libros escritos en contra de Alemania, milico de mierda y la puta que te parió!!! ¡¡Eran libros escritos contra los cagones como vos, contra los nazis de mierda, contra los que exterminaron a siete millones de judíos en los campos de…!!
- ¡Bla bla bla, puro bla bla bla! -dice Heidegger, que luego de burlarse de Hannah suelta el cinturón que estaba usando a modo de látigo para proseguir su tarea simplemente con los puños.
El primer puñetazo se estrella en todo el frente de la cara de Hannah, y su nariz prácticamente explota. La sangre sale como por un surtidor. Ni bien la pobre Hannah ha terminado de recibir ese primer golpe, ya está recibiendo otro, esta vez en pleno estómago. Este golpe es tan brutal que el cuerpo de Hannah se dobla, mientras ella cae sobre la cama. El tercer golpe de Martin da en la cabeza de Hannah, detrás de su oreja. Hannah siente que sus fuerzas la abandonan, y que cae en lo profundo de una fosa oscura, mientras la luz de su conciencia desaparece, desaparece, irremediablemente.
-¡¡La concha de tu vieja!! – Es lo último que Hannah alcanza a decir.
La cuarta bofetada de Martin va directamente a la mandíbula de su discípula. El desmayo de Hannah hace que Martin interrumpa la golpiza. Luego se recuesta junto a su discípula para recomenzar su masturbación mientras lame el rostro ensangrentado de la alumna. La sangre ya no corre desde hace unos minutos, de manera que Martin se conforma con lamer los coágulos que comienzan a formarse en la cara de Hannah.
II.
Hannah acaba de despertar del sueño al que la empujó la golpiza del Maestro.
-Ahora quiero que me des vos a mí -Dice Heidegger, dirigiéndose a Hannah.- Quiero que me des con todo, que me asfixiés, que me cagués a golpes. Quiero recibir como nunca en mi vida.
-Ok, I´ll fuck you by your ass, and then I will lick your scars and destroy your fucking uniform.
- Sí. Y después quiero que me pegués y me digás “Husserl”.
Hannah se levanta de la cama, con la cara amoratada por la golpiza. Toma las esposas que tiene Martin junto a su cama, y lo amarra ayudándose con unas cuerdas. Hannah lo pone boca abajo. Martin ha cerrado los ojos y sueña que es apedreado contra el muro de los lamentos por seis judíos que comen jamón mientras leen la Torah.
Hannah ha terminado de atarlo. Y entonces comienza a darle latigazos con la hebilla del cinturón. Martin grita en cada latigazo. El dolor y el amor por su discípula hacen estremecer su voz.
-¡¡¡Así, así, Hannie, asíííííí!!!
-¡¡No me digás Hannie, ovejero nazi!! ¡¡¡Sabés que no me gusta!!!
-¡¡¡Hannie, Hannie, Hannie!!!
-¡¡No!! ¡¡¡Noo!!! ¡¡¡Noooo!!! -y con cada no, Hannah castiga al nazi, cada vez con más fuerza. -¡¡Tomá, hijo de puta, tomá, Husserl, alumnito de Husserl, discípulo de mierda!! ¡¡Fenomenólogo de cuarta!!
-¡¡Ahhh!! ¡¡¡Ahhh!!! ¡¡Así, puta!! ¡¡Zorra!! ¡Cómo me gusta cuando me decís esas cosas! ¡Ahhh! Haceme sufrir así; pegá más fuerte, cobarde. Acordate de tus hermanitos polacos. ¡¡Ahh!! ¿Sabés de qué está hecha la lámpara que tengo en la mesita de luz, puta? ¿Ah? Imaginate de qué está hecha.
-Ah, hijo de remil, ese fue un golpe bajo, y no te lo voy a perdonar. -Dicho esto, Hannah toma una de las plumas con punta metálica que Heidegger tiene en sobre su velador, y comienza a dibujar la estrella de David en la espalda del Maestro.
- ¿Qué estás haciendo en mi espalda, puta?
- ¡¡Un dibujo de mi concha, para que sepás cómo es y por dónde entrar, gordo de mierda!!
-Ah, golpe por golpe, ofensa por ofensa. ¡¡Cómo disfruto de estas tardes, zorra judía, perra sionista!!
