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Confesiones de un librero de mierda

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Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Cow & Chicken: X-Ray of the Pampa
Para  Gustavo Casartelli 
Lo que sigue a continuación es una lectura crítica del libro de Christian Ferrer La amargura metódica. Vida y obra de Ezequiél Martínez Estrada. El impulso inicial de esta crítica se origina en un collage ehco por una nena de cinco años, cortando y pegando una vaquita en el libro de Ferrer. Seguramente abran en el futuro multiples lecturas críticas de este libro, sin embargo, ninguna tan inteligente y aguda como la de Albertina Sassi Marando.

I

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Libros Kalish

II

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Libros Kalish Lisa Ann

III

Ezequiel Martinez Estrada Jorge Luis Borges Libros Kalish

IV

Borges Ezequiel Martinez Estrada Libros Kalish  Käthe Kollwitz Keith Richards Mick Jagger Bob Dylan Gustavo Cerati Richard Coleman Ren & Stimpy

V

Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Jorge Luis Borges

VI

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Libros Kalish Lisa Ann

VII

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada  Libros Kalish Juan Pablo Liefeld Ava Addams

VIII

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Libros KalishLuis Pompa

IX

Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Libros Kalish Dady Brieva Nietzsche William T Vollmann Luis Pompa

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Contacto: juanpablolief@hotmail.com



Confesiones de un librero de mierda

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Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Collage

 

Como la luz, la risa tiene también su lado sombrío; no se ríe impunemente.
No es el magistrado quien pronuncia la sentencia final – el propio hombre se hace sombra a sí mismo.
Acercamientos. Drogas y ebriedad, Ernst Jünger.

 

Reúno y ordeno una selección en 20 capítulos de los collage que vengo trabajando con Jorge Luis Borges y que están dispersos por todo el sitio de la librería junto a fotos pornográficas y gente durmiendo en la puerta de tu casa. Los títulos de los 20 capítulos en los que reúno una selección de los collage son los siguientes: I- Las cenizas de Gramsci; II – William T. Vollmann; III – Miles Davis; IV – Caleidoscopio; V –  Sigmund Freud; VI – Amateur Pornstar; VII –  ¡Ahí vamos, Gus!; VIII  – Frida Kahlo; IX Carrefour; XI  – Ralph Steadman; XII – Pablo Picasso; XII – Los derechos de los animales; XIV – Käthe Kollwitz; XV  – George Grosz; XVI – Ratas; XVII – Literatura argentina y realidad política; XVIII – Cow & Chicken: X-Ray of the Pampa; XIX – Fogwill; XX – Estevan Masot.
 Borges y Ringo
Este perrito se llama Ringo y es el perro que me inspiro para los textos donde Borges y él son cartoneros y amigos de Cheever y Carver. La foto se la saque una mañana con la cámara que me robaron y con la cual iba por la ciudad registrando fotográficamente a la gente que duerme en la calle. Esos textos donde Ringo y Borges cartonean la ciudad se pueden encontrar entrando en esta entrada:
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La crisis del siglo XII. El poder, la nobleza y los orígenes de la gobernación en Europa – Thomas N. Bisson

I
 Las cenizas de GramsciFrank Sinatra Gay Talese Charles L. Granata Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciMonstruos invisibles – Chuck Palahniuk Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciLos procesos de Juana de Arco Georges Duby Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciLos Karivan – Miljenko Jergovic Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciTécnica y civilización Lewis Mumford Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciPaís de sombras Peter Matthiessen Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Roberto FontanarrosaGramsci
II
William T. Vollmann

La ciudad en la historia Lewis Mumford adolf Hitler William T Vollmann Borges Fontanarrosa BeatlesJorge Luis Borges Bob Marley Adolf Hitler Fontanarrosa John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Juan Pablo LiefeldEn pos del milenio Norman Cohn Nietzsche William T Vollmann Fontanarrosa Jorge Luis Borges John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison¡Absalón, Absalón! – William Faulkner Pasolini Borges Beatles Fontanarrosa William Vollmann Juan Pablo Liefeld Gramci

III
Miles Davis

Salvador Allende Miles Davis Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Inodoro Pereyra GAP The Beatles Lennon McCartneyLas correcciones  Jonathan Franzen Charly Garcia Miles Davis Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Inodoro PereyraHomosexualidad literatura y política George Steiner John Boswell Charly Garcia Miles Davis Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Inodoro PereyraMiles Davis. La biografía definitiva – Ian Carr Jorge Luis Borges Fontanarrosa Bill Evans John ColtraneHistoria criminal del cristianismo – Karlheinz Deschner Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Juan Pablo Liefeld The Rolling Stones

IV
Caleidoscopio 

Jorge Luis Borges Juan Carlos Onetti Charly Garcia Inodoro Pereyra Roberto Fontanarrosa Libros Kalish Juan Pablo Liefeld 15Cdavid Foster Wallace Onetti Beatles Borges John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George HarrisonCuando muere el dinero – Adam Fergusson Beatles Borges John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George HarrisonLos que iban cantando. Detrás de las voces – Guilherme de Alencar Pinto Onetti Borges BeatlesMimesis  Erich Auerbach Borges Eva Peron Fogwill George Steiner Homero Honoré de Balzac Marcel Proust Montaigne Cervantes San Agustín Stendhal Virginia WoolfFrida Kahlo Auschwitz Borges Hitler Michael ChabonAdolf Hitler Jorge Luis Borges Libros Kalish La noche quedó atrás – Jan ValtinJorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco El libro de Dios. Una respuesta a La Biblia – Gabriel JosipoviciLibros Kalish Luis PompaBeatriz Sarlo David Viñas Jorge Luis Borges Libros Kalish diario La Nación Ricardo SidicaroJorge Luis Borges David Bowie  James Ellroy libros kalish A la caza de la mujer –Julián Urman Jorge Luis Borges George Grosz Libros Kalish Jorge Lanata David Bowie Lisa Ann Leo Mattioli Metropolis

V
 Sigmund Freud

Hugo Piciana Sebastián Cariola Sigmund Freud Lacan Libros Kalish Borges Rodrigo Ruiz Ciancia Conversación analítica XI. El objeto en psicoanálisis

VI
Amateur Pornstar

Napoleón Bonaparte Albert Manfred Jorge Luis Borges Libros KalishJesuitas Jean Lacouture Jorge Luis Borges Libros KalishKierkegaard. Una biografía – Alastair Hannay Libros Kalish Jorge Luis Borges Tomas AbrahamEvolución. La asombrosa historia de una teoría científica – Edward J. Larson Charles Darwin libros kalishCondenados de Condado – Norberto Fuentes Ernesto Che Guevara Fidel Castro Camilo Cienfuegos libros kalishInteligencia artificial – Daniel Crevier libros kalish

VII
¡Ahí vamos, Gus!

Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación – João Gaspar Simões Jorge Luis Borges Gustavo Cerati Fito Páez Charly García David Bowie Spinetta Libros Kalish Fabiana CantiloViaje a las hormigas Bert Hölldobler Edward Wilson Gustavo Cerati Soda StereoJorge Luis Borges Libros Kalish L A Spinetta Charly García Fito Páez Juan Pablo Liefeld Guadalupe MarandoNoches de cocaína – J. G. Ballard Keith Richards Mick Jagger Bob Dylan Jorge Luis Borges Gustavo Cerati Richard Coleman Libros Kalish

VIII 
Frida Kahlo

Los Rollos del Mar Muerto y los orígenes judíos del cristianismo – Carsten Peter Thiede Frida Kahlo Jesús de Nazaret Adolf Hitler Jorge Luis Borges Libros KalishDe baratijas y curiosidades. Por bazares, zocos, mercadillos y calles del mundo – Barbara Hodgson Adolf Hitler Auschwitz  Jorge Luis Borges Libros KalishElogio del látigo. Una historia cultural de la excitación – Niklaus Largier Frida Kahlo Jorge Luis Borges adolf Hitler Auschwitz Libros KalishLaguna – Barbara kingsolver Frida Kahlo Diego Rivera Leon Trotsky Jorge Luis Borges adolf Hitler Libros KalishEscucha esto – Alex Ross Libros Kalish Jorge Luis Borges Adolf Hitler Benito Mussolini Radiohead Bob Dylan Björk Mozart Verdi Schubert

IX
Carrefour

Descartes. Biografía – Geneviève Rodis-Lewis Jorge Luis Borges Libros KalishEl palacio de la memoria de Matteo Ricci. Un jesuita en la China del siglo XVI – Jonathan D. Spence Jorge Luis Borges Libros KalishMito y pensamiento en la Grecia Antigua – Jean-Pierre Vernant Jorge Luis Borges Libros KalishWu. La emperatriz china que intrigó, sedujo y asesinó para convertirse en un dios viviente – Jonathan Clements Jorge Luis Borges Libros KalishCómo esta solo – Jonathan Franzen Jorge Luis Borges Libros KalishLos inventores de enfermedades. Cómo nos convierten en pacientes – Jörg Blech Jorge Luis Borges Libros KalishLa vida literaria en la Edad Media. La literatura francesa del siglo IX al XV – Gustave Cohen Jorge Luis Borges Libros KalishLa guerra de los cien años – Edouard Perroy Jorge Luis Borges Libros KalishWalt Whitman. El canto a sí mismo – Jerome Loving Jorge Luis Borges Libros KalishSimon Pedro, Pablo de Tarso y Maria Magdalena. Historia y leyenda del cristianismo primitivo – Bart D. Ehrman Jorge Luis Borges Libros KalishRasputin. Los archivos secretos – Edvard Radzinsky Jorge Luis Borges Libros KalishCuentos de Liao Zhai – Pu Songling Jorge Luis Borges Libros KalishLa Edad Media a debate – Lester K. Little y Barbara H. Rosenwein (eds.) Jorge Luis Borges Libros Kalish

XI 
Ralph Steadman

Primo Levi o la tragedia de un optimista Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish The Rolling Stones Nietzsche William T. Vollmann Hunter S. Thompson Juan Gelman Oscar del BarcoLa vista desde Castle Rock – Alice Munro Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish The Rolling StonesPor qué no podemos ser cristianos Piergiorgio Odifreddi Oscar del Barco Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish The Rolling Stones Hunter S. ThompsonChronic City – Jonathan Lethem Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish Hunter S. Thompson William T. Vollmann Sebastian HernaizLa Biblia envenenada – Barbara Kingsolver Johnny Allon Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros KalishThe Moons of Jupiter – Alice Munro Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish Nick Cave Jonathan Franzen

XII 
Pablo Picasso

Todos los hermosos caballos – Cormac McCarthy Pablo Picasso Jorge Luis Borges Nick Cave Iggy Pop Edward Sheriff CurtisArcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX – Paco Ignacio Taibo II Pablo Picasso Jorge Luis Borges Sandro Carlos Monzon Rana René Pancho VillaTodos los hermosos caballos – Cormac McCarthy Pablo Picasso Jorge Luis Borges Nick Cave Iggy Pop Edward Sheriff CurtisBanderas en tu corazón Marcelo Gobello Indio Solari Pablo Picasso Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota Jorge Luis Borges Enrique Symns Skay Beilinson Libros KalishVida y destino  Vasili Grossman Pablo Picasso Jorge Luis Borges Guernica Libros Kalish

XII
Los derechos de los animales

Historia de la luz – Ben Bova Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George GroszEl evangelio de María Magdalena. Jesús y la primera apóstol – Karen King Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George GroszFanny Navarro o un melodrama argentino – César Maranghello y Andrés Insaurralde Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George GroszChico Buarque. Histórias de canções – Wagner Homem Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George GroszCorrespondencia. Con Sigmund Freud, Rainer Maria Rilke y Arthur Schnitzler – Stefan Zweig Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George Grosz Lacan

XIV 
Käthe Kollwitz

La torre oscura III. Las tierras baldías – Stephen King Käthe Kollwitz Jorge Luis Borges Libros KalishLa torre oscura IV. La bola de cristal – Stephen King Käthe Kollwitz Jorge Luis Borges Libros Kalish

XV  
George Grosz

Decadencia y caída del Imperio romano – Edward Gibbon William Vollmann Jorge Luis Borges George Grosz SandroLas historias de alcoba de doña Onogoro – Alison Fell george grosz william vollmann jorge luis borgesAmor perdido – Carlos Monsiváis William Vollmann Jorge Luis Borges George Grosz Friedrich Nietzsche maría morenoÉl vigila a su padre – Ch’oe Yun William Vollmann Jorge Luis Borges George GroszRising Up and Rising Down (7 Volume Set) – William T. Vollmann George Grosz Jorge Luis Borges barbie cocaína pibes chorrosEuropa central  William T. Vollmann Grosz-George-Metropolis-1916 Borges Nietzsche Nick Cave David Bowie Gauchito GilUn sí menor y un no mayor – George Grosz Jorge Luis Borges Libros KalishUn sí menor y un no mayor – George Grosz Jorge Luis Borges Hitler

XVI
Ratas

Vida y muerte de Yukio Mishima – Henry Scott Stokes Jorge Luis Borges Leo Mattioli Libros KalishSamuel Beckett, el último modernista – Anthony Cronin Jorge Luis Borges Magalí Mora  Libros KalishMiles. The autobiography – Miles Davis with Quincy Troupe Jorge Luis Borges Libros Kalish

No te mates en mi verde cultivo – Julián Urman Libros Kalish

XVII
Literatura argentina y realidad política

Postales de invierno – Ann Beattie libros kalishLa elegía erótica romana. El amor, la poesía y el Occidente – Paul Veyne libros kalishIt (Eso) – Stephen King libros kalishEva Perón – Copi Libros KalishARTE-BACONNietzsche – Martin Heidegger Borges Evita Peron Libros Kalish

XVIII 
Cow & Chicken: X-Ray of the Pampa

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Libros Kalish

El resto de de esta serie de collage sobre Ezequiel Martínez Estrada y Borges  se puede ver entrando en el link de esta columna de las Confesiones:
http://libroskalish.wordpress.com/2014/10/16/confesiones-de-un-librero-de-mierda-61/
XIX
Fogwill

Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish Dady Brieva Hitler Peron Ezequiel Martinez Estrada

El resto de de esta serie de collage sobre Borges y Fogwill se puede ver entrando en el link de esta columna de las Confesiones:
https://libroskalish.wordpress.com/2014/10/13/confesiones-de-un-librero-de-mierda-60/
XX
Estevan Masot

Las bellas banderas - Pier Paolo Pasolini Libros Kalish

El resto de de esta serie de collage que le dedique a mi sobrino Esteban Masot  se puede ver entrando en el link de esta columna de las Confesiones:
https://libroskalish.wordpress.com/2014/05/21/confesiones-de-un-librero-de-mierda-44/

 

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Novedades y recomendaciones de Libros Kalish

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James Ellroy Tennessee Williams William T. Vollmann Paula Fox Jonathan Lethem Fogwill Peter Matthiessen Jared Diamond Nietzsche Kierkegaard Johnny Cash Wittgenstein Hitler Sófocles Libros Kalish
–  Sófocles – Karl Reinhardt
– Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed – Jared Diamond (versión original en inglés)
– Scott Fitzgerald. A Biography – Jeffrey Meyers (versión original en inglés)
– Stalin. Una biografía – Robert Service 
– Yo fui amigo de Hitler – Heinrich Hoffmann
– Historia de la lectura en el mundo occidental – bajo la dirección de Guglielmo Cavallo y Roger Chartier
– Cash. La autobiografía de Johnny Cash
– Friedrich Nietzsche. El águila angustiada. Una biografía – Werner Ross
– Ludwig Wittgenstein – Ray Monk
– Kierkegaard. Una biografía – Alastair Hannay
– País de sombras – Peter Matthiessen
– El hombre que se enamoró de la luna – Tom Spanbauer
– Los jardines de la disidencia – Jonathan Lethem
– Personajes desespearados – Paula Fox
– Imperial – William T. Vollmann (versión original en inglés)
– Notebooks – Tennessee Williams (versión original en inglés)
– Perfidia – James Ellroy
Vivir afuera – Fogwill

 

–  Sófocles – Karl Reinhardt
Estado: impecable.
Editorial: Gredos.
Precio: $400.
Olvidada hasta finales del siglo XVIII y diversamente interpretada a lo largo del siglo XIX por la crítica romántica, el hegelianismo, Nietzsche y la primera filosofía alemana, la obra de Sófocles fue recuperada en el siglo XX por la retórica de la «modernidad trágica», el existencialismo y el psicoanálisis. Karl Reinhardt se pregunta en este libro hasta qué punto las piezas sofocleas pueden proporcionarnos todavía un saber cierto del fenómeno trágico, y se inclina por dar una respuesta afirmativa, siempre y cuando se efectúe un riguroso análisis hermenéutico de la poesía griega. La voluntad de percibir los auténticos orígenes del hombre griego es el propósito fundamental de este trabajo. El magistral estudio (con prólogo de Carlos García Gual) de las siete tragedias completas que se conservan de Sófocles pone de manifiesto la complejidad de las relaciones humanas en el mundo griego o, como realidad primera, de los hombres con los dioses.
Karl Reinhardt (1886-1958) trabajó en las universidades de Bonn, Marburgo y Hamburgo, hasta que fue llamado en 1924 a la Universidad de Frankfurt. Allí enseñó Filología clásica hasta ser nombrado emérito en 1951, con excepción de los años 1942-1945, que pasó en la Universidad de Leipzig. Fue nombrado miembro ordinario de la Academia Sajona de las Ciencias y se le considera uno de los más representativos helenistas de su época.

 

– Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed – Jared Diamond (versión original en inglés)
Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta/con láminas).
Editorial: Viking.
Precio: $400.
Jared Diamond’s Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed is the glass-half-empty follow-up to his Pulitzer Prize-winning Guns, Germs, and Steel. While Guns, Germs, and Steel explained the geographic and environmental reasons why some human populations have flourished, Collapse uses the same factors to examine why ancient societies, including the Anasazi of the American Southwest and the Viking colonies of Greenland, as well as modern ones such as Rwanda, have fallen apart. Not every collapse has an environmental origin, but an eco-meltdown is often the main catalyst, he argues, particularly when combined with society’s response to (or disregard for) the coming disaster. Still, right from the outset of Collapse, the author makes clear that this is not a mere environmentalist’s diatribe. He begins by setting the book’s main question in the small communities of present-day Montana as they face a decline in living standards and a depletion of natural resources. Once-vital mines now leak toxins into the soil, while prion diseases infect some deer and elk and older hydroelectric dams have become decrepit. On all these issues, and particularly with the hot-button topic of logging and wildfires, Diamond writes with equanimity.
Because he’s addressing such significant issues within a vast span of time, Diamond can occasionally speak too briefly and assume too much, and at times his shorthand remarks may cause careful readers to raise an eyebrow. But in general, Diamond provides fine and well-reasoned historical examples, making the case that many times, economic and environmental concerns are one and the same. With Collapse, Diamond hopes to jog our collective memory to keep us from falling for false analogies or forgetting prior experiences, and thereby save us from potential devastations to come. While it might seem a stretch to use medieval Greenland and the Maya to convince a skeptic about the seriousness of global warming, it’s exactly this type of cross-referencing that makes Collapse so compelling. –Jennifer Buckendorff –This text refers to an out of print or unavailable edition of this title.

 

– Scott Fitzgerald. A Biography – Jeffrey Meyers (versión original en inglés)
Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta/con láminas).
Editorial: Harper Collins.
Precio: $300.
Scott Fitzgerald, a romantic and tragic figure who embodied the decades between the two world wars, was a writer who took his material almost entirely from his life. Despite his early success with The Great Gatsby, Fitzgerald battled against failure and disappointment.
This book, by the acclaimed biographer of Hemingway, is the first to analyze frankly the meaning as well as the events of Fitzgerald’s life and to illuminate the recurrent patterns that reveal his inner self. Meyers emphasizes Fitzgerald’s alcoholism, Zelda’s illnesses and her doctors, Fitzgerald’s love affairs both before and after her breakdown, and his wide-ranging friendships, from the polo star Tommy Hitchcock to the Hollywood executive Irving Thalberg. His writer friends included Ring Lardner, John Dos Passos, James Joyce, Edith Wharton, and Dorothy Parker. His friend and lifelong hero, Ernest Hemingway, was a harsh critic of both his behavior and his novels, but Fitzgerald accepted this with remarkable humility. Meyers portrays the volatile connection between these two writers and Fitzgerald’s marriage to the schizophrenic Zelda with insight and poignancy. Meyers also discusses Fitzgerald’s fascinating relationship with his daughter, Scottie. Exercising a fine critical balance, he details Fitzgerald’s weaknesses but ultimately reveals a man capable of fierce loyalty and great moral courage.

 

VENDIDO
– Stalin. Una biografía – Robert Service
Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta/con láminas).
Editorial: Siglo XXI.
Precio: $000.
Robert Service goza de reconocido prestigio como experto en la historia de Rusia. En esta demoledora biografía de Iósef Stalin (1878-1953) pone a nuestro alcance por primera vez un estudio completo sobre la vida de uno de los personajes más controvertidos de la historia.
Service ha investigado en los archivos de Moscú, a los que han tenido acceso muy pocos expertos occidentales, y ha recopilado testimonios personales y documentos privados por toda Rusia, Georgia y Abjasia. Ello le ha permitido desafiar la imagen comúnmente aceptada del líder soviético como un simple burócrata asesino.
Cuando, en 1928, obtuvo el poder supremo, Stalin tenía 50 años. Service describe con un detalle sin precedentes los factores vitales que configuraron al “Hombre de Acero”: su temprana infancia en Georgia, hijo de un alcohólico violento y de una mujer devota; su incorporación al seminario religioso; su etapa juvenil revolucionaria como denodado marxista, cuyo celo le llevaría a afianzar su posición y su influencia en el partido bolchevique, mucho antes de la Revolución rusa. Asistimos al papel que jugó en la guerra civil de 1918-1920 y al modo en que sus acciones a lo largo del conflicto prefiguraron al Stalin del Gran Terror. Pero Service también nos muestra a un hombre de ideas: un voraz lector y poeta consumado cuyo rigor analítico competía con el de Lenin y otros artífices de la Rusia soviética.
Los datos sobre su vida siempre han sido opacos, orquestados por su implacable esfuerzo por silenciar a los testigos y su sistemática distorsión, ocultamiento y destrucción de documentos.
Robert Service ha dedicado treinta años al tema, y su reciente y pormenorizada investigación le permiten reconstruir al hombre que se oculta tras el mito, en esta obra que es, hasta la fecha, la más autorizada sobre la larga carrera de Stalin, sobre su impacto y sobre su extraordinaria personalidad.
Robert Service es autor, entre otros libros de, Lenin: Una biografía Lenin: Una biografía (que obtuvo en 2000 el History Book of the Year Award de la revistaForeWordde EE UU), Historia de Rusia en el siglo XX y Rusia: experimento con un pueblo. Es miembro de la British Academy y del St Antony’s College, Oxford.

 

– Yo fui amigo de Hitler – Heinrich Hoffmann
Estado: nuevo.
Editorial: Caralt.
Precio: $300.
La figura que representó los más dramáticos destinos de Alemania durante un período crucial en la historia del mundo ha sido descrita desde muchos puntos de vista por amigos y adversarios. Pero ninguno de los libros que sobre Hitler se han publicado posee el valor humano que le ha dedicado Heinrich Hoffmann, su fotógrafo oficial y uno de sus íntimos amigos. Ante nosotros aparece en este libro, no sólo el Führer del pueblo alemán, el conductor de multitudes, el fanático de un sistema político férreo e implacable, el hombre que llevó a su patria a la cumbre de su poderío material para arrojarla luego al abismo de la derrota, sino también Adolf Hitler; el hombre con sus fracasos juveniles, sus inquietudes artísticas, sus aventuras femeninas, sus diversiones y sus cóleras.
Traducido a la vez a varios idiomas, el libro de Hoffmann ha logrado en el mundo un éxito auténticamente excepcional.
Heinrich Hoffmann, hijo del fotógrafo Robert Hoffmann, trabajó con gran éxito como fotógrafo de prensa después de varios años de formación. Miembro activo del NSDAP (Partido Alemán Socialista de los Trabajadores), se convirtió en el fotógrafo oficial de Adolf Hitler del cual será amigo íntimo. Arrestado en los últimos días de la II Guerra Mundial por las fuerzas armadas US y condenado a diez años de cárcel por alta actividad pro-nazi. Heinrich Hoffmann falleció en Munich el  16 de diciembre de  1957.

 

– Historia de la lectura en el mundo occidental – bajo la dirección de Guglielmo Cavallo y Roger Chartier
Estado: usado.
Editorial: Taurus.
Precio: $300.
El simple acto de la lectura implica, en realidad, miles de significados que este libro –la primera gran síntesis histórica en la materia– nos revela. Leer uno o varios textos, en voz alta o en silencio, rápidamente o descifrándolos con dificultad, en un manuscrito o en un ordenador, equivale, cada vez, a recrear el sentido de lo escrito en función de nuestras propias competencias y expectativas.
Fruto del trabajo de los máximos especialistas en el tema, esta Historia pone en evidencia los cambios fundamentales que han tenido lugar en la lectura –de la lectura silenciosa en la Grecia Antigua a las novedades introducidas por la imprenta y las revoluciones electrónicas que estamos viviendo. También nos presenta historias de objetos, de los libros en sus diversas formas, así como historias de los hombres y de las mujeres, adultos o jóvenes, de sus gestos y costumbres, de los espacios y los tiempos reservados a la lectura.

 

– Cash. La autobiografía de Johnny Cash
Estado: nuevo.
Editorial: RBA.
Precio: $150.
Descubierto a mediados de los 50 por la discográfica Sun Records de Memphis, Cash fue compañero de Elvis Presley y Jerry Lee Lewis, grabando canciones de gran éxito. Fichado por Columbia, en los 60 se convertiría en toda una institución cultural publicando álbumes conceptuales, himnos gospel, aclamados discos grabados en prisiones e incluso presentando su propio programa de televisión. Desde la satisfacción de su recuperada fama en los 90, Cash rememora pasajes oscuros, otros luminosos, y hace las paces con el mundo y consigo mismo. Y no únicamente su propia vida habita estas páginas de lectura compulsiva, sino también la historia de todo un país, Estados Unidos, y sus gentes más humildes y olvidadas.
Réquiem por Johnny Cash
 Bob Dylan
 Me pidieron que diera una opinión sobre la muerte de Johnny y pensé en escribir un texto llamado “Cash es el Rey”, porque eso es lo que realmente siento. Lisa y llanamente, Johnny era y es la estrella polar: te orientaba al navegar. El más grande de los grandes, entonces y ahora. Lo conocí en el ‘62 o ‘63 y lo vi mucho durante esos años. No tanto en los últimos tiempos, pero de algún modo estaba conmigo más que mucha gente a la que veo todos los días.
A principios de los ‘60 no había muchos medios musicales. Sing out! era la revista que cubría todas las noticias típicas del folk. Los editores habían publicado una carta donde me castigaban por el rumbo que estaba tomando mi música.
Johnny les contestó con una carta abierta diciéndoles que se callaran la boca y me dejaran cantar, que yo sabía lo que estaba haciendo. Eso fue antes de conocerlo, y esa carta fue todo para mí. Todavía conservo ese número de la revista.
Por supuesto, yo sabía de él mucho antes de que él hubiera oído hablar de mí. En el ‘55 o ‘56, “I Walk the Line” sonó en las radios todo el verano. Era algo diferente a todo lo que habíamos escuchado. El disco sonaba como una voz que venía del centro de la tierra. Era poderoso y conmovedor. Era profundo, y así también eran su tono y cada uno de sus versos: hondos y ricos, a la vez imponentes y misteriosos. “I Walk the Line” tenía una presencia monumental y cierta humillante majestad. Hasta un verso tan simple como “Es demasiado, demasiado fácil para que sea cierto” da una idea de lo que era. Basta recordarlo para darse cuenta lo lejos que estamos hoy de algo así.
Johnny escribió miles de versos como ése.
Él es, en verdad, la esencia de la tierra y el territorio, la encarnación de su corazón y de su alma y de todo lo que significa estar aquí. Y todo eso lo dijo en un inglés llano. Creo que podemos recordarlo pero no definirlo, así como no podemos definir una fuente de verdad, de luz y de belleza. Para saber qué significa ser mortal, no tenemos más que volvernos hacia el Hombre de Negro. Bendecido con una profunda imaginación, Johnny usó ese don para expresar todas las muchas causas perdidas del alma humana, y eso es algo milagroso y humillante. Escúchenlo y siempre volverán a sus cabales. Johnny se eleva muy alto sobre todas las cosas y nunca morirá ni será olvidado por nadie, ni siquiera por los que aún no han nacido, especialmente por los que aún no han nacido. Y así será para siempre.

 

– Friedrich Nietzsche. El águila angustiada. Una biografía – Werner Ross
Estado: impecable (con subrayados de su antiguo dueño, que no afectan a la lectura y no me rompa las pelotas preguntándome si los subrayados son en lápiz o tinta, si usted tiene esa pregunta para hacerme este libro no es para usted).
Editorial: Paidós.
Precio: $1300.
Sin duda una de las más controvertidas y polémicas de la historia cultural europea, la figura de Friedrich Nietzche continúa siendo también una de las más misteriosas y oscuras. Y ello hasta el punto de que, por ejemplo, sólo hoy empieza a aceptarse mayoritariamente que el olvido y el desprecio de sus teorías que se produjo al final de la segunda guerra mundial no respondió tanto, como muchas veces se ha dicho, al hecho de que su pensamiento pudiera haber servido de base parta el desarrollo del fascismo, como al clima de optimismo conformista que invadió entonces la escena europea: nada más contraproducente para ese período de reconstrucción que el vitalista nihilismo nietzscheano.
La loable intención de Werner Ross en esta electrizante biografía, pues, ha sido poner las cosas en su sitio y apelar al lector crítico, independiente. Por ello, el Niezsche que acaba emergiendo de su libro es, sí, el angustiado aspirante a lo sublime que todos conocemos pero también el más influyente representante de esa descomunal crisis de la cultura burguesa occidental que estalló a finales del siglo pasado y continúa vigente aún hoy en día. Nietzsche, de este modo, deja de ser por fin el filósofo quizá peor interpretado de la historia, para convertirse en un pensador extraordinariamente moderno, un creador complejo y atormentado cuyas intuiciones aún se cuentan entre las más fructíferas del debate filosófico actual.
El resultado es una biografía minuciosa, fruto de incontables años de investigación, cuyos objetivos principales parecen ser el equilibrio, la mesura y la brillantez de la narración. El turbulento universo nietzscheano, así, termina encauzándose en los límites de un apasionante relato biográfico y -situado en el contexto de la efervescencia cultural europea de la época- revelándose finalmente en su justa medida: la de una filosofía y una vida más allá de toda regla, más allá de cualquier sistema.

 

– Ludwig Wittgenstein – Ray Monk
Estado: nuevo (tapa dura/con sobrecubierta/cocido).
Editorial: Anagrama.
Precio: $1000.
La obra de Ludwig Wittgenstein es el producto de un pensamiento riguroso y de una imaginación brillante, y sólo puede ser comprendida en todo su alcance analizando la relación entre su filosofía y su vida. Wittgenstein nació en 1889, hijo cíe una de las más acaudaladas y cultas familias de Viena, de origen judío pero convertidos al catolicismo, y cuyos miembros eran triunfadores o suicidas; en esta compleja matriz familiar podemos rastrear el origen de su intensa y siempre presente preocupación por problemas éticos, espirituales y culturales.
Su trayectoria como filósofo comienza tras su encuentro con Bertrand Russell en Cambridge, y su trabajo en esta universidad culmina en el Tractatus Logico-Pbilosopbicus, celebrado en la actualidad por los positivistas lógicos, quienes a veces nos hacen olvidar su intenso contenido místico. Wittgenstein terminó esta obra al final de la Primera Guerra Mundial, contienda en la que su experiencia como soldado le enfrentó al sufrimiento humano en una escala tal que le marcó para siempre. Convencido de que su libro había resuelto todos los problemas tradicionales del objeto de su investigación, abandonó la filosofía y se dedicó a la enseñanza en escuelas rurales de Austria, donde se vio envuelto en serias dificultades de índole profesional y personal. Tenía ya más de cuarenta años cuando regresó a la vida académica y a la filosofía. La radical reelaboración de su pensamiento anterior, cristalizada en su obra postuma, Investigaciones filosóficas, ha ejercido una influencia decisiva en la filosofía actual.
Ray Monk pudo consultar por primera vez los archivos de Wittgenstein, sus papeles y sus diarios, escritos en código, que despejan las incógnitas sobre la mistificada vida sexual del filósofo.

 

– Kierkegaard. Una biografía – Alastair Hannay
Estado: nuevo.
Editorial: Universidad Iberoamericana.
Precio: $1000.
Soren Kierkegaard (1813-1855) ha sido uno de los más importante referentes intelectuales del siglo XIX que influyeron en las ideas y la transformación socila del siglo XX. Junto con autores como Marx, Nietzsche y Darwin, Kierkegaard se destacó por su critica al orden establecido en us tres ámbitos: el social, el intelectual y el religioso, mostrando las inconsistencias y atropellos de una sociedad de masas que es manipulada y enajenada. Su propuesta es el rescate de lo genuinamente humano; solo así lo social, lo religioso y el uso de la razón podrán reencontrar su verdadero sientido.
Esta biografía, escrita por Alastair Hannay, reconocido traductor y especialista en Kierkegaard, ha tenido una gran acogida entre los especialistas del autor danés. La biografía desarrolla la génesis de las principales obras de Kierkegaard y contextualiza muy bien los diversos acontecimientos del mundo académico danés y del resto de Europa que influyeron en el debate filosófico de aquella época.

 

– País de sombras – Peter Matthiessen
Estado: nuevo.
Editorial: Seix Barral.
Precio: $1000.
País de sombras *
Peter Matthiessen
La “Trilogía de Watson”, tal como se llamó su edición original, fue gestada como una sola e inmensa novela cuyo primer borrador manuscrito debió de tener más de mil quinientas páginas. No es de extrañar que mi editor se mostrara reacio ante la enormidad de lo que yo había forjado, y así pues, como si fuera una hogaza de pan, aquella cosa elemental fue partida en tres pedazos que se correspondían con sus sucesivos marcos temporales y de punto de vista. A continuación su primera parte fue desgajada del resto y terminada con el título de Matar al señor Watson (que era el título original del conjunto), mientras que a la segunda y a la tercera parte se les fueron dando títulos nuevos a medida que cada una de ellas era terminada y publicada: El río Lost Man (el nombre de un río que había en la región del remoto sudoeste de los Everglades donde vivía Watson) y Hueso a hueso (tomado de un hermoso y extraño poema de Emily Dickinson).
Aunque los tres libros fueron recibidos con generosidad, la solución de la “trilogía” nunca se correspondió con mi idea original de cuál era la verdadera naturaleza de este libro. Aunque el primer libro y el tercero se sostenían por sí mismos, la sección intermedia, que había servido originalmente como una especie de tejido conectivo, y sin embargo contenía gran parte del corazón y el cerebro del conjunto del organismo, carecía de armazón o esqueleto propio; separado de los otros, se volvió amorfo, y me recordaba de forma desagradable el vientre alargado de un perro salchicha, colgando lastimosamente entre sus patas recias y verticales. Resumiendo, la obra me parecía inacabada, y su desdichado autor, después de veinte años de trabajo penoso (las primeras notas, tal como descubrí con horror, databan de 1978), quedo algo frustrado e insatisfecho. La única solución aceptable era desmontarlo y volverlo a crear, para asegurarse de que existía en alguna parte (aunque fuera solamente en un armario) en su forma adecuada.
En una entrevista concedida a The Paris Review (nº 157, Primavera de 1999), confesé mi intención de dedicar un año a su reconstrucción, aunque yo carecía de expectativa alguna de que lo que resultara fuera a encontrar una editorial respetable. Pese a todo, el año reservé para la recreación de la obra se acabó convirtiendo en seis o siete. Esto se debe a que el señor Watson y la gente desesperada que había compartido su vida desesperada volvieron a cobrar vida en las nuevas página y me volvieron a absorver por completo, y también a que – durante los cortes y destilaciones que redujeron el conjunto en casi cuatrocientas páginas – su historia se profundizó y se intensificó de forma inevitable.
En mi concepción original, los tres libros de la novela eran variaciones entretejidas de la evolución de una leyenda. En esta nueva manifestación, el libro primero de la novela sería análogo a un primer movimiento, ya que el conjunto tiene unos ritmos, un auge y caída que me recuerdan a una sinfonía, así como el regreso continuo a la autodestrucción obsesiva de un hombre narrada sobre el trasfondo histórico de la esclavitud y la guerra civil, el imperialismo y la violación de la tierra y de la vida bajo el estandarte del “progreso” industrial. De forma indirecta, pero tal vez esencial, la obra trata de la tragedia del racismo que sigue oscureciendo la integridad de un gran país como si fuera la sombra de un dosel de nubes.
Conservado a modo de preludio más o menos intacto, y regresando a lo largo del libro de formas diversas, se encuentra el mito de la violenta y controvertida muerte de Watson. De forma intencionada, este “final” se devela de entrada, a fin de evitar que la trama obstaculice la intriga mas profunda del misterio que le subyace. Un hombre poderoso y carismático es cosido a tiros por sus vecinos: ¿Por qué? Lo que importa es ese porqué. ¿Cómo puede tener lugar un acontecimiento tan aterrador en una comunidad pacífica de pescadores y granjeros? ¿Fue realmente un acto de defensa propia, tal como afirmaban quienes participaron en el mismo, o fue un linchamiento calculado? ¿Cómo respoderán los hijos de Watson a su muerte? Y el único hombre negro que había en aquella turba de blancos armados, ¿qué estaba haciendo allí? Narrada con el trasfondo de la era de la segregación, la extraña historia de Henry Short tiene interminables reverberaciones. En País de sombras, a esta enigmatica figura se le da una voz propia en calidad de testigo y también se le adjudica su propia narración final.
El presente libro junta en una sola obra los temas que me han absorbido durante toda mi vida: la polución de la tierra, el aire y el agua que resulta inevitable durante la ciega aniquilación de la naturaleza virgen y de sus criaturas silvestres, y también las injusticias que se cometen hacia los más pobres de nuestra propia especie, sobre todo los pueblos indígenas y los herederos de la esclavitud, dejados atrás por la cruel hipocresía de eso que quienes tienen el poder hacen pasar por progreso y democracia.
E. J. Watson fue un empresario de la frontera inspirado y dotado de un talento excepcional que vivió durante la época más fabulosa para la invención y los avances que ha habido en toda la historia de América. También fue un hombre gravemente condicionado por la pérdida, los desmanes del destino y la mala suerte, que se llegó a obsecionar tanto con participar de la prosperidad del nuevo siglo que al final cayó en la ilegalidad y llegó a excusar sus acciones cada vez más insensatas citando como precedentes la implacabilidad de las corporaciones y las prácticas laborales asesinas en la construcción de los ferrocarriles, en las minas y en todas partes: unas atrocidades comunes y flagrantes en los EEUU del cambio de siglo que eran disculpadas y hasta promovidas por un nuevo gobierno americano de corte imperial.
En el libro tercero leemos la versión de los hechos que nos da el mismo señor Watson, desde su tierna infancia hasta el momento de su muerte: la última palabra, ya que seguramente él sabe mejor que nadie en quién se ha convertido, ese “primo oscuro” que nadie en la familia menciona. El lector debe de ser el juez último de Watson.
Aunque el libro carece de mensaje, se puede afirmar que la metáfora de la leyenda de Watson representa nuestra trágica historia de liberalismo salvaje y racismo, la erosión continua de nuestro hábitat humano y cómo estas cosas afectan las vidas de quienes viven bajo el azote de los elementos y perdidos en los márgenes, despojados de voz en medio del desgaste económico y medioambiental que erosiona los cimientos de sus esperanzas y sin nada con que afrontar su propia irrelevancia más que el coraje y la rabia. Puede que los males de nuestra gran república, tal como son percibidos con los ojos de los americanos del campo atrasado, parezcan inconsecuentes, pero la gente que tiene que afrontar verdaderas penurias en su búsqueda de la felicidad, y no simples neurosis, pueden ser amargamente elocuentes y hacer gala de un humor muy negro, razón por la cual siempre me han gustado sus voces y escribir sobre ellos. Al final, por extravagantes que puedan parecer esos personajes, sus historias también proceden del corazón humano; en este caso, del corazón salvaje de un primo oscuro y presunto forajido.
Respecto a Watson, los reseñistas de los tres libros originales han citado la idea de D. H. Lawrence de que “el alma esencial americana es dura, solitaria, estoica y asesina”. Hasta cierto punto, esto se puede aplicar al caso de Watson, pero también hay más misterio en él. Por lo que he llegado a entender después de todos estos años, no fue ni un “asesino nato” ni tampoco un hombre provisto de una mentalidad criminal atrofiada: esa clase de hombre carece de interés. Por otra lado, sí que estaba obsesionado, y toda obsesión que no es enfermiza ni criminal resulta apasionante; a lo largo de estos treinta años he aprendido mucho sobre las obsesiones por culpa de pasar demasiado tiempo en la mente de E. J. Watson.
* Nota del autor que abre el libro fechado en la  primavera de 2008.