Una vez que Hannah ha terminado con su tatuaje sangriento en la espalda de Martin, retoma el cinturón, y golpea sobre los hilos de sangre que se han formado. Gruesas y rojas gotas comienzan a salpicar el rostro amoratado de Hannah, que ahora se masturba utilizando el mango de la pluma, y grita todo tipo de insultos contra su Heidegger, contra su raza, contra la Patria, contra Goethe y Wagner, contra Prusia y Federico Guillermo, contra el Führer.
-¡¡¡Puta, miserable!!!¡¡ Dame más, dame más!! ¡¡Así, así!! ¡¡Más fuerte!! ¡¡Decime Sartre, decime existencialista!!
-¡¡Sí, sos un existencialista de mierda!! ¿Me oís? ¡¡¡Sos un existencialista hijo de puta, un zurdito ateo!!! ¿A ver? Poné los ojitos bizcos, como Sartre, ¿a ver? ¿Le mostrás a mamá? ¡A ver, Jean-Paul, Jean-Paul; tomá, por hijo de puta, tomá ésta y ésta y ésta! ¿Estuviste en las barricadas del mayo francés tirando molotovs con tus amiguitos franceses?, ¿te infiltraste?
-¡¡Ahh!! No te propasés, perra. Acordate de que soy tu amo, hija de puta.
- ¿Mi amo? ¡Tomá ésta, amo; y ésta otra! ¿Sabés qué? ¡¡“Ser y Tiempo” es un bolazo!!
– ¡Entonces no lo hubieras plagiado en “La condición humana”, zurda chupapijas! No sé para qué escribiste ese libro.
– ¡¡Lo escribí para cagarte la vida, pero no te diste cuenta!! ¡¡Teutón ignorante de mierda!!
– ¡¡Pero bien que te gusta acostarte con el teutón bruto!! ¡Ahora sentirás en carne propia la pija más grande de Freiburg!
– ¿Ah, sí? ¡Pero no me hagás reír! Si la última vez que se te paró fue cuando te dieron el puesto de Husserl, gordo de mierda.
Enloquecida, Hannah chilla como un mandril, insultando a Heidegger en cada latigazo que le da. Obviamente está por alcanzar su primer orgasmo. Martin odia que le critiquen su obra cumbre.
-Haceme sufrir más, puta de mierda; zorra. ¡¡¡Me cago en el monte Sinaí!!!
-Ya sé cómo hacerte sufrir. Te voy a leer algo para que te cagués de infeliz. ¿Qué te parece una página de “El existencialismo es un humanismo”? ¿O alguna crítica de Marcuse?
-Marcuse no. ¿Quién puede disfrutar con la imagen de la cara de Marcuse?
-Bueno, la cara de Sartre, con ese ojo mirando para cualquier lado, también deja mucho qué desear…
-Pero Sartre me es más familiar. Lo vi una que otra vez en mis cursos. No sé, es la costumbre.
Entonces, el autor del texto vuelve a hablarles:
-Un momento. Yo puedo recomendarles algo realmente muy bueno para un momento como éste.
-Cagamos. Otra vez este pelotudo. -Profiere Heidegger, que sigue atado y esposado a la cama, boca abajo, con la espalda cruzada de latigazos y ensangrentada, y con su discípula sentada encima, que sigue masturbándose.- Ya le dije que se marchara, joven – me dice.
-No recuerdo si me dijo eso. Me dijo que los hiciera hablar alemán, pero yo no sé- le contesté.
-No me importa si no se lo dije. Se lo digo ahora: retírese de esta habitación.
-Bueno, me voy, pero antes quiero recomendarles algo. Yo vivo en la Argentina del año 2002. Y tengo en mis manos un pasquín literario, llamado “Lavidapuerca”. Tomen. -Y me acerco a Hannah para alcanzarle la revista. Ella, atentamente, retira la mano de su vagina para recibirme el ejemplar.
-Thanks a lot -me dice.
-Your welcome -le respondo.
Hannah se pone sus anteojos, y comienza a leer los dos textos que yo había marcado con rojo en la revista.
III
- ¿Quieres que te comience a torturar, mi amor? –pregunta Hannah.
- ¡Comienza ya! ¡Hazlo! -contesta Martin.
Hannah empieza a leer el primer texto:
-Este poema se llama “Cuento de Hadas”. Porque siempre creí en los cuentos de Hadas, decidí mantenerme virgen a la espera de mi príncipe…
- ¡Ay Ay Ay!- Interrumpe Heidegger la lectura de Hannah – Esto promete. Creo que voy a sufrir. Imagino que estoy en mi Selva Negra leyendo a Hölderlin, y tú, perra judía, me lees esta porquería. ¡Cómo sufro!