 

– El hombre que se enamoró de la luna – Tom Spanbauer
Estado: nuevo.
Editorial: Muchnik.
Precio: $500.
El diablo es… aquel que te confunde y no te deja contar tu propia historia. Evocativa y carnal, la historia de El hombre que se enamoró de la luna está narrada por Cobertizo, un huérfano sin origen que sólo puede interponer, entre él y el diablo, las palabras recién aprendidas de un idioma que le es ajeno y su amor por Dellwood Barker, un cowboy de ojos verdes que podría ser su padre.
En 1880, en Excellent, Idaho, Cobertizo es violado a punta de pistola por el hombre que esa misma noche asesinará a su madre india. Ida Richilieu, prostituta y alcaldesa del pueblo, dueña de un saloon pintado de color de rosa, se encargará desde entonces de su crianza. Historia de una educación y de una iniciación, El hombre que se enamoró de la luna sigue el camino místico de Cobertizo en busca de su propia identidad, camino sembrado de falsas pistas.
Una novela en la que la sexualidad es celebrada en todas sus formas y manifestaciones, en la que la violencia quema las yemas de los dedos que sostienen la página. Y, sin embargo, El hombre que se enamoró de la luna es una novela sobre la caída del lenguaje: sobre cómo vivir en los espacios en blanco que quedan entre dos palabras.

 

– Los jardines de la disidencia – Jonathan Lethem
Estado: nuevo.
Editorial: Mondadori.
Precio: $500.
Una historia sobre el idealismo; cómo se modula, se desvanece y se trasforma en el seno de una familia a lo largo de los años. Los Jardines de la Disidencia sigue la vida de tres generaciones de neoyorquinos que no responden al prototipo del patriota estadounidense, puesto que son comunistas, hippies y activistas políticos. Rose Zimmer es conocida en Queens como la Reina Roja de Sunnyside por ser una comunista reaccionaria que importuna a familia, vecinos y camaradas políticos con su carácter feroz y su radical intransigencia. Su hija Miriam,que comparte el carácter obstinado de su madre, huye de su sofocante influencia para abrazar los albores de la contracultura de la Era de Acuario en Greenwich Village. La vida de estas dos mujeres es el eje central de un desfile de personajes imperfectos e idealistas que luchan por alcanzar el sueño utópico de una América donde el radicalismo es recibido con desconcierto, hostilidad o indiferencia.A través de sus vidas vemos cómo un movimiento revolucionario sucede al anterior: el auge comunista de los años treinta, la caza de brujas de la era McCarthy, el movimiento en defensa de los derechos civiles, las andrajosas comunas de los setenta y el conflicto sandinista hasta llegar al actual Ocupa Wall Street. En este viaje a lo largo de las décadas, la estimulante prosa de Lethem nos recuerda que lo personal puede ser político, pero que lo político siempre es personal.
«Lethem es tan ambicioso como Mailer, tan divertido como Philip Roth y tan agudo como Bob Dylan […]. En Los Jardines de la Disidencia se muestra en plena posesión de sus facultades como novelista.» Los Angeles Times

 

– Personajes desespearados – Paula Fox
Estado: nuevo.
Editorial: EL Aleph.
Precio: $250.
“Una obra de prosa sostenida tan lúcida y bella que más parece esculpida que escrita.”
David Foster Wallace
“Personajes desesperados, con sus mordaces e hilarantes diálogos y sus recurrentes silencios, salpicados de sombras, es una obra maestra de la comunicación… Adoro este libro.”
Jonathan Lethem
Introducción
“Aquello no tenía fin”
Releer Personajes desesperados
Jonathan Franzen
En una primera lectura, Personajes desesperados es una novela de suspense. Sophie Bentwood, una mujer de cuarenta años que vive en Brooklyn, es mordida por un gato callejero al que ha dado leche y, durante los próximos tres días, se pregunta qué va a acarrearle el mordisco: ¿morir de rabia?, ¿inyecciones en la tripa?, ¿nada en absoluto? El motor del libro es el horror contenido de Sophie. Al igual que en las novelas de suspense más convencionales, están en juego la vida y la muerte y, tal vez, el destino del Mundo Libre. Sophie y su esposo, Otto, pertenecen a la incipiente alta burguesía urbana de finales de los años sesenta, un período en el que la civilización de Nueva York, la principal ciudad del Mundo Libre, parece estar desmoronándose bajo una cortina de basura, vómitos y excrementos, vandalismo, fraudes y odio social. El mejor amigo de Otto, y su socio, Charlie Russel, deja el bufete de abogados y ataca violentamente a Otto por su convencionalismo. Otto se lamenta de que la descuidada cocina de una familia rural “le está diciendo una sola cosa” –dice “muérete”– y, sin duda, ése parece ser el mensaje que recibe de prácticamente todo en su mundo cambiante. Sophie, por su parte, fluctúa entre el horror y un extraño deseo de resultar perjudicada. Le aterra el dolor que no está segura de que sea inmerecido. Se aferra a un mundo de privilegios, aun cuando ese mundo la está asfixiando.
Por el camino, página a página, se hallan los placeres de la prosa de Paula Fox. Sus frases son pequeños milagros de compresión y especificidad, diminutas novelas en sí mismas. Este es el momento en que el gato muerde a Sophie:
Sophie sonrió, preguntándose con cuánta frecuencia, o si habría habido alguna vez en que hubiera sentido el calor humano, y aún sonreía cuando el gato se levantó sobre las patas traseras, incluso cuando la atacó con las garras extendidas, hasta el mismo instante en que le clavó los dientes en el dorso de la mano izquierda y tiró hasta casi hacerla caer hacia adelante, atónita y horrorizada y, sin embargo, lo bastante consciente de la presencia de Otto para contener el grito que se le quedó ahogado en la garganta mientras intentaba librar su mano de aquel círculo de alambre de espino.
Imaginando un momento dramático como una serie de gestos físicos –prestándole mucha atención–, Fox deja espacio aquí para todas las facetas de la complejidad de Sophie: su generosidad, su autoengaño, su vulnerabilidad y, por encima de todo, su conciencia de persona casada. Personajes desesperados es de las pocas novelas que hacen justicia a las dos caras del matrimonio, al amor y al odio, a ella y a él. Otto es un hombre que ama a su esposa. Sophie es una mujer que se bebe de un trago una copa de whisky a las seis de la madrugada de un lunes y abre el grifo del fregadero “expresando su repugnancia en voz alta como si fuera una niña…”. Otto es lo bastante mezquino para decir: “Mucha suerte, tío” cuando Charlie deja el bufete; Sophie es lo bastante mezquina para preguntarle, más adelante, por qué lo ha dicho; Otto se avergüenza cuando ella lo hace; Sophie se avergüenza de haberlo avergonzado.
La primera vez que leí Personajes desesperados, en 1991, me enamoré de la novela. Me pareció claramente superior a cualquier novela de los contemporáneos de Fox, como John Updike, Philip Roth y Saul Bellow. Me pareció una genialidad irrebatible. Y, como yo había reconocido mi propio matrimonio conflictivo en el de los Bentwood, como la novela parecía sugerir que el miedo al dolor es más destructivo que el dolor mismo y como yo sentía un gran deseo de creerlo, la releí casi de inmediato. Confiaba en que el libro, en una segunda lectura, pudiera decirme cómo vivir.
No lo hizo. En lugar de eso, se tornó más misterioso –se tornó menos lección y más experiencia–. Comenzaron a emerger densidades metafóricas y temáticas anteriormente invisibles. Mis ojos se posaron, por ejemplo, en una frase que describe la llegada del alba a un salón: “Los objetos, cuyas siluetas comenzaban a perfilarse bajo la luz creciente, poseían un aire de sombría amenaza totémica”. A la luz creciente de mi segunda lectura, vi cómo comenzaban a perfilarse de esa forma los objetos del libro. Los higadillos de pollo, por ejemplo, se presentan en el primer párrafo como una exquisitez y como el plato central de una cena cultivada –como la esencia de la civilización del Viejo Mundo–. (“Tomas materias primas y las transformas –observa el izquierdista Leon mucho más adelante en la novela–. Eso es la civilización.”) Al día siguiente, después de que el gato haya mordido a Sophie y ella y Otto hayan comenzado a contraatacar, los higadillos que han sobrado se convierten en el cebo para la captura y matanza de un animal salvaje. La carne cocinada continúa siendo la esencia de la civilización; pero ¡cuán más violenta parece ser ahora la civilización! O sigamos la comida en otra dirección; veamos a Sophie, angustiada, un sábado por la mañana, en su intento de levantarse la moral gastando dinero en un utensilio de cocina. Va al Bazaar Provençal con la intención de comprarse una sartén para hacer tortillas, un accesorio para un “neblinoso sueño doméstico” de comodidad y refinamiento francés. La escena concluye cuando la vendedora levanta las manos “como si quisiera ahuyentar a una bruja” y Sophie sale huyendo con una compra que es casi cómicamente emblemática de su desesperación: un reloj de arena para medir el tiempo de cocción de los huevos pasados por agua.
Aunque a Sophie le sangra la mano en esta escena, su impulso es negarlo. La tercera vez que leí Personajes desesperados –la había elegido como lectura obligatoria de una clase de ficción que estaba impartiendo– comencé a prestar más atención a estas negaciones. Sophie va emitiéndolas de forma más o menos constante a lo largo de todo el libro: “Está bien. Oh, no es nada. Oh, bueno. No es nada. No me hables de ello. ¡El gato no estaba enfermo! ¡Es un mordisco! ¡Un mordisco nada más! No voy a ir corriendo al hospital por algo tan estúpido como esto. No es nada. Está mucho mejor. No tiene importancia”. Estas reiteradas negaciones reflejan la estructura subyacente de la novela: Sophie huye de un posible refugio a otro y ninguno logra protegerla. Asiste a una fiesta con Otto, sale furtivamente con Charlie una noche, se compra un regalo, busca consuelo en sus viejos amigos, se pone en contacto con la esposa de Charlie, intenta llamar por teléfono a su antiguo amante, accede a ir al hospital, captura al gato, se mete en la cama, intenta leer una novela francesa, huye a su querida casa de campo, piensa en trasladarse a otra época de su vida, piensa en adoptar hijos, destruye una antigua amistad: nada la alivia. Su última esperanza reside en escribir a su madre contándole que la ha mordido un gato, “moviendo los hilos precisos para despertar el desprecio y la hilaridad de aquella anciana”, en convertir su sufrimiento en arte, en otras palabras. Pero Otto arroja su tintero a la pared.
¿De qué está huyendo Sophie? La cuarta vez que leí Personajes desesperados, confiaba en obtener la respuesta. Quería averiguar, finalmente, si es un hecho feliz o terrible que la vida de los Bentwood estalle en la última página del libro. Quería “captar” la última escena. Pero no logré hacerlo. Me consolé con la idea de que la buena ficción se define, en gran medida, por su negativa a ofrecer las respuestas fáciles de las ideologías, las curas de una cultura terapéutica o los sueños con final feliz de los espectáculos de masas. Personajes desesperados quizá no tratara tanto de las respuestas como de la persistencia de las preguntas. Me impactó la semejanza entre Sophie y Hamlet –otro personaje morbosamente introspectivo que recibe un mensaje perturbador y ambiguo, sufre un tormento mientras intenta decidir su significado y se pone por último en manos de una “divinidad” providencial y acepta su destino–. Para Sophie Bentwood, el mensaje ambiguo no proviene de un espectro sino de un mordisco de gato y su sufrimiento no se debe tanto a la incertidumbre como a su falta de disposición para afrontar la verdad. Cerca del final, cuando se dirige a una divinidad y dice: “Dios mío, si tengo la rabia soy como lo que hay fuera de aquí”, no es un momento de revelación. Es un momento de alivio.
***
Un libro que ha estado agotado, aunque sólo sea brevemente, puede ejercer cierta presión en el amor del lector más devoto. De igual forma que un hombre puede lamentar ciertas manías de su esposa que ensombrecen su belleza, o una mujer puede desear que su esposo se ría menos alto de sus propios chistes, yo he sufrido por las pequeñas imperfecciones que pueden predisponer a los potenciales lectores en contra de Personajes desesperados. Estoy pensando en la rigidez e impersonalidad del párrafo que inaugura el libro, en la austeridad de la primera frase, en la chirriane palabra “viandas”. Como enamorado de este libro, ahora aprecio la manera en que la formalidad y el estatismo de este párrafo introducen la frase breve y cortante del diálogo que viene a continuación (“El gato ha vuelto”), pero ¿y si el lector no pasa de la palabra “viandas”? También me pregunto si el nombre de “Otto Bentwood” es quizá difícil de asimilar en una primera lectura. Generalmente, Fox trabaja los nombres de sus personajes con mucha profundidad –el apellido “Russel”, por ejemplo, refleja logradamente la energía incansable y furtiva de Charlie (Otto sospecha que le está “robando” clientes [rustle en inglés; pronunciado como el apellido]) y, de igual forma que al personaje de Charlie le falta sin duda alguna cosa, a su apellido le falta la segunda “l”. Admiro el modo en que el nombre anticuado y vagamente teutónico “Otto” impone una carga sobre el personaje, tanto como lo hace su obsesivo sentido del orden; pero “Bentwood” (‘madera combada’), incluso después de muchas lecturas, continúa resultándome un poco artificial en su intento de sugerir la imagen de un bonsai. Y está además el título del libro. Es acertado, desde luego, y, no obstante, no puede equipararse a El día de la langosta, El gran Gatsby o ¡Absalom, Absalom! Es un título que se puede olvidar o confundir con otros títulos. A veces, deseando que fuera más impactante, me invade la peculiar soledad de una persona hondamente casada.
Con el paso de los años, he continuado entrando y saliendo de Personajes desesperados, buscando consuelo o aliento en pasajes de conocida belleza. Ahora, no obstante, mientras releo el libro en su totalidad, me asombra cuánto en él continúa siendo nuevo y poco conocido para mí. Jamás había prestado atención, por ejemplo, a la anécdota de Otto, hacia el final del libro, sobre Cynthia Kornfeld y su esposo, el artista anarquista. Jamás había advertido cómo remeda el postre de gelatina con monedas de Cynthia Kornfeld la equivalencia que hacen los Bentwood entre la comida, los privilegios y la civilización, ni cómo la idea de las máquinas de escribir rediseñadas para escribir disparates prefigura la imagen final de la novela, ni cómo insiste la anécdota en que Personajes desesperados sea leída en el contexto de un panorama artístico contemporáneo cuyo objetivo es la destrucción del orden y el significado. Y Charlie Russel –¿lo he visto realmente hasta ahora?–. En mis anteriores lecturas, continuaba siendo una especie de villano típico, un renegado, un hombre infame. Ahora me parece casi tan importante para la historia como el gato. Es el único amigo de Otto; su llamada telefónica precipita la crisis final; él aporta la cita de Thoreau que da título a la obra y él pronuncia el veredicto sobre los Bentwood –“La gente como tú, terca, estúpida y tediosamente esclavizada por la introspección mientras los cimientos de sus privilegios se desmoronan bajo sus pies”–, cuya exactitud parece inquietante.
A estas alturas, no obstante, no estoy seguro de querer siquiera descubrir nada nuevo. De igual forma que Sophie y Otto adolecen de un conocimiento mutuo demasiado íntimo, yo adolezco ahora de un conocimiento demasiado íntimo de Personajes desesperados. Mis notas a pie de página y al margen se están desmandando. En mi última lectura, he encontrado y señalado como vital y nuclear una enorme cantidad de imágenes que antes no había marcado referidas al orden y al caos, y a la infancia y a la edad adulta. Como el libro no es largo, y como ahora lo he leído media docena de veces, me estoy acercando al punto en que marcaré todas las frases como vitales y nucleares. Esta extraordinaria riqueza es, naturalmente, un testimonio del talento de Paula Fox. Es difícil hallar en el libro una palabra superflua o arbitraria. Un rigor y una densidad temática de tal magnitud no ocurren por casualidad y, no obstante, es casi imposible que un escritor los logre mientras se relaja lo suficiente para permitir que los personajes cobren vida. Y, sin embargo, aquí está la novela, muy superior a cualquier otra obra de ficción realista norteamericana posterior a la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, la ironía de esta riqueza reside en que, cuanto mejor comprendo la importancia de cada frase en particular, menos capaz soy de articular a qué gran significado global podrían estar contribuyendo todos estos significados locales. Hay, por último, una especie de horror a un exceso de significado. Es muy semejante, como Melville sugiere en el capítulo “La blancura de la ballena” de Moby Dick, a una ausencia total de significado. Buscar, descifrar y organizar el sentido de la vida puede abrumar hasta el punto de impedir vivirla y, en Personajes desesperados, el lector no es el único abrumado. Los mismos Bentwood son criaturas cultas íntegramente modernas. Su maldición reside en estar excesivamente bien preparados para leerse como textos literarios, repletos de significados que se solapan. En el transcurso de un fin de semana de finales de invierno, el modo en que las palabras más casuales y los incidentes más nimios parecen “portentos” los oprime y termina por abrumarlos. El enorme suspense que el libro desarrolla no es sólo producto del miedo de Sophie, ni de la forma paulatina en que Fox va cerrando todas las posibles vías de escape, ni de la equivalencia que establece la escritora entre una crisis en una asociación conyugal, una crisis en una asociación comercial y una crisis en la vida urbana de Estados Unidos. Más que cualquier otra cosa, es el lento ascenso hasta su punto más alto de una ola de significado literario de un peso aplastante. Sophie invoca consciente y explícitamente la enfermedad de la rabia como una metáfora de su crisis emocional y política, e incluso cuando Otto se desmorona y grita cuán desesperado está, no puede evitar “citar” (en un sentido posmoderno) su anterior conversación con Sophie sobre Thoreau, invocando de esta forma todos los demás temas y diálogos que se han ido hilvanando a lo largo del fin de semana, en particular, la irritación que a Charlie le produce el tema de la “desesperación”. Por muy malo que sea estar desesperados, es incluso peor estarlo y ser asimismo conscientes de las cuestiones vitales de la ley y orden públicos, privilegios e interpretaciones thoreaunianas que van implícitas en nuestra desesperación particular, y sentir que desmoronándonos estamos demostrando a toda una nación de Charlies Russel que tienen razón. Cuando Sophie declara su deseo de contraer la rabia, al igual que cuando Otto arroja el tintero, los dos parecen estar rebelándose contra un sentido insoportable, casi insano, de la importancia que tienen sus palabras y sus pensamientos. No es de extrañar que los últimos actos del libro carezcan de palabras –que Sophie y Otto hayan “dejado de escuchar” las palabras que emite el teléfono, ni que lo que haya escrito con tinta en la pared cuando ellos se vuelven lentamente para leerlo sea una violenta mancha carente de palabras–. En cuanto Fox logra el éxito más asombroso hallando orden en los contratiempos de un fin de semana de finales de invierno, repudia ese orden con el gesto perfecto.
Personajes desesperados es una novela que se rebela contra su propia perfección. Las preguntas que plantea son radicales y desagradables. ¿Qué sentido tiene el significado –en especial el literario– en un mundo moderno que está aquejado de rabia? ¿Por qué molestarse en crear y preservar el orden si la civilización es tan mortífera como la anarquía a la que se opone? ¿Por qué no tener la rabia? ¿Por qué atormentarnos con libros? Releyendo la novela por sexta o séptima vez, siento una ira y una frustración cada vez mayores ante sus misterios, ante las paradojas de la civilización y ante la ineptitud de mi propio cerebro y, entonces, sin saber cómo, termino por captar el final –siento lo que Otto Bentwood siente cuando estampa el tintero contra la pared– y, de repente, vuelvo a estar enamorado otra vez.

 

– Imperial – William T. Vollmann (versión original en inglés)
Estado: nuevo.
Editorial:Penguin.
Precio: $500.
From the author of Europe Central, a journalistic tour de force along the Mexican-American border. 
For generations of migrant workers, Imperial Country has held the promise of paradise and the reality of hell. It sprawls across a stirring accidental sea, across the deserts, date groves and labor camps of Southeastern California, right across the border into Mexico. In this eye-opening book, William T. Vollmann takes us deep into the heart of this haunted region, exploring polluted rivers and guarded factories and talking with everyone from Mexican migrant workers to border patrolmen. Teeming with patterns, facts, stories, people and hope, this is an epic study of an emblematic region.
You Are Now Entering the Demented Kingdom of William T. VollmannHome to goddesses, dreams, and a dangerously uncorrupted literary mind
Tom Bissell
One morning, in 2000, while I was working as an editor for Henry Holt, a manuscript contained on several compact disks was delivered to my office. Back at the dawn of the twenty-first century, it was still relatively unusual for submissions to arrive in any form other than a stack of paper, so the occasion was memorable for that reason alone. More memorable yet was the manuscript’s author, William T. Vollmann, who had been churning out thick, conceptually audacious books faster than New York publishing could keep pace. From 1987 through 1993, for instance, Vollmann published eight books through five different houses.
This new Vollmann manuscript, Rising Up and Rising Down, was sent on compact disk mainly due to its length: 3,800 pages. “Let me get back to you,” I told his agent. I’d heard vague stirrings about Vollmann’s gargantuan undertaking, in the same way I imagine London studio engineers were hearing about Sgt. Pepper’s in the winter of 1967. The book was said to be an attempt to define a philosophically coherent set of moral coordinates for when violence was acceptable. Many houses had already rejected it, which was why its fate had fallen to a 26-year-old greenhorn such as myself. And now here I was, marshaling the entire assistantariot of Henry Holt to help me print the thing out.
A week later, I went to my boss and told him I thought we should do it. He’d read enough to agree, provided we could get Vollmann down to 1,500 manuscript pages, which was, given Vollmann’s chosen font (I had taken to calling it American Miniscule) actually more like 2,000 manuscript pages. I knew enough about Vollmann to guess at his thoughts concerning the general barbarity of editors and believed my best shot was to convince him how much I loved the book and how sincerely I believed it would benefit from compression. One Monday afternoon, he heard me out over the phone. Our conversation ended with him saying, “This subject is too important for truncated treatment.” Only while riding the subway back to Brooklyn that night did it occur to me to laugh. In 2003 McSweeney’s published a handsomely slipcased, seven-volume edition of “rurd” (as it’s known to Vollmann fans), which was a finalist for the National Book Critics Circle Award. Two years later, Vollmann finally consented to publish a “truncated” one-volume RURD, through HarperCollins, though he did so, by his own admission, for the money alone. Today, copies of the McSweeney’s edition can go for close to $1,000 on Amazon.
Fourteen years after our phone conversation, Vollmann and I walked down a quiet street in Sacramento, California, on our way to pick up shelving wood from Burnett & Sons, a lumber mill close to Vollmann’s studio. As we moved through sawdust-spiced air, the man I was now calling Bill smiled to remember his and my long-ago talk. I wanted to know: Did I ever have a shot at convincing him to shorten the book? “Nah,” he said.
Although Vollmann these days sports the punctilious mustache of a maître d’, he still resembles the baby-faced boy wonder readers first encountered in his shocking late ’80s author photo, in which he affectlessly held a pistol to his own head. Vollmann is a man of forbidding reputation, to say the least, which is why his speaking voice—as polite, deep, and expressive as someone selling you a vacation over the phone—so surprised me. He takes obvious pleasure in speaking, especially when he can add some mischievous wrinkle to whatever is being discussed: “Well, Tom, you see, the thing with that is this.” You get the feeling he might have been a wonderful grade-school teacher in another, much weirder dimension.
Vollmann has often been linked to Jonathan Franzen, Richard Powers, and David Foster Wallace, which makes a good amount of literary and cultural sense. Not only are or were they all friendly; they also share Midwestern roots and began publishing at the same time, in the mid- to late-’80s. They were initially hailed as heirs to the cogitationally sweaty tradition of Thomas Pynchon and John Barth, writing fiction perceived as formally or intellectually challenging. In the intervening decades, Franzen became something like America’s foremost novelist of middle-class manners; Powers has become our go-to seismologist on the fault line between literature and science; Wallace, following his 2008 suicide, is now widely regarded as a literary saint. For his part, Vollmann began as an uncompromising visionary drawn to equally uncompromising material, and though he has mellowed as a man, his subject matter has, if anything, grown even more confrontational.
This month, Vollmann’s twenty-second book, Last Stories and Other Stories, will be published by Viking. Not many writers could convince a large, multinational publisher to go forth with a 680-page short-story collection about death, putrefaction, ghosts, and cancer, but Vollmann’s career has never really cohered to any preexisting template. This is to say nothing of his attendant identities: war correspondent, traveler, accomplished visual artist, parking-lot owner, gun lover (“I believe that the second amendment is really wonderful,” he once told an interviewer), privacy advocate, and champion of homeless rights. We passed numerous homeless people while walking to his studio, including a legless man in a wheelchair with a milky, unwell eye, to whom Vollmann bid a hale, “Hello! Good morning!”
I’d been in Sacramento a day and already noticed the pervasiveness of its homeless problem. The city seemed like California without the masks or pretense: a place where dreams were occasionally made but mostly torn apart. When I asked Vollmann why he’d chosen to live in Sacramento, he said, “Well, Joan Didion used to live here.” Then he laughed. The truth was more banal: His wife, an oncologist, got a job in Sacramento about twenty years ago. “Space was cheap,” he said. “So I made the best of it.” Vollmann told me one benefit of Sacramento was not being part of any literary hothouse. (Vollmann’s closest literary friend is Franzen, though, as he was sad to admit, they hadn’t been in touch in some time. Franzen tells a hilarious story of being a young writer in New York, meeting Vollmann, becoming fast friends, and inaugurating a draft swap. A while later, they exchanged work. Franzen gave Vollmann a dozen chiseled pages. Vollmann gave Franzen an entire novel.) In Sacramento, Vollmann said, he was merely “a guy named Bill who writes books.”
Vollmann’s studio, which he has owned for the last ten years, was once a corner-occupying Mexican restaurant called Ortega’s. Its windows are barred and curtained; its back door is fenced off, festooned with PRIVATE PROPERTY signs, and crowned with razor wire, which, he said, made him “feel like the Omega Man trying to keep the vampires out.” Vollmann cheerfully described the surrounding neighborhood as “bad,” and robbery remains a worry. Even so, he loves it here. Over the last few years he has had several offers to buy the studio. “I hear out their offers,” he said. “Then I ask for two million dollars.” What if some buyer went ahead and offered him $2 million? “I’d ask for five million dollars.”
It has been said that Vollmann works 16 hours a day, every day. To my relief, he refused either to confirm or deny this. “I’m going to be fifty-five in July,” he said with a sigh. “I’m a little less productive, a little less focused.” His studio, in which he both paints and writes, is a de facto home, complete with a bedroom, shower, men’s and women’s bathrooms (this, and the fact that his bedroom closet is an old meat locker, are the most obvious artifacts of the space’s previous identity), and a kitchen stocked with food and good whiskey. Most significant for Vollmann’s productivity, and peace of mind, was his studio’s lack of an Internet connection. In fact, Vollmann never uses the Internet. “I tried ordering from Amazon once,” he told me. “I was almost all the way through and then they wanted my e-mail. I couldn’t do it.” Along with the Internet and e-mail, Vollmann also foregoes cell phones, credit-card use, checking accounts, and driving.
Half of Vollmann’s studio felt like a proper gallery, with finished pieces handsomely framed and displayed. The other half was split into what looked like a used bookstore on one side and a struggling industrial arts business on the other. I imagined Vollmann had a gallery somewhere that showed his stuff, yes? Actually, no. “I’ve had a couple of photographer friends who have shows,” Vollmann said. “Every time, they always end up impoverished.” He employs “a couple dealers” who sell his work to various institutions, but he considers his studio a “perpetual gallery.” Vollmann gets additional income from Ohio State, which has been buying Vollmann’s work and manuscripts for several years. Vollmann has no idea why Ohio State has shown such interest in his work, but he’s grateful to the institution, which has been paying the mortgage on his studio for the last decade.
He began our tour proper while a dinging train from the city’s light-rail line rumbled by, just feet from his curtained windows. Woodcuts, watercolors, ink sketches, silver-gelatin black-and-white photographs, portraits. “Gum-printing is a nineteenth-century technique,” he told me. “It’s the most permanent coloring process. But it’s slow, and toxic. … I also have this device here, which is based in dental technology. … It’s like a non-vibrating, very high-speed Dremel tool. … This was originally drawn with pen and ink, and then I had a magnesium block made with a photo resist.” Some of the pieces he showed me were complete; most were not. He estimated that he has “dozens and dozens” of pieces going at any one time.
Vollmann’s most important artistic influences are Gauguin and what he described as the “power colors” of Native American art. His other inescapable influence is the female body. The majority of Vollmann’s visual art centers upon women generally and geishas, sex workers, and those he calls “goddesses” specifically. Usually they are nude. From where I was standing I counted at least two dozen vaginas, their fleshy machinery painstakingly drawn and then painted over with a delicate red slash. Vollmann uses live models, so every vagina within sight is currently out there right now, wandering the world.
We walked over to a shelf lined with paintbrushes in old moonshine jars and little acrylic tubes of paint as hard as toothpaste fossilized. Vollmann held out blocks of Norwegian wood into which he’d carved Norse runes and which he’d translated himself: “It took me a ridiculous amount of time, hours and hours … but I had a blast.” The wood was given to him in exchange for his attendance at a Norwegian literary festival, along with his sole other request: Norwegian women willing to pose nude for him. One of the women who volunteered was an archaeologist in charge of excavating a site related to the worship of Freya, the Norse goddess of love, beauty, and war. “I wanted a Freya,” Vollmann said, “so that’s who we got.”
Finally, Vollmann removed some sketchbooks from their protective plastic covers and set them down on a table for me to look at. Vollmann’s sketchbooks, naturally, were about three feet by two feet across; turning a page was like opening a door. His Arctic sketchbook had page after page of beautifully hand-drawn and water-colored portraits of Inuit people, northern landscapes, and walrus hunts. They were exquisite, which I told him. “Oh, thanks!” he said. “I had fun.” A sketchbook from Southeast Asia was thumped down before me. These were less colorful, and many were simple pen-and-ink portraits. The subjects were all sex workers. Vollmann explained that to fill up the back pages he’d encouraged the women to draw pictures of him. Some of the women, I observed, were quite skilled. “Yeah,” he said. “They had fun!” The last sketchbook he showed me was titled The Best Way to Smoke Crack. (Once, when asked by an interviewer if he had ever smoked crack, Vollmann memorably responded, “I guess that I would say that I have.”) I paged through a run of despairing watercolors depicting crack-addicted San Francisco sex workers. Vollmann stopped me when I came to a portrait of a woman languid on a hotel-room bed, a crack pipe beside her. The subject of the portrait, Vollmann told me, loved to steal his red paint and use it as lipstick, even though Vollmann warned her the paint was carcinogenic. According to Vollmann, she laughed off his warning, saying that something else was bound to get her. “And she was right,” Vollmann said. “I heard she got strangled.”
When I asked about his infamous fascination with sex workers, Vollmann said, simply, “I love and admire them.” In another interview, he’d gone so far as to describe sex workers as “almost like saints.” Here, even the most liberal-minded will have their qualms. But Vollmann believes that, once one sheds any crypto-Christian assumption that sex must have a context deeper than pleasure, it becomes difficult to regard paying a consenting sex worker as all that different from paying a masseuse or psychotherapist. In the end, it’s intimate labor, professionally applied. “I’d say there are almost as many different kinds of sex workers as there are different kinds of women,” Vollmann told me. “I think, ‘Well, how different is that from what I do—just running around worrying about how to finish paying off my mortgage?’ I’ve never really answered that.”
By his own account, Vollmann started hanging around sex workers as a way to get to know and better understand women. He first wrote about the subject in The Rainbow Stories, which is the kind of book Mark Twain might have written after smoking crank and hanging out with skinheads for six months. Like Twain’s travel writing, or Isaac Babel’s Red Cavalry stories,Rainbow is an amalgam of unlabeled fiction and nonfiction. It has several running threads, one of which is its narrator’s pith-helmeted investigation into the lives of street prostitutes. After many harrowing passages, a footnote will summon one’s attention down to the bottom of the page: “This paragraph cost me seven dollars,” or “This revelation cost me twenty dollars.” One story, sub-chaptered “While Trying Unsuccessfully to Make Ginger’s Cunt Wet,” features a narrator who self-identifies as Bill and appears to be Vollmann himself. Bill calls an escort service, finds himself with Ginger, and is doing as advertised. A supremely unmoved Ginger suddenly asks him, “Do you like camping?”
Butterfly Stories was Vollmann’s first book-length plunge into the world of prostitution. Vollmann has described it as “strictly a novel … based on documentary research with prostitutes,” a phrase (as he knows) that can be interpreted any number of ways. The novel began as a nonfiction piece forEsquire about the Khmer Rouge’s killing fields, but appended to that piece was a long, bonkers travelogue starring two journalists whore-mongering their away across Southeast Asia. Guess which part Esquire chose to publish? Shortly after the magazine hit the stands, Vollmann told me, “I was visiting my grandfather, and my mother and sisters were crying. My father took me down to the basement and said, ‘Bill, do you have AIDS? Have you been sleeping with prostitutes?’” When I asked whether Esquirehad published the piece as fiction or nonfiction—in Butterfly Stories, the main character, called “the journalist,” eventually contracts HIV from an illiterate Thai prostitute—Vollmann shrugged and said, “I don’t know what it was published as.” Butterfly Stories reads like Henry Miller de-romanticized and poxed with STDs, with the added looming specter of Cambodian genocide. Its appalling central character ponders, at length, his predatory nature with illiterate, impoverished prostitutes and wallows in sexual crapulence. Despite or possibly because of that, the book ranks high among the most grimly riveting things Vollmann has written.
Vollmann’s most serious artistic statement on sex workers, and their clients, is The Royal Family, a gargantuan novel about a private investigator chasing the so-called Queen of San Francisco’s prostitutes. Running at 800 generously text-crammed pages, and containing 593 chapters, the book lingers at a hypnotic remove from its nightmarish narrative material. It’s also a moving and humane book, not only in how it handles its fucked up characters but also in how it presents itself to readers, for it eschews many of Vollmann’s formal pyrotechnics. There are, however, several sections that make it quintessentially Vollmann: an astonishing “Essay on Bail” (a piece of nonfiction originally commissioned, and then rejected, by San Francisco Magazine), a marvelous prose poem called “Geary Street,” and the unendurably vivid confessions of a pedophile named Dan Smooth. One astute reader of the book imagined, probably correctly, that had it been shorter, less gruesome, and better emphasized its private-eye elements, it might have become a “blowaway detective best-seller.” As it happens, Vollmann took a lower royalty on the book in exchange for not having it edited.
Standing with Vollmann amid his many portraits and paintings of sex workers, I asked him how his wife and teenage daughter felt about his subject matter. “Oh, they’re used to it,” Vollmann said. His daughter was particularly gleeful when Vollmann went public with his “thought experiment” inhabitation of “Dolores,” a transgender woman, whom Vollmann discusses exclusively in the third person. There were quite a few photos and portraits of him as Dolores around his studio. And his wife? How did she feel about Dolores? Vollmann was silent for a moment. “She was not impressed,” he said. “When I started doing the Dolores stuff, it was really fun because I thought, ‘Now I can exploit the hell out of this person. I don’t have to worry about ethics. I can show this woman as she is or whatever she is, in all her ugliness and vulnerability and vanity, and she has nothing to say about it.’ ” Like his earlier artistic excavation of sex workers’ lives, Dolores was Vollmann’s gambit to place himself in closer psychic orbit to women. As he put it, “Until I started doing the cross-dressing, I had no idea of what it was like to go out into the night and be afraid. That is what a huge portion of the human race has to go through, and I really get it now.”
Vollmann admitted that, after he went public with Dolores, some of his friends “were really disgusted.” This only underlined his point about what becoming Dolores meant. After a career of hanging out with neo-Nazis, pursuing sex workers, doing drugs, dropping thousand-page books the way Updike dropped short stories, and being suspected of being the Unabomber, Vollmann, without even meaning to, had managed to cross the last line of decorum. He had dared to abdicate his masculinity.
As for being suspected of being the Unabomber, William T. Vollmann was suspected of being the Unabomber. He discovered this accidentally, after he requested his FBI file, for a piece he was writing for Harper’s about privacy. His FBI file is 785 pages long; only 294 were released to him. When Vollmann first discovered he was a Unabomber suspect, he thought: “ ‘Wow, this is really fun!’ I bustled about telling all of my friends. Then I started reading more of it.” He’s still angry that the content of his fiction was marshaled against him. His novel Fathers and Crows, for instance, is about the clash between the Iroquois and the first French missionaries to what was then called Kebec. An FBI operative rather ambitiously deduced that its title had something to do with the “FC” the Unabomber was known to scrawl on his bombs. “Fathers and Crows,” Vollmann said incredulously, “which took place in seventeenth- century Canada. It was outside what’s now the U.S. in a time before there was the U.S. It was evenhanded, I thought, about Iroquois and Jesuits. [But] they were saying, since he supports the Iroquois torture of the missionaries, he’s clearly in favor of terrorism.” (Not everything the FBI said about him was unkind, or not exactly unkind: “By all accounts, VOLLMANN is exceedingly intelligent and possessed with an enormous ego.”)
Vollmann’s politics, which are both coherent and somewhat bananas, run toward big-hearted Libertarianism—except when it comes to the environment. “The more I see of unregulated coal and nuclear companies,” he told me, “the more I think, ‘Boy, do we have to watch those people.’ ” At the same time, he believes we are living in a growingly consolidated police state that will only get worse. The Internet, he told me, “is partly about government surveillance, and I have to reject that, given my hatred of authority. It’s partly about helping these corporate types make money from me, which involves surveillance and targeted ads, and I have to reject that also.”
These are not the fulminations of a department-chair radical. Vollmann is one of very few American writers who can claim to have fallen under concerted government surveillance based on nothing more than what he thought and wrote. Today, he’s fairly certain his calls are still monitored; on one occasion, his studio’s security system was remotely hacked into, possibly, he says, by Homeland Security. As a private investigator told him, “Once you’re a suspect and in the system, that ain’t never going away.” Indeed, after the arrest of Ted Kaczynski, the actual Unabomber, Vollmann was upgraded to a suspect in a different case involving mailed anthrax.