- Una noche desperté con un beso: Era él. Se deslizó en mi lecho e hicimos el amor…
- ¡¡Más, quiero más, puta!! Léeme más de esa mierda. Qué cursilería: “Se deslizó”, “hicimos el amor”. ¿Cuándo me vas a escribir un texto tan calentón como ese, en vez de esos ensayos de mierda que escribes siempre?
- Pensé: Se quedará conmigo. Le he entregado mi cuerpo…
- ¡¡Ay, Hannah!! Creo que voy a acabar. ¡¡Qué bueno, cómo me hace sufrir esa bosta!!
- Aquí termina, Martin. No te pierdas el final. Es tremendo.
- ¿A ver? Léemelo y házme sufrir, pequeña zorra.
- A la mañana siguiente él ya no estaba.
Martin comienza a llorar de felicidad. Mientras Hannah siente que va a desfallecer de la risa. Sus carcajadas hacen retumbar, una vez más, los vidrios de la alacena. Martin también ríe a carcajadas.
- ¡¡Otra vez, otra vez!! -Le dice Martin a Hannah-. ¡Quiero ese final otra vez! -dice, interrumpiéndose por la risa.
- A la mañana siguiente él ya no estaba.
Una risa aguda se escapa esta vez de la boca de Heidegger. Una risa que suena casi como los chillidos del Führer, mientras Hannah llora de la risa y comienza a sentir ganas de orinar, sentada como está sobre el trasero de su Maestro.
- “A la mañana siguiente el ya no estaba”. Ja jajajajajajajajjaaaaaaahhhh. Se la cogió y se fue a la mierda. – Se ríe Heidegger al hablar.
- Le debe haber dedicado un poema -dice Hannah.
Esta vez la carcajada de ambos es tan grande que la cama se mueve como si el suelo de Alemania temblara. Hannah se ha tirado hacia atrás, y mira el techo con los ojos llenos de lágrimas, mientras Martin muerde la almohada para que sus gemidos no alarmen a los vecinos. Así pasan unos cuantos minutos.
- Ahora te leo el otro texto, Martin -dice Hannah-. Tiene una presentación de la autora. Dice que la autora es una niña que se encierra en su cuarto a inventar una luna de papel porque el cielo se la niega.
Otra vez los dos se pierden en una tremenda carcajada. Dos tremendos lagrimones caen por las mejillas de Martin Heidegger, que de nuevo muerde la almohada.
- Que es una niña malcriada que se pasea desnuda por la noche.
- ¡Ay! ¡Hannah! Jajajajjaaahha. ¡¡¡Dame más!!! Quiero más y más y más. Creo que me voy a cagar encima de ti, querida Hannah.
- Más bien te cagarás encima de ti mismo, Martin. Te recuerdo que estás boca abajo.
- ¿Que se pasea desnuda por la noche, dice? ¿Es que el que se la cogió le afanó la ropa?
- ¡¡Callate, hijo de puta, que no puedo leer!!- pide Hannah.
- ¿Por qué anda en bolas? ¿Anda buscando otro príncipe para que “se deslice en su lecho”?
Hannah vuelve a caerse de espaldas sobre la cama. Sus lágrimas le impiden continuar leyendo. Sus anteojos se han empapado.
- Aquí estoy, soy la princesa en bolas que anda por la noche. ¿Podría algún príncipe venir a culearme, por favor? -Vuelve a interrumpir Martin, que casi no puede hablar a causa de la risa. Siguen riéndose durante unos minutos. Hannah seca sus lentes y se dispone a leer la poesía de la chica que anda desnuda por la noche.
-Esto es lo peor, Martin. Es lo peor. Escucha, por favor. Creo que me voy a mear. ¿Me perdonas si me meo encima de tu cama? -Dice Hannah entre risas.
- Si tú te meas, yo me cago. Eso depende de la poesía.
- Comienzo a leer…
- ¡Ay! ¡Hannah! Tengo una erección. No sé si es placer o sufrimiento. Me parece que este poema va a ser peor que todos los cinturonazos de recién.
- Te lo aseguro. Ahí va, Martin: tiempo……….entre…….tus…….piernas. -comienza Hannah a leer tratando de aguantar la risa.
- ¿Por qué dejas tanto espacio entre palabra y palabra? ¿Te da mucha risa?
- ¡¡No, Martin!! Es poesía moderna. -Dice Hannah, y ambos empiezan a reír de nuevo. Se calman y Hannah continúa leyendo.