“What’s discouraging,” he said, “is that I don’t get a lot of mail. My poor Japanese translator has practically given up writing to me. One year, she sent me so many postcards. I never got one.” Perhaps the strangest thing about all this is Vollmann’s estimation that he’s made tens of thousands of dollars writing and lecturing on privacy around the world since he went public with his FBI case file. It amounted to a rather ambiguous endorsement of the American Way: We’ll investigate you, we’ll put you under secret surveillance, and we’ll steal your mail, but we’ll also make you rich when you accidentally find out about it, provided you’re famous.
Vollmann tried to be characteristically charitable when imagining the FBI’s interest in him: “One reason that the FBI thought I might be the Unabomber is that I believe probably the thing most likely to save us, and save the planet, would be a massive epidemic. Because we can’t regulate ourselves. If fifty percent or ninety percent of the humans died, maybe the rest would be better off. Would I push the button to release the virus? Probably not.”
I listened for the off-white silence of the FBI bug planted somewhere around us, possibly behind one of Vollmann’s effulgent paintings of a vagina. Then, smiling, I pointed out that Vollmann said “probably not,” not “absolutely not.”
Vollmann held up his hands. “I’d have to think about it.”
IOn Becoming a Novelist, the classic primer on fiction writing and writers, John Gardner argues, “A psychological wound is helpful, if it can be kept in partial control, to keep the novelist driven.” If true, Vollmann was well prepared for the writing life. Like Gardner, who accidentally ran over and killed his younger brother, Gilbert, with a tractor, Vollmann lost his six-year-old sister, Julie, to drowning when she was left in his youthful care. This has understandably gripped Vollmann’s imagination ever since, and he has written several books and stories in which pursuing and rescuing a woman is the central driving impulse. In the mid-’90s, a reviewer brought up Vollmann’s compulsive attraction to human conflict—he has covered war as a journalist, but also ran off to fight the Soviets with the mujahedin in Afghanistan when he was in his early twenties—and wondered if it all wasn’t some veiled suicide mission to join his sister. That could not have been an easy judgment to read, much less ponder.
Vollmann was born in Santa Monica in 1959. He moved to New Hampshire as a child and later to Bloomington, Indiana, where he went to high school. By all accounts, Vollmann did not have a happy childhood, at least when it came to other children. He describes the authorial stand-in of one book passing the time during his childhood “by reading and dreaming alone or by watching others, wishing that they liked him,” and in the afterword to Dalkey Archive’s reissue of the Yugoslavian writer Danilo Kis’s trim masterpiece, A Tomb for Boris Davidovich, Vollmann mentions being “beaten up on the school bus two or three times by big, tall, stinking boys,” who were outraged by his book-reading.
Vollmann credits his father, a business professor, with giving him the encouragement he needed to pursue the life he wanted for himself: “He would always say, ‘Bill, if it’s not easy, lucrative, or fun, don’t do it.’” Even so, Vollmann’s career as a writer very nearly didn’t happen. His first book,Welcome to the Memoirs, an account of his failed effort in Afghanistan, went unpublished (the version Farrar, Straus and Giroux published years later asAn Afghanistan Picture Show was a much-revised version of the unsold manuscript), and for years he got nothing but “rejection upon rejection” by American editors and agents. “I think it was such a fluke that I got published at all,” Vollmann told me.
Anyone who’s taken a lot of creative-writing classes, or taught creative writing, has learned to dread a certain kind of manuscript. It’s long, for one thing; it has irritatingly small type; it’s grammatically meticulous when it comes to everything but punctuation, for which it has developed its own system of Tolkienic elaboration. An unagented manuscript of roughly this description landed on the desk of Esther Whitby, an editor at the British house André Deutsch, in 1985. Rather than do the sensible thing and reject it, Whitby went ahead and published You Bright and Risen Angels, Vollmann’s bizarre fantasia of insect war. It reviewed well and finally garnered Vollmann an American publisher. He published his next six books acting as his own representation and sought the eventual help of his agent, Susan Golomb, only because dealing with foreign rights became unmanageable. The early critical success did nothing to dissuade Vollmann’s view that his personal vision for his books trumped all other considerations. As he has often said, the money you’re paid for your writing is never enough. Therefore, why compromise?
A number of Vollmann’s books, I believe, would be better if they were shorter, sometimes much shorter. At the same time, the unaccommodating nature of Vollmann’s books is what many of his readers respond to. His books are too long in the way the Petronas Towers are too tall, the way foie gras is too rich: the manner of their excess is central to their essence. Vollmann is neither a readers’ writer nor a writers’ writer but a writer’s writer, which is to say William T. Vollmann’s writer. The point he comes back to in conversation, again and again, is how fortunate he has been to maintain his independence in a literary culture that can be hostile to such independence. “The reader that I write for will be open to beautiful sentences and will try to see why I’m doing what I’m doing,” he told me. “That’s the reader that I love and the reader who loves me.” I’ve read a great number of Vollmann’s books, but I’ve skipped around in many of them, too. Fathers and Crows is one of my favorites, yet I’ve read less than half of it. You don’t go to Vollmann for structure or old-fashioned storytelling; you go to Vollmann for the sentences, the mood, the experience. You go to Vollmann for the same reason certain people chase storms.
Vollmann’s public stature as a writer expanded following two events in the early ’90s. The first was the publication of the opening volume of Vollmann’s proposed mega-novel, Seven Dreams: A Book of North American Landscapes, which had its genesis, naturally enough, in Vollmann’s fascination with sex workers. While researching The Rainbow Stories, he found himself standing outside numerous convenience stores and gas stations, “where the whores were doing their business. I thought to myself, ‘What was the country like before all the parking lots were here?’”
Every book in the Dreams cycle dramatizes a particular epoch in the ongoing cultural collision between North America’s native peoples and its European colonizers. The books are rich with Norse, Huron, Iroquois, and Inuit myth; are filled with excursions into Catholic theology and European history; and contain beautifully observed descriptions of landscape, clothing, and weapons. In 1991, Vollmann predicted it would take him “at least ten years” to finish Seven Dreams. Twenty-three years later, he still has three books to deliver. He has written, and published, the cycle out of order, admitting that his work on the project has often been “so sickeningly depressing” that he has “deliberately interrupted the work” by writing other—often longer and equally depressing—books. On top of that, his devotion to on-site research has forced him to expensively travel to and inhabit the varied landscapes of his fictional dreams, sometimes at great personal peril. While researching The Rifles, his sixth Dream, which concerns John Franklin’s doomed quest to find the Northwest Passage, Vollmann almost froze to death in the Arctic.
Not all of Vollmann’s Dreams are successful. Argall, the fourth and most recently published Dream, about Pocahontas and John Smith, is written in an exhausting parody of Elizabethan language. At their worst, Vollmann’sDreams read like the 4 a.m. ravings of an insomniac associate professor of history in the middle of Nebraska. At their best, the Dreams have an unstoppably mad Melvillian energy. While Vollmann’s earliest books were spastic and quick-cutting—more like textual slide shows than proper stories—the Dreams are finely crafted watchmaker novels. Every volume has a narrative of daunting complication, corrals unimaginable amounts of historical research, and contains a present-day travelogue narrated by William the Blind, aka Captain Subzero, aka Vollmann himself, who considers his Dreams “simultaneously fiction and nonfiction.”
Vollmann told me that Viking, which has been publishing his Dreams for decades, was currently “sadly contemplating” the publication of The Dying Grass, volume five, about the Plains Indian wars of the late nineteenth century. For the first time in Vollmann’s career, Viking had begun to impose page limits in his contracts. For The Dying Grass, the page limit was 700. “I gave them 2,100 and they weren’t super happy,” he said, “so I corrected it to 2,300.” According to Vollmann, the book is composed mostly of dialogue. “It looks like a concrete poem,” he said, “because I treat the printed page as a stage. Since we read from left to right, there might be dialogue which is occurring, say, on the left-hand side of the page, and then maybe in the middle part of the page people are thinking what they actually think as they talk to each other.” It sounded a bit like William Gaddis, except more insane. I asked what would happen if Viking rejected it, which Vollmann knew was a possibility. He shrugged. “If they want to reject it, they can. Of course, I will be quite sad and worried about making a living.”
The other defining event of his early career happened while he was covering the Bosnian War for Spin magazine in 1994. Vollmann was traveling in a rental car, near the city of Mostar, with his interpreter and a childhood friend who, like Vollmann, was a freelance journalist, when their car either hit a land mine or came under sniper fire. Vollmann’s memory of the incident is clouded by trauma, but he remembers “two sharp reports and small holes in the windshield.” One of the bullets, Vollmann believes, struck one friend in the heart, while the other struck his remaining friend in the head. Afterward, he said, Muslim snipers came running down the road, laughing and waving their rifles. Vollmann sat in the back seat, convinced he would be next. When the snipers realized Vollmann was an American, and that the men they had just shot were not Croatian saboteurs but journalists, the mood very rapidly changed, and the Muslims began to suggest to the still-dazed Vollmann that his friends had hit a landmine. When the American ambassador and Vollmann returned to the site the next day, “the authorities there had prepared some kind of a diagram saying it was a mine trap, there were these two mines. The car looked much worse than I remembered it.” He suspects all this happened to avoid an embarrassing international incident, as the Muslims of Bosnia were greatly hoping for American protection. “They just made a mistake,” Vollmann told me. “It was no one’s fault.” Rising Up and Rising Down is dedicated to the memory of Vollmann’s friends, and his account of the incident in that book is as elegantly horrifying as Orwell’s account of being shot in the throat in Homage to Catalonia.
The best piece in Last Stories, his new book, is “The Leader,” a lightly fictionalized third-person account of Vollmann’s return to Mostar 20 years after the incident that claimed his friends’ lives. It’s often harsh and unsparing: in it, the brother of Vollmann’s childhood friend, here called Ivan, attacks Vollmann’s stand-in for having had the misfortune to survive. “And now you’ll cash in,” the grieving brother predicts. “You’ll have your dramatic story.” Vollmann declined to discuss much of this with me, due to the poor relations he continues to have with the families of his dead friends (to which he seems forlornly resigned), but he did say he was pleased with the note of hopefulness that creeps into “The Leader” ’s last few lines, which provide a rare glimmer in a book whose skies are otherwise gray and unbroken.
That he’d write such a crepuscular book isn’t a wild surprise. In 2004, he had a serious bike accident, and later that year suffered the first of several strokes, which left him unable to read, write, or speak properly for months. (Vollmann believes they may have been brought on by work- and finance-related stress.) It took three years for Vollmann to feel normal again, after which his beloved father died. In the aftermath of all this, Vollmann found himself staring into what he describes in Last Stories as his “lovely wall of ill.”
The Vollmann of the early books was a bomb-throwing polymath determined to bring the novel, with its many formalities, to its knees. Last Stories is something else. There are ghost and horror stories here, parables, tales, and tender, more memoiristic stories, all enriched by Vollmann’s travels to the Balkans, Scandinavia, Japan, Trieste, Bohemia, Buenos Aires, Mexico. It’s less a story collection than a dozen interrelated mini-novels wrapped around various continents. Many of the stories have an antiquated, vaguely middle-European feel to them. Back in the early ’90s, one would have hardly imagined the author of You Bright and Risen Angelsor The Rainbow Stories to one day seem so continental, so old-fashioned, but then Vollmann describes something fantastical, such as the Madonna descending into Hell, and he reminds his readers how capable he remains at launching the champagne cork of his imagination clear across the room:
Through those depths Our Lady now flew, her alabaster face downcast, her lips parted as if she might even breathe, and amidst shiny ebony snails and pale green night-leaves she found both Lilith, who had been stalking a child’s nine-hundred-year-old beetle-sized ghost, and Giulia, who was cowering in a temporarily vacant vampire hole. Gathering them both up into her arms, so that they nearly warmed the still Christ child she also carried, the Madonna ascended three hundred and thirty-two flights of stairs, each step paler and less nitrous than the last.
Vollmann has never been one to make the grotesque lyrical. When one of his characters in Last Stories makes love to a skeleton, he imagines his way through the procedure, painful abrasions and all. While there are numerous resurrections in Last Stories, what happens after the moment of death remains a mystery even to his dead. As one of Vollmann’s resurrected characters complains of the living: “It upsets me that everyone up here mentions the future so unemotionally. Why don’t they scream death, death, death?”
Vollmann stressed that in writing Last Stories, he really wanted to face up to death’s psychological challenges. Death, he said, “is nothing, and therefore the only way we can engage with nothing is to personify it … to invent.” For Vollmann, facing up to the inevitability of death involves remembering the orange he ate in his Bosnian rental while his friends sat dead in the front seats. “It was a hot day,” he said. “I was really thirsty. I ducked down and I was peeling one of these oranges and thought, ‘This is probably the last thing I’m ever going to eat.’ ” Twenty years later, when he gets upset about something, he wills himself to remember that orange and the strange reassurance it offered. Any type of permanent consciousness in the afterlife would, he believes, inevitably devolve into torture, and there would be no parting orange to leaven it. Consciousness is to our mortality what beer is to Homer Simpson: the cause of, and solution to, all our problems.
“Where does consciousness come from?” Vollmann asked, and it took me a moment to recognize he really was asking. I told him I didn’t have the faintest idea. Neither did Vollmann. “It makes no sense to me. None of it makes sense. It’s all preposterous, no matter how I look at it.” I reminded him that his first novel, You Bright and Risen Angels, seems to suggest that the collectivist social intelligence of insects might be preferable to the disquieting solitude of human intelligence—and it was possible that Vollmann spent more time alone in his head than any other living American writer. “Maybe,” he said, “it’s not so bad to be a social insect.”
The next morning, Vollmann’s model, Lindsay, arrived by bus from San Francisco for her session. “Hey, Goddess,” Vollmann said warmly. “Did you bring a robe?”
Lindsay, a former exotic dancer in her mid-thirties, had not brought a robe. Vollmann suggested that she wear one of Dolores’s robes. “Dolores doesn’t mind,” Vollmann assured her. “She likes it.” While Lindsay went off and changed, Vollmann asked me if I wanted to pick out the music for today’s session. That meant digging through the twin towers of Vollmann’s compact-disc collection. Vollmann’s tastes ran to classical and ’70s-era thought rock: Bowie, Randy Newman, Jethro Tull. After looking through his discs for a while, I said Lindsay should probably pick the music. Once she came back out, barefoot in a thin black and white dress (“You look much prettier in that than Dolores does,” Vollmann said, “but how could you not?”), she popped Lou Reed into Vollmann’s Silurian disc-playing boombox.
He arranged before him the three paintings of Lindsay he was currently working on. One was a portrait, one was a nude, and another was a more impressionistic rendering of her as a gold-sequin-clad angel. All would receive “another layer” today. He’d been at work on these pieces for several months; he’d seen Lindsay at least six or seven times in the last year. Lindsay was a professional sitting model these days; when I asked how many people she sat for, she laughed and said, “Quite a few!”
Then Vollmann began painting. Once again, he told Lindsay she looked beautiful. How salacious—how Terry Richardson—this must sound: an artist repeatedly telling a younger model how beautiful she looks while he paints her in his studio. But it didn’t feel that way to me, and Lindsay pretty clearly adored Vollmann. The afternoon before, at lunch, Vollmann told our waitress he had a question: “How did you get so darn beautiful?” Our waitress, an utterly normal-looking person, laughed and thanked Vollmann for noticing. It felt like a dorky, sweet encounter, but, again, I have no idea how it felt from her end. A man who constantly compliments women could be seen as wielding power over them, especially in social situations shaped by payment or gratuity, which I think is true whether we as men are aware of it or not. “I’ve never seen a woman who isn’t beautiful,” Vollmann said, as he painted. “When I talk to guys who say they had to dump their wives when she turned forty, I always think, ‘Why?’ ” Vollmann would keep on living in his world of clumsy, sword-bent gallantry.
Vollmann’s attitude about how he’s perceived by others is simple. He doesn’t care. Here he is, painting a naked woman in front of a journalist. Whatever you think that indicates is of no concern to Vollmann. I will admit to finding this calculated diffidence seductive. The morning before I visited Sacramento, I habit-checked my Amazon ranking on a book that came out seven months before and helped a friend fretting over the precise wording of a tweet he wanted to send to his 400 followers. Twitter, Amazon, Facebook: so many writers have turned to these platforms and opportunities, if only out of grim self-promotional necessity. They allow us the illusion of tracking the fortunes of our careers in something close to real time. It would be interesting to find and interrogate the first American writer who thought this would be a good idea. When I told Vollmann how impressed I was by his determination to write exactly what he wanted, with no fear of reprisal, he shrugged and said, “I’m sure it helps that I’m not on the Internet and I don’t know what they say.” Writing is as much a struggle to control what gets into one’s head as it is to transform what comes out.
Now Vollmann was mixing up the acrylic paint—mostly blues, whites, and yellows—he’d use to touch up Lindsay’s hair. During their last session, he said, “I didn’t worry at all about color. Just tone.” Vollmann peeked around his canvas at Lindsay. “Goddess, what do you think is your most beautiful feature?”
Lindsay thought for a moment. “I think my nose.”
Vollmann was using a thin brush to add some blue shadow along his Lindsay’s jawline. “And why is that?”
“Because I used to hate it, but then I figured I’d better like it, because it’s in the middle of my face.”
Vollmann laughed. “That’s a good reason.”
She asked him what his favorite part of his body was.
“I think my hands,” Vollmann said.
“You have nice hands.”
“I know!”
Now Vollmann was working with yellow and blue to capture the light on his Lindsay’s face. “What’s the worst thing that ever happened to you as a stripper?”
Lindsay sighed. “I’d have to sit down and make a list.”
I asked if either of them had seen George W. Bush’s recent self-portraits and dog paintings. To my surprise, neither of them was aware that Bush had been painting. To my even greater surprise, both voiced their unwavering support for George W. Bush, Water Colorist. “Good for him!” Vollmann said. “I try to separate the art from the artist,” Lindsay said. Suddenly Vollmann was urging me to set up an easel next to him and paint Lindsay, who was now naked, for myself. I thought: Why shouldn’t Bush paint? Why shouldn’t I try?
With a fine brush, Vollmann was lining the underside of his Lindsay’s breasts with blue paint. “You look at someone’s skin,” he said, “and you realize, ‘Oh, there are way more colors here than I thought.’ ” He took a break, and when I looked at the paintings again, ten minutes later, I noticed they seemed different. Vollmann was across the room, in his kitchen. “The tones changed,” he called over. “It’s the most fascinating part of this. As things become less liquid, everything—all the colors—shift around.” He uncorked a bottle of Ardbeg whiskey. “Well, Tom—what could be better than this? Kicking back in an air-conditioned room and looking at a beautiful woman?” He poured us both a dram and walked back over. “Now, Goddess,” he said to Lindsey, “how about stretching out your beautiful arms?”

 

– Notebooks – Tennessee Williams (versión original en inglés)
Estado: nuevo.
Editorial: Yale University Press.
Editor: Margaret Bradham Thornton.
Precio: $500.
Tennessee Williams’s Notebooks, here published for the first time, presents by turns a passionate, whimsical, movingly lyrical, self-reflective, and completely uninhibited record of the life of this monumental American genius from 1936 to 1981, the year of his death. In these pages Williams (1911-1981) wrote out his most private thoughts as well as sketches of plays, poems, and accounts of his social, professional, and sexual encounters. The notebooks are the repository of Williams’s fears, obsessions, passions, and contradictions, and they form possibly the most spontaneous self-portrait by any writer in American history.
Meticulously edited and annotated by Margaret Thornton, the notebooks follow Williams’ growth as a writer from his undergraduate days to the publication and production of his most famous plays, from his drug addiction and drunkenness to the heights of his literary accomplishments. At one point, Williams writes, “I feel dull and disinterested in the literary line. Dr. Heller bores me with all his erudite discussion of literature. Writing is just writing! Why all the fuss about it?” This remarkable record of the life of Tennessee Williams is about writing—how his writing came up like a pure, underground stream through the often unhappy chaos of his life to become a memorable and permanent contribution to world literature.

 

– Perfidia – James Ellroy
Estado: nuevo.
Editorial: Mondadori.
Precio: $500.
Seis de diciembre de 1941. Estados Unidos se encuentra al borde de la Segunda Guerra Mundial. La última esperanza de paz salta por los aires cuando los escuadrones japoneses bombardean Pearl Harbor. Hasta ese momento, Los Ángeles ha sido un refugio inestable para los americanos japoneses, pero ahora la locura de la guerra y una creciente escalada de rencor se apoderan de la ciudad. En este ambiente de miedo y sospecha, el hallazgo de los cuerpos sin vida de una familia nipona de clase media pondrá sobre el tablero a una multitud de personajes: el astuto y ambicioso capitán del departamento de policía William H. Parker, el brillante químico forense japonés Hideo Ashida, una jovencísima y atrevida Kay Lake, el ex boxeador Lee Blanchard, el policía Bucky Bleichart y el detective de homicidios irlandés Dudley Smith, todos ellos viejos conocidos de las novelas anteriores de Ellroy.
Con Perfidia, Ellroy regresa a los escenarios de su ciudad natal y al universo de su famoso Cuarteto de Los Ángeles, y nos presenta a muchos de sus personajes -ficticios y reales- cinco años antes de aquello. Perfidia es el primer volumen de lo que será un nuevo cuarteto que recorrerá toda la Segunda Guerra Mundial.

 

 – Vivir afuera – Fogwill
Estado: nuevo.
Editorial: El Ateneo.
Precio: $300.
Apenas unas horas en la vida de sus personajes le alcanzan a Fogwill para trazar un mapa descarnado y a la vez fascinante de la Argentina de las crisis. Desplazándose entre el conurbano y la capital, Vivir afuera habla de los territorios más disímiles: el sida, los negocios políticos, las distintas formas que asume la locura, la nueva relación entre policía y delito, las secuelas de Malvinas, el nuevo y el viejo periodismo, la expansión de los cultos evangelistas entre los sectores pobres y también, por qué no, de literatura. Los personajes de Mariana, Gil Wolf (que juega todo el tiempo a convertirse en alter ego del autor sin terminar de serlo nunca), Saúl, Pichi y la Susi -cada uno desde diferentes lugares sociales, a veces enfrentados entre sí- forman parte de un mundo en el que el sexo, la droga y la violencia son la manera más habitual de comunicarse. Todo desde una mirada que mucho tiene de impiadoso y de incorrección política y que es la marca de estilo de un escritor que se ha ido transformando en imprescindible. La falta de concesiones de esta notable novela es a la vez un desafío y un incentivo para aquellos lectores que busquen reencontrarse con una obra con destino de clásico.
Fogwill
(un cuento narcoprostibulario para niños de 4 a 6 años)
Hace una semana paso por la Cuspide de Santa Fe casi esquina Callao.
Entro a buscar algo preciso, concreto. Una de esas pocas novelas argentinas de estos últimos 30 años a las cuales se la puede acusar de ser una novela. Literatura de la buena
La media de la literatura argentina es lamentable.
El grueso una vergüenza.
La buena una excepción.
Ok.
Mi novela esta en camino así que espero con eso al menos mejorar un poco el promedio para arriba. Aunque con tanta chica y chico palermitano y provincianos viviendo en capital escribiendo tan mal ni si Borges publicara hoy Ficciones lograría elevar un poco el nivel general de la peripatetica literatura argentina.
Bien.
Estoy enojado.
Escribiendo en caliente.
Porque tengo que seguir laburando todo el día y si no me saco el veneno de encima me voy a volver loco.
Entre la semana pasada a Cuspide de Santa Fe y Callao en busca de Fogwill. De su novela Vivir afuera.
Hasta hace unos meses atrás tenían varios ejemplares y baratos.
Consulto.
Me dicen que no y se desentienden de mi.
Stop.
Repregunto e interrumpo el laburo del empleado que ya me había descartado y queria cobrarle el librito pelotudo que estaba comprando una mina.
Ok.
Te podes fijar en el sistema si hay ejemplares en otra sucursal.
Se fija.
Hay en dos.
Le pido que me traiga a esta sucursal todos los que hay.
Me mira sin entender.
Los quiero todos.
Lo quiero a Fogwill.
Es una gran novela.
Pedí que te traigan todos los ejemplares para esta sucursal.
Me dice que no puede. Que no se los van a enviar. Pero que puede que si pide le envíen uno.
Le pido que lo pida.
Y le consulto en que otras sucursales hay.
En Ramos hay 4  y en Cabildo hay dos.
Pide uno, le doy mi teléfono para que me avise cuando llegue y me voy.
El domingo viaje luego de mucho tiempo al Conurbano.
Hace tiempo que no piso el Conurbano. Que no quiero pisarlo.
La última vez que lo hice fue una noche horrible.
Ok.
Por ir tras el rastro de una gran novela de Fogwill hago el esfuerzo y voy a Ramos Mejía el domingo a la tarde.
Levanto todos los ejemplares que hay en esa sucursal y desaparezco. Huyo del Conurbano y sus demonios.
Ok.
Faltan los de Cabildo.
Voy el lunes al mediodía.
Cerrado.
Luego me quedo sin liquiidez.
Cero peso.
Así que Quique me va a tener que aguantar unos días para que lo rescate de esa librería de Belgrano tan sin honda como un chupetin de caca de chiguagua.
Ayer me dejan un mensaje en el telefono.
Llego Quique a Santa Fe y Callao.
Hoy me levanto a las 6 de la mañana.
Leo Peter Matthiessen una hora y luego me pongo a laburar.
Salgo a la calle temprano.
Voy a Los Cachorros en Parque Centenario a comprar unos libros y a charlar con su dueño, un viejo lobo de mar.
Gasto mas guita de la que devía.
Estoy casi en cero nuevamente.
Pero tengo merca de la buena.
Y falta Fogwill.
Si falta Fogwill no es merca tan de la buena.
Vamos por Quique.
Se lo que vale esa novela.
No estoy hablando de guita.
La puta de esa novela es inolvidable.
Es literatura 100%.
Ok.
Voy cargado de libro y traspirando y tambaleandome por el peso en busca de los restos diurnos de quicoteputochillon.
Llego a Cuspide.
Saludo al empleado que me atendió la otra vez.
Le pido mi libro que me trajeron de otra sucursal.
Lo busca. No lo encuentra.
Aparece otro empleado que me dice que me conoce pero no sabe de dónde.
Le digo que no lo conozco.
Me mira y dice si estaba en la Feria.
Sí, trabaje en la Feria.
Consulta qué pasa y le explica su compañero que me trajeron un libro de otra sucursal, que el lo vio y que ahora no le ve.
El supuesto encargado busca en el sistema.
Me dice que el libro se vendió hace dos días.
Le digo que me llamaron ayer.
Se vendió, me dice el supuesto encargado y sigue con su laburo.
Y su compañero sigue con el siguiente cliente para facturar un librito.
Ok.
Cuando buscas un libro jamas tenes que creerle a un empleado de librería ni al sistema. Tenes que arremangarte y empezar a dar vuelta la librería y encontrarlo vos mismo.
Busco. Lo busco a Fogwill. Y no lo encuentro.
Vuelvo a la caja.
Pasa un cliente, otro cliente y un tercero y yo parado frente a la caja como si fuera una mosca molesta que anda sumbando en el aire y lo mejor es ignorar.
Le digo al de la caja, disculpame, quiero mi libro.
Me dice que se vendio y sigue facturando.
Bueno hay dos en Belgrano traelos para acá.
Y en lugar de enmendar el error de haber vendido la librería un libro encargado para mi y remediarlo rapidamente llamando a otra sucursal para que me traigan el libro ya sigue facturando libros boludos y me hace esperar cuando sabe que me ha hecho ir al pedo para retirar un libro que no estaba.
Y me caliento.
Y empiezo a los gritos.
Que quiero a mi Fogwill.
Que quiero que enmenden su mal trabajo ya.
El supuesto encargado me pide que no grite.
Cuando me vuelvo loco y me pongo a gritar si me pedis que no grite solo puedo volverme más loco y gritar mas fuerte.
¡Quiero a Fogwill ya!
Solucioname el problema ahora.
Hay ejemplares en otra sucursal traelos ya.
Y el encargado se me para de guantes.
Nos miramos. Tenemos las caras pegadas y sus puños cerrados y me pide que me retire ya.
Yo no se pelear.
Pero evalúo la posibilidad de que me pegue.
El problema lo va a comprar el si me pone una mano encima no yo.
Me acusa de que le estoy faltando el respeto.
Y le retruco que ellos me faltan el respeto trabajando mal y haciendo ir a buscar un libro que cuando lo quiero retirar ya lo vendieron a otro y en lugar de solucionarme el problema trayendo otro ejemplar de otra sucursal se desentienden de mi y pasan a otra cosa.
Y sigo gritando y el tipo que me quiere arrancar la cabeza para que no siga getoniando a los gritos que son unos incompetentes.
Y finalmente me voy a buscar el documento a la esquina que Randaso me dijo que ya lo tenia cocinado y vuelvo a casa enfurecido y te cuento este cuentito.

 

Dmitri Shostakovich
Lady Macbeth of Mtsensk 

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com


Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo XVI

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
XVI
Así habló Zaratustra en Ayacucho 341 séptimo cincuenta y seis

 

Para el ensayista y docente Hernán Sassi que me dio la clave del título de este relato.

 

“Vivimos para nada. Después, morimos y todo se termina. ¡Qué reconocimiento! ¿Qué nos puede salvar? Sólo saber que hemos vivido sin expectativas ilusorias, incluyendo la de que algo nos pueda salvar. Pues el templo de nuestras simulaciones se derrumbará al final, y caerán sus piedras provocando muerte (como ocurre al final de esta novela), pero esto no se deberá a la fuerza bruta y ciega de un Sansón que se pone a sacudir sus columnas, sino a un arte, a una música surgida de un órgano que alguien toca con determinación tras activar sus registros; que alguien toca, al fin, de un modo insensato y despreocupado por los riesgos que supone su reverberación hasta que todas las piedras del vecindario comienzan a temblar.”
De la introducción de William H. Gass a la novela Los reconocimientos de William Gaddis

 

-I-
WALK ON THE WILD SIDE
Necesito tomar un poco de aire le digo a mi pinito parana.
Agarro la campera y salgo.
En la puerta me lo cruzo a Cacho y le digo qué haces campeón.
Es un dogo de Burdeos de mirada melancólica.
Camino.
Siento las piernas pesadas.
El tiempo me esta comiendo los pies.
Pero todavía puedo caminar.
Y arrastrarme.
Lo importante es seguir.
No quedarte quieto.
Miro. Observo. Pienso.
Kamy. 24hs. 15-3-129-1763
Camino. Veo.
Conejitas insaciables. 24 hs. Hoteles y domicilios. 15-845-2386.
Estoy cansado, las piernas ya no las siento.
Me chupa un huevo JP segui caminando no te detengas si te paras perdes.
Y miro.
Dinero ya!!! Por débito sin informes ni gastos. 4962-1846. Hasta $15000 a empleados estatales y privados que cobre sus haberes por bancos.
Camino. Veo. Observo.
Nuves negras:
Odontología integral Ramón Falcon. Centro de implantes y estética dental. Consultas sin cargo. Odontología de avanzada, al alcance de todos. Aranceles especiales. Niños y adultos.
Y pienso.
Odontología Ramón Falcon!!!
No es solo el nombre de una calle Ramón Falcon.
Es un simbolo de la disctaruda argentina del 76: el Ford Falcon.Y es antes que nada el nombre de un asesino de obreros y represor de luchas sociales y responsable de la Semana Roja del 1º de Mayo de 1909 donde asesino a cientos de obreros en las calles de buenos aires, las mismas que estoy caminando yo ahora y que el anarquista ucraniano Simón Radowitzky ajustició.
Ramón Falcon. Aranceles especiales para niños y adultos en odontología avanzada.
Se esta poniendo complicada la cosa.
En la puerta de Librería Hernandez me cruzo con un periodista de Página 12.
Es cliente y buen lector.
Me cuenta que ahora es un hereje porque se paso al ibook.
Le pregunto qué tal eso.
Me dice que esta bueno porque por poca plata podes leer lo que se te ocurra pero que hay una relacion con el objeto que no es lo mismo.
Y pienso.
Y le digo.
La diferencia entre un I-Book y un libro es la misma que puede haber entre una mina y una muñeca inflable. Con las dos se puede garchar. Pero no es lo mismo coger con una mujer que con una muñeca inflable. No se trata de una cuestion de tecnologia sino de que en el libro pueden quedar marcas imborrables de nuestro paso por él y en el i-book no.
Y hablamos por enesima bez de las malas politicas culturales que llevaron a esta país a se hoy un país tristisimo en relacion a la industria del libro.
Si yo fuera gobierno llamo a los dueños de las librerias El incunable de la calle Montevideo, Brujas de la calle Rodríguez Peña, El tunel de av. De Mayo y Arcadia de la calle Marcelo T. de Alvear, Los Cachorros de av. Díaz Veléz y les diria: ustedes saben de libros y yo se de su amor a la profesion, acá tienen recursos y en cuatro años cuando me saquen esto adelante volvemos a hablar, chau.
Sigo.
Camino.
Veo en lo que era el local de librería Libertador un tipo durmiendo.
Busco la caara en el bolsillo de la campera.
Me la olvide.
Qué cagada, JP, no te voy a poder sacar una foto.
Era muy buena esa foto.
Sigo.
No te pares. No cedas. Aguanta. Si ya volvés a casa no va a se bueno. bancátela, seguir caminando y si te quedastes sin piernas camina aprende a caminar con los dientes que te quedan. Pero por nada del mundo te pares. Si te paras perdiste como en la guerra.
Sigo.
Camino.
Lou Reed canta Walk on the Wild Side mientras ojeo el libro La relación médico-enfermo: Historia y teoría de Pedro Laín Entralgo editado por Revista de Occidente.
Suena mi celular.
Llegó el mensajito que esperaba.
Necesita la data de un libro.
Le mando un mensajito a este amigo agradeciendo la informacion y de paso le expreso mi alegría porque ahora sea él el director de una pelicula de la cual yo soy uno de sus autores intelectuales. El me dice que no, que no es el director. Yo que soy uno de los dos autores intelectuales de esa película te digo que sí.
Bien.
Sigo.
En Dickens charlo con uno de sus emplados que es del Conurbano como yo, creo que de Ramos Mejía.
Antes estaba en el local de av. De Mayo y Florida.
Siempre que salía de mi seción de análisis con Vanesa Otero entraba a charlar con él y él siempre me hacia el mismo chiste:
Ya fuiste a hacerte ver o estas por ir.
Y yo siempre le retrucaba lo mismo:
Mi analista te manda un beso y siempre me pregunta lo mismo cuando tu amigo se vas a acordar de ella y te das una vuelta.
Le cuento que me separe, que extraño a mis gatos con la misma angustia que él podria extrañar a sus dos hijas si mañana se separara de su mujer y que mi situación financiera es horrible.
Ok.
Seguimos camino.
Todavía no vuelvas a casa.
Aguanta.
Aguanta.
Vamos, aguanta.
Y entro en Brujas.
Lo saludo a Vigote.
Charlamos y me convida un mate.
Esta contento porque se va a Japón a ver a River.
Y me alegra que este contento porque es un buen tipo.
Y en la vidriera tiene los 4 tomos de Las mascaras de Dios de Joseph Campbell.
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-II-
FABULA DEL COCODRILO QUE SE DURMIO Y AHORA TRABAJA EN UN LOCAL DE PRÜNE 
¡Que bueno! Abro los ojos y descubro que sigo vivo y que la tierra da vueltas y que el chacho alvarez esta vivo – ¿sigue vivo ese traidor cobarde poco hombre que llevo al gobierno a flamarique y luego se fue a tomar un cafe al varela varelita y si te vi argentina no me acuerdo y como digo una cosa tambien te digo la otra el chacho es un leon en la cama y lo se porque mama conocia a la amante de el cuando este procer era vice ?- y que al cabezon duhalde nadie le reconcoe que cuando todo se incendiaba el agarro las papas y se quemo las manos con randazzo que le dio al nestor la balita para pnerle en la cabeza – pero yo cabezon no me burlo de vos se que cuando dijiste la famosa frase de los dolares hiciste bien en decirla porque era lo unico que se podia decir para garantizar la boveranbilidad y por otra parte vos no les mentiste a nadie los ahorristas con sus dolares que habian perdido se habian mentido a si mismo asi que dualde yo te respeto porque ahi demostraste ser un estadista y tener oido para escuchar – y me perdi por donde iba… ah que seguía vivo la puta madre que los pario, bien bien bien, como te decia, ya estoy con el mate y el pucho y laburando y escribiendo estas meditaciones desde mi trinchera de la Primera Guerrra Mundial para calmar la angustia, y abro los ojos y se me ocurrre la siguiente prengunta ¿si viera todo mi trabajo grafico y escrito de estas ultimas semanas duran barba que pensaria? y por que duran barba deveria leeerme a mi porque yo sabia hace dos años gracias a que se leer que Daniel scioli es el nuevo presidente y cristina tambien lo sabia, obvio, los que no lo sabian son los chcios del boliche de la puerta de la puerta de casa, abajo, siente piso mas abajo , en ayacucho a media cuadra de corrientes hay un local de la campora y les digo chicos de ayacucho, yo, que ago horas extras de scort independiente traviesa disfrazado de cristina para ver si logro llegar a redondear un sueldo que hay que laburar chicos no puede ser que siempre que paso esta cerrado, no no no, asi no va, laburen loco, como el local de la campora de parque centenario de campichuelo que yo lo veia abitualmente porque la libreria funcionaba en paasaje centenario en una cuadra donde tenia el honor de ser el chabo del ocho y tambien siempre cerrado ese local de caballito, no hay que trabajar como andres el que viene una vez al mes, no no no, hay que trabajar todos los dias, porque hoy es para ustedes tiempo de vacas gordas pero yo que ya soy viejo y vi por lo menos cuatro veces a la argentina undirse en el infierno, te digo, les digo, chicos campora, mis venicnos de ayacucho laburen si lo unico que tienen que hacer hoy es sentarse a tomar mate en el local y comentar con los cumpas – ¡como me rompe las pelotas la palabra CUMPA, cada vez que la escucho mi mano instintivamente siempre va a buscar la Luger del abuelo que calzo dia y noche – si lo viste anoche o no a tinelli – y yo trabaje en un sindicato perotnista , trabaje para ATUNA, sindicato de no docentes de IUNA, asi que algo conosco, tomas mate, chateas, vas al baño a cagar y tenes que hablar con energumenos que lo unico que le interesa es saber que va a comprar el sindicato de no docentes del IUNA para el dia del padre o de la madre – no se duerman miren que esto es argentina y en el teercer mundo cualquier cocodrilo sabe que si se duerme lo hacen una carterita de PRÜNE.
-III-
ES INCREIBLE LA CARA DE PELOTUDO DE ESTE TIPO QUERIA PONER SOBRE LA CARA DE MACRI LOS OJOS DE SEVERINO DI GIOVANNI Y ME DI CUENTA QUE LA FUERDA EXPRESIVA DEL PELOTUDO LE DAVA AL COLLAGE UNA POTENCIA QUE LA MIRADA DE DI GIOVANNI NO LE PODIA IMPRIMIR LO CUAL ME HA LLEVADO A MEDITACIONES OSCURAS Y PRESAGIOS PEORES
Ya se habla en todos los diarios
De: mauricio@mail128-10.atl41.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado: miércoles, 05 de agosto de 2015 04:39:13 a.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
Hoy publiqué en Facebook el pedido para que que los que me votan publiquen la foto de “Yo lo voto” en Facebook, Twitter o Instagram.
Acá tenés el link.
Y parece que a la prensa le interesó mucho:
Cronista: Cierre de campaña virtual: Macri pide que sus seguidores invadan las redes con su foto
Ámbito Financiero: Macri cree en impacto virtual como última chance por votos
La nueva gazeta de Buenos Aires: CON MACRI CERRAMOS TODOS
El Diario Noticias: Macri cierra su campaña por Facebook y Whatsapp
Política Argentina: Macri cerrará su campaña vía redes sociales
La Tecla: Macri cerrará su campaña en las redes
La Noticia 1: Scioli, Macri y Massa cierran campañas (Provincia de Buenos Aires)
Letrap: Macri cierra su campaña en tres municipios del norte del conurbano (Provincia de Buenos Aires)
Terra: Candidatos a primarias argentinas refuerzan su juego en las redes sociales (Provincia de Buenos Aires)
Corrientes Online: Macri cierra la campaña con vecinos con fiscales y en Facebook (Corrientes)
La Arena: Macri, Sanz y Carrió cierran campañas (La Pampa)
Diario Jornada: Referentes de Cambiemos cierran sus campañas (Chubut)
El Liberal: Tecnópolis, Facebook y un microestadio, las opciones elegidas para el cierre de campaña (Santiago del Estero)
Quedan dos días para el cierre de campaña.
No te olvides que el jueves a las 17:00 vamos a tratar de publicar
esta imagen en Facebook y Twitter todos a la vez.
Es muy importante
Abrazo!
Mauricio
‪#‎YolovotoaMM
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-IV-
hay algo en el rostro de severino di giovanni que me recuerda al guitarrista aleman de la banda de nick cave los vad seeds