-…y mis pechos ácidos – ¿Pechos ácidos? Se pregunta Hannah.
- ¡¡Es que andaba en bolas por la noche y se la cogieron debajo de un limonero!! -De nuevo comienzan las carcajadas. Hannah se vuelve a tirar de espaldas. Esta vez siente que se orinará sin remedio.
- Dejame leer la poesía, hijo de puta, no hablés más -le pide a Heidegger.
- ¡¡Debajo de un limonero!! Jajajajaja.
- Una escena -dijo Hannah Arendt- al estilo de “El diablo andaba en los choclos”. Podría ser “El príncipe andaba en los limones”. Los limones de la chica son ácidos.
- Cuidado a aquel que los quiera chupar.
Las risas son cada vez más agudas. Como Heidegger tiene las manos atadas, se limpia las lágrimas contra la almohada, que ya está comenzando a empaparse.
- Bueno -dice Heidegger-, la chica está en bolas, tiene las tetas ácidas, ¿y entonces?
- lamen…………………el hambre del mundo.
- ¡¡Oh!! ¡¡Qué frase!! Parece una de esas pelotudeces grandilocuentes de Sartre. -Se burla Heidegger.
- Además -interrumpe la lectura Hannah- los pechos de la minita lamen no sé qué. ¿Esta mina tiene lenguas en los pezones o qué?
- Está hablando en metáfora- la corrige Heidegger.
- Gracias, Maestro. Usted siempre tan sabio.
Otra vez vuelven las carcajadas, que Heidegger vuelve a interrumpir para que Hannah continúe leyendo.
- Me caigo en la voz de otro.
- Me caigo y me levanto. -Se burla Heidegger
- Me caigo entre los limoneros y me aprieto las tetas contra la chipica del patio. – Se burla Arendt.
- Y entonces viene el Diablo y me mete un choclo en el culo.
- Sí. Me mete el choclo en el culo y me dice: “Eso por pasearte desnuda por la noche. Y para que se te pase la calentura.”
Vuelven Hannah y Martin a reírse como locos. Evidentemente no van a poder terminar de leer esta poesía. Heidegger le pide a Hannah que le seque las lágrimas con un pañuelo, porque la almohada ya está toda mojada con sus lágrimas. Hannah también está llorando de la risa.
- ¡¡Dame más!! ¡¡Haceme sufrir más, guacha!!! -Dice Heidegger.
- Bueno, sigo: soy lo que él quiere decir. / Vuelo en sus gritos / en la sed de su refugio / En el encuentro del cosmos entre la piel y el hambre lenta e infinita.
-Dale, seguí, que no sé si se me ha parado o me estoy por mear.
- Y si no corro hasta el fuego…
- Sí, debería correr hasta el fuego y tirar todas sus poesías.
-…es por miedo / a que él se apiade de mí.
- ¿Que se apiade quién? –Se pregunta Heidegger– ¿El príncipe o el fuego?, ¿el Diablo o el choclo? ¡¡No entiendo ni mierda!!
- No sé, no sé – contesta Hannah-. Esperemos ver cómo termina. Continúo leyendo: Y si me caigo o me lastimo / es para hundirme y esperar / al huérfano de cuerpos / que me posea.
- Sí -agrega Heidegger- y si no viene el huérfano de cuerpos te vas a tener que conformar con el choclo del Diablo.
En la última carcajada, Hannah no soporta más las ganas y se orina completamente encima del cuerpo de Martin, que se da vuelta para cagarse encima. Hannah retoma el látigo y descarga toda su furia repentina en el culo del Maestro.
- ¡¡Niño cochino!! – Le dice. Y lo limpia con la revista “Lavidapuerca”.
IV
Cae la noche en Freiburg y todo ha terminado. Una sesión más de sexo y tortura literaria, de sadomasoquismo y latigazos, como a Martin y Hannah les gusta. La habitación ha quedado a la miseria. Todo sea por el placer.
Yo sigo en la habitación de Heidegger. Ahora ellos se están duchando juntos. Mientras se duchan, cantan una vieja canción argentina. Desde acá se los puede oír cantando:
-¡¡¡Yo quiero mi pedazo/ Por qué no me lo dan/ Yo ya puse plata/ mi pedazo no estáaaaa!!!
Aunque son los años sesenta y esa canción todavía no existe, todo es posible en la literatura.
Cantan horrible. Yo me voy de aquí.
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