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-V-
He visto morir…
Por Roberto Arlt
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
“..de acuerdo a las disposiciones… por violación del bando… ley número…”
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
“..artículo número…ley de estado de sitio… superior tribunal… visto… pásese al superior tribunal… de guerra, tropa y suboficiales…”
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
“..estamos probando… apercíbase al teniente… Rizzo Patrón, vocales… tenientes coroneles… bando… dése copia… fija número…”
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
“..Dése vista al ministro de Guerra… sea fusilado… firmado, secretario…”
Habla el Reo.
-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor…
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.
-VI-
miren atentamente esta foto. ¿no ven nada? ¿Nada? ¿quién es la de flequillo con ojos de loca que asoman por detras de la sonrisa inolvidable de Mauricio?
sí, papurro, con el flequillo de Lisa Ann y la sonrisa de Mauricio soy igualito a cristina. yo sabia que le hiba a encontrar la vuelta a la cosa. papito, ya no vendo mas libros, al carajo los putos libros, a partir de esta noche me trasvisto de cristina y atiendo full time en ayacucho, arancel promocional $500-, chupada sin globito, cola $100 mas y diez pesos cada forro y la bebida hasta que haga un poco de liquidez y te la pueda vender yo te la podes traer vos.
te espero. soy caliente, fogosa y me entrego al placer sin restricciones. soy inteligente y me gusta conversar y pasar lindos momentos. y me gusta que el otro sea feliz.
veni, proba a esta madurita que esta a punto caramelo.
veni, conoceme y vas a aprender a gritar peron con ganas
veni, te estoy esperando, no puedo más
y si soso muy muy perverso y muy muiy rebentado
me puedo poner un vigote
y la camiseta de boca
y hablarte de osho
y de como las chinas le tiran la goma a papá
quien es papá
el que ahora es amigote de los k
y hace unos años atras fue
el que hizo mierda
el correo argentino
deuda que nunca pago
y que tuvieron que pagar los argentinos
que laburamos
mientras este viejo hijo de puta
cuenta en las revistas
lo vien que las masajistas chinas
te chupan la pija
un beso ahi justo ahi
cristina liefeld
____________________________________
Francisco Giarcovich me tienta, pero eso si, lavate un soncillonca, si no, no
Juan Pablo Liefeld tengo uno especial para vos, francis, uno todo lleno de agujeritos que lo tengo desde los 11 años, mira si me conocera el sinverguenza ese y como sos un amigo a vos te hago precio hacemos 700 redondo hora y media con o sin forrito y si queres de yapa me podes acabar en la boca toda toda toda esa lechita de tigre de cereales kellogs que hay en vosFrancisco
Francisco Giarcovich mmm delicia
Juan Pablo Liefeld ay, que poco expresivo que me salio el tigresito kellorgs, me gustan los hombres timidos porque una vez que estan colgados de la mamadera son los peores
Francisco Giarcovich Oh Juan Pablo Liefeld, solo escuchás a tus pasiones! Los tigres en el fondo de los más inhóspitos desiertos, sentirían horror ante tus fechorías
Juan Pablo Liefeld no, me la bajaste papito, sos un pelotudo, ya estaba por acabar y vos con tu poca honda me la bajaste si queres garchar ahora la hora a vos te sale 1500
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-VII-
Falta solo un día y te necesito
De: mauricio@mail135-3.atl141.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado: miércoles, 05 de agosto de 2015 05:35:25 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
En promedio cada persona tiene en Facebook 205 amigos (depende mucho de la edad)
Si este jueves a las 17:00 conseguimos que los miles de voluntarios como vos publiquen la imagen que te envié diciendo que me votan, cubrimos la Argentina varias veces.
Por eso, es muy importante que reenvíes la siguiente foto a todos tus amigos que estén con el cambio, uno por uno, para que ellos también la compartan el día jueves en sus cuentas de Facebook, Twitter y/o Instagram.
No te olvides: Jueves 6 de agosto a las 17.00
TODOS en Facebook, Twitter o Instagram.
(Falta 1 solo día para el cierre de campaña)
Gracias por tu ayuda!
Mauricio
‪#‎YolovotoaMM

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-VIII- 
VILLA CELINA
acaba de pasar una clienta
hablamos
y llegamos a la revista el interpretador
y a Juan Diego Incardona
y me cuenta que su ejemplar
de villa celina
esta destrozado porque los chicos
se lo fueron pasando de mano en mano para leerlo
bien
es publico que a mi no me gusta lo que escribe
juan
pero tiene una vos propia y personal
y
eso es tener exito con un libro
juancito
que unos pibitos en una escuela
destrocen el ejemplar de la docente
porque se lo fueron pasando de mano en mano
para leerlo y que les alla gustado
-IX-
¡Ahora!
De: mauricio@mail100.us4.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado: jueves, 06 de agosto de 2015 09:29:27 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
Llegó el momento, Juan Pablo
A partir de las 17.00 publicá la foto en tus cuentas de Facebook, Twitter y/o Instagram
con el hashtag ‪#‎YolovotoaMM‬.
Miles y miles y miles de personas hoy mostrarán la confianza que tienen en cambiar.
Gracias!
Un abrazo,
Mauricio
#YolovotoaMM
Este collage es un homenaje al Ruso Norberto Verea que lo acabo de ver y escuchar en el programa de Matías Martin Linea de tiempo y una vez más luego de escucharlo lo único que puedo decir es: gracias, Ruso, por existir.

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-X-
PIER PAOLO PASOLINI
Ayer me encontré en un bar diciendo: Ricagno lleva a Pasolini hundido en la carne.
Alejandro Ricagno no es Daniel Link que lo lee a Pasolini porque es un saco que le queda brutal.
Ale tiene una relación visceral con Pasolini.
La relación de Daniel Link con Pasolini es la de un pajero con los videos porno que guarda en su computadora.
La relación de Alejandro Ricagno con Pasolini la de un amante insaciable con el gran amor de su vida.
Y es una pena que Ricagno no escriba un libro sobre la vida y obra de Pasolini, porque si el se sentara a escribir ese libro este se traduciria a todos los idiomas de la tierra y después de él no abría otro libro mas que ese como bibliografía fundamental sobre la vida y obra de Pasolini.
La última vez que lo vi a Alejandro fue en el bar Le Troquet y le dije que qera una pena que salvo un libro que se publico en Nueva York con sus poesías no existan en las librerias libros de él de poesía, ensayo, critica de cine. Y el se largo a llorar y me dijo que era un hijo de puta que le estaba cagando la vida y se largo a llorar y a gritar. Y se fue. Y volvió y me dijo: ahora me vas a tener que escuchar toda la noche por hijo de puta. Y estuvo toda la noche en Le Troquet parado al lado de mi mesa sacando cuadernos de su mochila llorando y leyendome sus poemas a los gritos.
Ese es Ricagno.
Lo conozco hace mil años.
Desde que era pibito.
Ricagno es el Macedonio Fernandez de mi generación.
Por eso te digo, a vos, si sos un pibito que esta dando sus primeros pasos en el mundo y tenes inquietudes reales con la literatura y el cine buscalo a Ricagno. Y vas a conocer lo que es tener un vinculo verdadero y pasional con el cine y la literatura.
¿Y dónde lo podes encontrar?
Simple.
Busca una noche cualquiera un bar de Buenos Aires que aun este vivo y ahí lo vas a encontrar a Ricagno.

-XI-
Introduccion a “Los Reconocimientos” de William Gaadis
William H. Gass
Había sido jefe de sección en Bloomingdale’s. Ése era uno de los rumores. En la actualidad, escribía bajo el pseudónimo de Thomas Pynchon. Ése era otro. Había tenido que pagarle a la editorial Harcourt Brace para que publicara Los reconocimientos y después, decepcionado y molesto por la recepción del libro, había hecho que destruyeran los ejemplares que no se habían vendido. Había muerto de disentería o alguna otra enfermedad humillante y turística a los cuarenta y tres años y lo habían enterrado bajo un árbol retorcido, en España, sin ninguna lápida. Uno de los más absurdos era el que sostenía que había trabajado como asistente de maquinista en el canal de Panamá y que había participado como mercenario en una pequeña guerra en Costa Rica. No parecía tener ninguna fuente de ingresos. Lo que hacía era vagar de un sitio a otro. Se convirtió en un personaje de libros firmados por un vagabundo. No. Trabajó para el ejército y se dedicaba a escribir los textos de los manuales de campo. No. Hizo guiones para películas que contaban/mostraban cómo desmontar y limpiar una escopeta. Algunos, con muy poca amabilidad, sugerían que había estado empleado en The New Yorker, donde su labor era comprobar que lo que contaban los artículos era cierto. Para nada, decían otros, es un autónomo innato. Y se convirtió en un fantasma que se infiltró en varias corporaciones mientras reunía el material para una novela sobre América y el dinero que tenía la intención de escribir algún día. Cuando John Kuehl y Steven Moore editaron una recopilación de ensayos sobre él, el autor homenajeado se volvió artista y, para la portada, se dibujó con un elegante traje y un vaso alto en la mano, pero sin cabeza.
En 1976, cuando su segunda novela, Jota Erre, ganó el National Book Award, sus admiradores, confundidos por el anonimato anterior de William Gaddis (que encaja tan bien con los diversos rumores ya mencionados), por lo juicioso de la fumata blanca y por los balbuceos habituales en los cócteles celebratorios, con frecuencia felicitaban a otro hombre, más gordo. Incluso The New Yorker, tocando fondo, atribuyó su tercera novela, Gótico carpintero, a esa misma persona, cuyo nombre es tan parecido al suyo. Sí. Tal vez William Gaddis no sea B. Traven, después de todo, ni J. D. Salinger, ni Ambrose Bierce, ni Thomas Pynchon. Tal vez sea yo.
Cuando me felicitaban, siempre me mostraba muy amable. Cuando me atribuyeron su libro por error, me sentí honrado.
Todas estas identificaciones equivocadas parecen formar parte de la escritura de William Gaddis, en la que la realidad ya ha sido secuestrada, pues ¿qué puede ser cierto en un mundo hecho de farsantes, apropiaciones indebidas, fraudes y patrañas? Sólo esto: que si tuviéramos dos puertas, en una habría un santón hipócrita y en la otra un charlatán disfrazado de estadista; que entre las reliquias más valoradas de nuestra tierra, si las hubiera, descubriríamos que el pulgar conservado en formol del santo de la localidad perteneció, en origen, a un borracho que vivía en el barrio y no tenía ni un céntimo, que el cuadro más estimado del museo es una falsificación, que las monedas antiguas que hace tiempo que coleccionamos son falsas y que el magnífico coche que acabamos de comprar es robado. Lo que escribió Rainer Maria Rilke sobre Auguste Rodin puede aplicarse sin ninguna duda al hombre que aparece en ese boceto sin cabeza: “Rodin era un solitario antes de que lo alcanzara la fama, y después quizá se volviera más solitario todavía. Y es que la fama, al fin y al cabo, no es más que la suma de todas esas equivocaciones que se reúnen en torno a un nombre nuevo”. En nuestro tiempo, extrañamente clamoroso a la vez que silente, ser un escritor famoso consiste en ser desconocido en todo el mundo. Del mismo modo, Los reconocimientos, la obra que envolvió a William Gaddis en una nube de confusiones cuidadosamente alumbradas, es un libro del que se oye hablar a menudo y con reverencia, pero que apenas se lee. Parece tener, como un faraón en su tumba, una vida subterránea, presumiblemente rodeado por otras cosas preciosas y protegido por una maldición.
Como Bajo el volcán, la excelente y oscura obra de Malcolm Lowry, Los reconocimientos necesitaba devotos que lograran que su existencia siguiera siendo conocida hasta que llegara el momento en que pudiese aceptarse como un clásico; pero convertirse en un libro de culto no es lo mejor que le puede pasar a una obra, pues en algunas ocasiones eso hace que se crea que sólo pueden admirarla quienes tienen un gusto especial. En este caso, se temía que se lo considerara una locura de libro con unos fans chiflados. De hecho, fue surgiendo un cierto culto, un culto en el mejor y más antiguo sentido del término, ya que lo formaban lectores a los que el encuentro con el libro les había alterado la conciencia, que habían percibido algo más que su evidente excelencia artística y que no reaccionaban ante la escasa atención que había suscitado meramente con la rabia resignada que suelen sentir quienes leen bien y mucho y desean que se trate a los buenos libros con justicia; se trataba de lectores que notaban desde lo más profundo de su ser que esta novela era un auténtico reconocimiento y podía producir esa célebre conmoción: que revelaba los mecanismos internos del mundo social como si éste fuera un reloj de níquel; que combinaba el pesimismo de sus percepciones con las afirmaciones del arte que, al mismo tiempo, él mismo modificaba y hacía progresar; y además, que su autor, aunque aquél fuera su primer libro, se preocupaba lo suficiente por sí mismo, sus objetivos y sus capacidades como para crear una obra maestra contracorriente y, por supuesto, contra todo pronóstico.
Comenzado en 1945 sin saber realmente para qué ni por qué, y escrito a rachas a partir de 1947, Los reconocimientos se publicó a mediados de los cincuenta, una década tan arrebatada por el éxito que no pudo percibir las señales de morbidez que el libro mostraba. Se dice que un compositor tipográfico se negó a continuar trabajando con ese texto y buscó el consejo de su sacerdote, quien le dijo que tenía razón en desistir. Como es natural, la novela ganó un premio por su diseño cuando fue publicada.
Su salida fue debidamente anunciada por cincuenta y cinco periódicos y revistas. Sólo cincuenta y tres de estas reseñas fueron estúpidas. En cualquier caso, las reacciones de los críticos ante el libro confirmaron su carácter y su calidad, ya que no sólo lo declararon ilegible y fluctuante y agotador y confuso, sino que participaron en las mismas artimañas que el texto documentaba y escenificaba. Habría sido pedir demasiado que leyeran, comprendieran y elogiaran una obra de ficción de la que formaban parte. También usted puede dejar su ejemplar, sin haberlo leído, sobre alguna mesa bien visible. Unos cuantos críticos confesaron que sólo pudieron llegar a la conclusión de la novela saltándose páginas. Bueno, ¿cuántos han llegado realmente a la última página de Proust, o han terminado Finnegans Wake? Y de todos modos, ¿qué significa terminar de leer Moby Dick? No empiece este libro con esa clase de esperanzas. Éste es un libro del que debería hacerse amigo. Lo acompañará durante toda su vida. Cuando lo termine, sólo será para empezarlo de nuevo.
Era un error, para alguien joven, ser tan ambicioso, pensaron los críticos; el resultado, sin duda, tendría que ser pretencioso, y se notaría la tensión por el gran esfuerzo. Si el autor se esfuerza para escribir su obra, el lector quizá también tenga que hacerlo para leerla, mientras que si el primero se dedica a pasar el rato con las palabras, el segundo puede relajarse y leer tranquilamente. Bueno, Los reconocimientos pesa demasiado como para que alguien pueda echarse la siesta con él en el regazo. (¿Cuánto pesa el que tiene usted entre las manos? Puede compararlo con la primera edición que, con sus 956 páginas, sale al ring con un kilo y cien gramos de peso, para descubrir cuánta sustancia le han extraído. Súmele unos treinta gramos por esta introducción).
Bueno, desde luego, era ambicioso, denso, largo, complejo. Su autor es un romántico, en ese sentido, y es evidente que está preocupado por crear una obra maestra; ¿cómo lograr la excelencia, sino intentando lograrla? No es habitual que uno comience a hacer un castillo de arena, una apacible mañana de verano —relajado, junto a una laguna azul— para —¡por Dios!— concluir —gracias a una serie de arenosos azares— una Alhambra llena de estanques al atardecer. El libro hablaba de embaucadores, de eso se daban cuenta hasta los más lerdos, y por lo tanto se veían a sí mismos, y por ello lo dejaban. No se trataba de un pasatiempo soporífero de una tarde larga y perezosa, sino de una denuncia de su falta de decencia.
Copiaron lo que decía la contraportada. Plagiaron las reseñas que habían salido antes. Cometieron miles de errores. Condenaron el tema, aunque no entendieron cuál era; detestaron la erudición, que consideraron pedantería; rechazaron el tono, aunque no lograron captarlo; criticaron con furia su punto de vista, cuyos propósitos criminales sospechaban. Uno tras otro alabaron a Joyce, un escritor que, según decían, era el verdadero McCoy, mientras que… Y sin embargo, si se hubieran visto transportados al pasado, habrían sido los primeros en lapidar al autor dublinés.
Hay quien cree que hay que mejorar la crítica, pero yo opino que la culpa es de la especie, que se rodea de mentiras y llama a esas mentiras cultura, del mismo modo que las ardillas construyen sus nidos con ramitas cortadas y hojas secas y después se esconden dentro. En cualquier caso, como observó el filósofo alemán Lichtenberg, cuando un lector se duerme sobre un libro y al chocar su cabeza con él suena a hueco, no siempre es el libro el que carece de cerebro.
Tras la confusión de su recepción inicial, Los reconocimientos fue dejado de lado salvo por unos pocos felices pero furiosos que habían descubierto que esa ficción sobre la naturaleza, el significado y el valor de “lo verdadero” era, en sí mismo, lo verdadero. Se rumoreaba que el propio William Gaddis había publicado un panfleto vituperando a los reseñistas de su libro y citando sus ilicitudes una por una. La verdad, cuando se encuentra rodeada de mentiras, como las falsedades, calumnias y tergiversaciones con las que he sazonado el comienzo de esta introducción (pues el “sí” se puede convertir en “no” pintándolo al óleo), va tomando su hedor y al cabo de poco tiempo no se puede distinguir de ellas. Gaddis se ganó la vida, en una época, comprobando la veracidad de lo que decían los artículos de una publicación. Trabajó en un barco bananero en América del Sur. No tendría ninguna importancia si no fuera porque los contextos corrompen. Los compañeros de cama muerden. Los chaqueteros son capaces de robar de sus propios bolsillos. El fraude es contagioso. Lo cierto es que un neoyorquino publicó, con el pseudónimo de Jack Green, tres artículos sobre los chapuceros reseñistas que dedicaron su talento a Los reconocimientos. Los llamó, sin andarse por las ramas, Fire the Bastards!,1 y Dalkey Archive Press ha sacado una cuidada reedición hace poco. Ahí, además de obtener muchos de los datos que ya he mencionado, me enteré de que uno de aquellos caballeros atribuyó el libro a William Gibson.
Un reducido grupo de admiradores mantuvo la obra a flote durante los siguientes veinte años, pero su rechazo, en mi opinión, fue debido a una serie de factores que tienen poco que ver con su supuesta dificultad o con la dudosa distinción de ser un libro de culto. Si uno quiere ser conocido dedicándose a la escritura, como los libros en sí mismos suelen tener una vida efímera, debe o bien cortejar a los medios y dejar que la publicidad actúe como su chulo, como hacía Truman Capote, o bien aferrarse como la hiedra a los muros de la academia, yendo de campus en campus como un canapé en una fiesta. Así, de un modo o de otro, uno puede aparecer en público con frecuencia y cosechar el aplauso de aquellos a quienes aplaudir no les cuesta nada porque no tienen otra cosa que hacer. Uno debe también leer su libro histriónicamente, o dar muestras de su trabajado ingenio y de su creciente comodidad, en programas de entrevistas televisivas. Y hacer reseñas. Sí, exacto, descender hasta las profundidades de los rivales, donde uno será considerado un tiburón más. Y participar en simposios, y dar entrevistas. Todo eso se va sumando a los textos escritos por uno y sobre uno que cualquier estudiante, crítico o estudioso debe consultar. Porque uno vale en función del número de entradas en que aparece su nombre en el catálogo de la biblioteca. Mientras tanto, también hay que enseñarles a los principiantes cómo ser un genio, apoyar profesionalmente a los alumnos más destacados e ir creando en torno a uno mismo, a lo largo de los años, un círculo de personas agradecidas cada vez mayor. De este modo, el prestigio de uno va creciendo con tanta firmeza como el tronco de un frondoso árbol.
William Gaddis, también conocido como Gibson, también conocido como Green, también conocido como Gass, no hizo ninguna de estas cosas que suelen hacerse para potenciar la propia carrera literaria, quedando, como dicen convenientemente los políticos cuando no quieren que algo los salpique, “al margen”. Fuera de foco. A un lado. Tampoco se dedicó a escribir un nuevo libro cada quince días sólo para demostrar lo fácil que es, ya que todos sabemos lo fácil que es, y lo deseable, puesto que de ese modo uno puede darle a sus nuevos amigos lo que están acostumbrados a recibir e ir a las fiestas, e incluso a las juergas, que organizan los editores, pues ¿acaso no somos todos viejos amigos?, y sus libros reciben cada vez más y mejores críticas. No hay que olvidar que los mismos chapuceros que condenan también están dispuestos a elogiar, por un precio.
El silencio se convirtió en su forma de estar y el exilio (como consecuencia) en su estatus. Consiguió salir adelante gracias a su astucia mientras iba recopilando material y construyendo otras tramas irritantes sobre la vileza de la gente, escribiendo otro largo libro sobre el mundo de los negocios y su obsesión por el dinero y su modo de funcionar basado en la manipulación y el engaño, componiendo un himno para Horatio Alger, una música hecha a partir de un discurso inane, confabulador, taimado, falso. Jota Erre funcionó más o menos bien en las librerías durante un tiempo y recibió el National Book Award, pero creo que fue menos leído que Los reconocimientos, menos disfrutado, y no causó, como es lógico, la misma sorpresa. Además, aunque resultaba evidente que era un producto de la misma sensibilidad y que expresaba un punto de vista similar, Jota Erre era tan distinta de la novela anterior como Joyce de James. Pero no deje lo que tiene entre las manos para ponerse a leer Jota Erre, aunque sea tan musical como Finnegans Wake, un torrente de palabras y una Torre de Papel, un potaje hecho de frases rotas y pensamientos —llamémoslos así— incompletos, porque aquí hay mucho que escuchar, porque siempre debemos escuchar al lenguaje, que es la primera señal que percibimos de encontrarnos con la escritura de un maestro; y cuando hacemos eso, cuando escuchamos, es porque primero hemos pronunciado las palabras y actualizado el texto, de modo que cuando escuchamos, oímos, nos oímos a nosotros mismos cantando lo que ahí se dice, y entonces somos verdaderos lectores, estamos participando en la creación, estamos modificando nuestra escucha en función de lo que va ocurriendo, porque nadie que ame la literatura puede seguir esos movimientos, esas frases, esas frases entrecortadas de William Gaddis durante mucho tiempo sin detenerse y levantar los brazos y gritar aleluya hay algo bueno en este mundo horrible y falto de dios.
Es casi sólo por eso que hacemos lo que hacemos.
Y eso da cuenta de la pureza de las intenciones artísticas de Gaddis, y de la realidad de su obra, ya que logra elevarse partiendo de lo que es tan falso que produce asombro. Además, el paso de las preocupaciones de Los reconocimientos a las de Jota Erre es totalmente razonable. Los reconocimientos, desde luego, aborda las preguntas fundamentales: ¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos? Pero una generación más tarde, no hay preguntas fundamentales que puedan plantearse. Jota Erre muestra un mundo absolutamente decadente. Se trata de un mundo de palabrería, maquinaciones y dinero. Unos pocos reseñistas de Jota Erre, más perceptivos que la mayoría, echaron de menos la lucha espiritual del libro anterior, pero mire a su alrededor, lector: esa lucha se ha perdido. Lo grande ha sido sofocado por lo pequeño. Si usted es lo bastante ruin, el mundo puede convertirlo en un príncipe. No son los mansos quienes heredarán la tierra, sino los falsos.
Sí, debemos seguir las instrucciones que nos dan al final de Jota Erre:
¿… se acuerda del libro ese de esa vez que querían que escriba sobre el éxito y o sea la libre empresa y todo eso eh? Y o sea ¿se acuerda de eso que le leí en el tren la vez esa que había una corriente de piñón para que lidere un desfile y me meta en una carrera política y todo eso? Pues o sea escuche tengo una idea buenísima eh, ¿me está escuchando? ¿Eh? ¿Me está escuchando…?
Entonces, si somos obedientes, apenas habremos llegado a la segunda página de Los reconocimientos antes de encontrarnos con un párrafo como éste, en el que se nos presenta a Frank Sinisterra, que en ese momento se está haciendo pasar por el médico de un barco pero que es falsificador de profesión:
El médico del barco era un hombrecillo granujilla y sin afeitar cuya ropa, adornada con manchas, churretes y quemaduras de cigarrillo, se mantenía sujeta a su persona mediante una amplia redecilla de cuerda anudada. Los botones delanteros de aquellos pantalones de dril habían sido hechos originalmente, con todo el triste e ingenioso engaño de la falsa economía, de cartón estucado. Tras numerosos lavados persistían como una hilera de tocones grises alineados junto a los portones abiertos de su bragueta. Aunque a veces aparecía una boutonnière por algún agujero de la pechera de su camisa, sus pétalos resultaban ser también de papel, y parecía el tipo de hombre que acostumbra a quitar la espuma de la superficie de un vaso de cerveza con el forzal de un sucio peine de bolsillo, y a limpiarse las uñas en la mesa con los dientes de su tenedor de ensalada, cosas que efectivamente hacía. Diagnosticó el trastorno de Camilla como indigestión, y se encerró en su camarote. Eso fue por la mañana.
Me gustan particularmente las dobles l con que comienzan nuestros placeres, pero tal vez usted prefiera el ingenioso empleo de la vocal i en la frase con la que concluye (which things, indeed, he did. He diagnosed Camilla’s difficulty as indigestion, and locked himself in his cabin), o el juego con la d y la c en esa misma sección. En cualquier caso, estamos transitando avenidas hermosas y deberíamos demorarnos en ellas no sólo para admirar estas aliteraciones iniciales, sino también para disfrutar del hecho de que este hombre que trabaja con papel moneda está hecho de papel, o para visualizar el gesto, tan apropiado como el de un dedo, y sin duda tan poco higiénico, con el que quita la excesiva espuma de su pinta o, por encima de todo, para apreciar el juego de palabras oculto que conecta la “espuma” con el “peine”, mediante el cual se consigue despeinar la cabeza de la cerveza de Frank.
Los grandes libros no pueden explicarse, y yo no voy a tratar de explicar éste. Una explicación —en realidad, cualquier explicación— lo profanaría, ya que a lo que una obra de arte se opone es precisamente a la reducción. Las respuestas fáciles, los resúmenes prácticos, las preguntas de los exámenes, las anotaciones, las flechas, las frases subrayadas, las listas de referencias, los números de sus fuentes, los ecos y las influencias, los esquemas de la trama —por mucho que en ocasiones nos sirvan de ayuda— falsean gravemente las obras. Las guías son útiles, pero sólo para enfrentarse al pasado. La interpretación reemplaza al original de un modo pobre y soso. Lo domestica, lo desarma. “Muy bien, ya lo entiendo”, decimos, lavándonos las manos, “y esto tiene que ver con eso”. “Por fin comprendo a Kafka” es una afirmación estúpida y presuntuosa.
Con demasiada frecuencia, aplicamos a la literatura la preferencia por el “realismo” con la que, en general, nos hemos criado, y como consecuencia de eso consideramos que una obra como Los reconocimientos es demasiado imaginativa, oscura y enigmática; pero ¿acaso la realidad es siempre clara e inequívoca? ¿Es acaso simple y no compleja? ¿Se despliega como las páginas de un periódico, o su despliegue se parece más al de un mapa de carreteras, que es difícil de abrir, difícil de interpretar y difícil de volver a plegar? Y ¿acaso se recuerda todo con precisión y nada se repite, y la gente que conocemos desaparece inexplicablemente durante largos períodos de tiempo para surgir de repente cuando menos la esperamos? Por supuesto, el mundo bien presentado de los autores realistas tradicionales, en el que las motivaciones son conocidas y las acciones son inequívocas, en el que uno puede creer lo que le cuentan y en el que los caminos del bien y del mal están tan claramente señalizados como si fueran autopistas, es un mundo tan artificioso como un abrelatas. A pesar de que con frecuencia resultan brillantes y de lo mucho que nos gustan esos personajes artificiales, sus conversaciones inteligentes y sus elegantes fiestas y los argumentos sobre los que giran como los caballitos de un tiovivo, considerarlos, a ellos y al mundo que decoran, “reales” es como aferrarse a una ilusión muy querida. Las páginas de Los reconocimientos están más cerca de la realidad que nada de lo que escribieron Zola o Balzac.
No hay por qué darse prisa; las páginas que tiene usted por delante pueden estar ahí todo el tiempo que usted quiera. Es perfectamente aceptable que algunas cosas no se entiendan desde el principio, y que haya referencias a cosas que usted no reconoce. Siga leyendo alegremente. No nos quedamos todo el día en la cama sólo por haber extraviado la agenda, ¿verdad? No, necesitamos entender este libro —disfrutar de su encanto, de su ingenio, de su ironía, de su erudición, de su sensual materialización— como entendemos a una pareja con la que hemos vivido y a la que hemos escuchado y amado durante muchos años, noche tras noche. Las personas que merecen tal devoción, tal aprecio instintivo, son escasas; más escasos todavía son los libros con los que vale la pena establecer esa clase de relación.
Puede ser de utilidad, en cualquier caso, situar Los reconocimientos en el centro de todas las historias de las que forma parte, para poder captar la estrategia esencial de la novela. Primero, veamos una trama arquetípica.
Nace un bebé varón. En tiempos pasados, antes de que se lograra la igualdad, los padres del protagonista de nuestra historia habrían sido importantes —eran dioses y diosas, héroes y sus cónyuges, reyes y reinas—, porque lo que les sucedía a ellos tenía que ser significativo no sólo para ellos, sino para todo el conjunto de la sociedad. Este niño será un heredero y, como ha señalado Joseph Campbell, tendrá mil rostros. Todo tipo de señales —presagios, augurios, profecías de los adivinos— advierten al padre (el rey) de que el nacimiento de su hijo supone un peligro para él, de modo que el rey hace que se lleven al niño y lo abandonen en medio de la naturaleza donde sin duda habrá de perecer, pero a manos de la naturaleza y no a las de su padre (una sofistería que quienes firman sentencias de muerte hoy en día siguen practicando). Sin embargo, si el padre en cuestión es un tipo directo, como Cronos (o Saturno, si usted prefiere), se limita a engullir a su rival. El primer reconocimiento es de los padres, y consiste en que la nueva generación, algún día, detentará la posición y tendrá el poder que ahora disfrutan sus mayores. Aunque la muerte es tan importante como el nacimiento para la salud de la especie, pocas veces es bienvenida y por lo general se la trata de postergar todo lo posible.
Si el bebé no tiene ninguna marca que lo identifique, sin querer se le hace alguna cuando se lo llevan. A Edipo, como usted recordará, le ataron los pies como si fuera un ave preparada para ir al asador. A veces lo dejan delante de una puerta, o lo lanzan a la deriva en una cesta, o lo abandonan en la ladera de una colina; después, el niño es hallado por un animal totémico y criado como si él también lo fuera (Rómulo y Remo fueron amamantados por una loba), o lo rescata un pastor o un pescador que pasa a ser su padre adoptivo. Durante este período de exilio, cuando el niño crece en una tierra extranjera, es cuando tiene lugar el segundo reconocimiento, bien debido a una creciente convicción interior de que es “otro” y es importante y tiene un destino, bien porque, en determinado momento, sus padres adoptivos le cuentan algo sobre su historia. Éste es el primer reconocimiento del “héroe”, y es básicamente negativo. Más o menos, dice: yo no soy un lobo; yo no soy un oso; yo no soy de estirpe campesino. “¿Qué estoy haciendo en Akron, Ohio?”, se pregunta Hart Crane; “Utah”, insiste Ezra Pound, “no es mi segundo nombre”.
Poco después, parte en busca de su verdadera patria y de su identidad real. Esta parte del relato tiene la forma de una odisea: un viaje largo durante el cual el joven supera una serie de obstáculos que ponen a prueba su carácter, certifican sus capacidades y establecen su fama, como los trabajos de Hércules o cualquier Wanderjahr. Su prueba final suele consistir en tener que hallar la solución a alguna clase de adivinanza, y es una prueba espiritual o intelectual más que física (Edipo resuelve el acertijo de la Esfinge).
Mucho más tarde, después de que su padre adoptivo lo haya salvado de su destino y él haya vagado por el mundo en busca de su verdadero hogar (su odisea), Edipo llega a un lugar del que no recuerda nada y, por casualidad (es decir, por obra del Destino), se encuentra con el rey, su padre. Sus pies desfigurados señalan su identidad, le advierten al rey, y en una especie de disputa (el agón), el hijo lo derrota y obtiene una recompensa: la mano de la reina. Este reconocimiento podría ser mutuo y la disputa, por lo tanto, comprendida, pero el reconocimiento suele posponerse, como en la versión de Sófocles de la historia de Edipo, hasta que hayan pasado muchos años. La primera parte de la narración ya está completa. Comienza con el nacimiento de un niño y termina con su boda o comus; de ahí viene el nombre de “comedia”.
La segunda parte de la historia repite la primera, pero desde el punto de vista del padre, ya que el matrimonio supone que un nuevo rival aparecerá en escena muy pronto. Si nos quedamos con nuestro protagonista original, para él sigue un período de paz durante el cual establece su gobierno y hace prosperar a su pueblo. Mientras tanto, su hijo desterrado está cada vez más inquieto y continúa su búsqueda. Es importante darse cuenta de que desde un punto de vista, el personaje del padre es un héroe, pero desde otro, es un villano incorregible, y que los delitos de destierro y usurpación se repiten, sin remedio, generación tras generación. La segunda parte de la historia concluye, por lo tanto, con la muerte del héroe a manos del hijo al que ha maltratado, y se llama, por supuesto, tragedia.
Sin embargo, un héroe que es derrocado y muere apenas puede considerarse un héroe, sobre todo cuando, como sucede con mucha frecuencia, es hecho pedazos o sacrificado o devorado. Es evidente que no habría perdido la disputa, la batalla, la elección, la guerra o a la mujer si no hubiera sido traicionado, como lo fue Alemania por el Tratado de Versalles, como lo fue el Sur en la Guerra de Secesión, como lo es siempre todo perdedor: por un mal arbitraje, una desgracia, una confabulación, camarillas políticas, conspiraciones raciales. Se nos ha escapado la pelota, pero ha sido porque nos apuñalaron por la espalda. De modo que siempre hay un Judas o dos por ahí, esperando la ocasión para hacer alguna maldad, o un Yago con un pañuelo metido en la manga. En un acto de deslealtad, podemos pasarnos al bando del nuevo gobernante: el rey ha muerto, al fin y al cabo, así que viva el rey; si permanecemos fieles a nuestro personaje original, ¿qué nos queda, además de trozos dispersos de un cuerpo deshonrado o una tumba sellada para velarla durante toda la vida? Bueno, los trozos, de un modo u otro, vuelven a juntarse; el héroe levanta la lápida que hay sobre su tumba; los seguidores del rey traicionado y crucificado lo reconocen como recuperado y vivo; con lo cual, como Dioniso (habiendo concluido ya su historia), sale de la trama de inmediato, se le pone su nombre a una constelación y se va a morar con los dioses.
Y nosotros —usted y yo—, en la medida en que seamos capaces de identificarnos con la personalidad y la vida de esta figura heroica, superaremos la muerte y lograremos la redención, como él, ya que él, y los altibajos de su peripecia, simplemente encarnan el incierto ciclo de las estaciones. “En la juventud del año llegó Cristo, el tigre”.
Hay otra sección de este relato que podría mencionarse, aunque tiende a ser herético por su contenido y es popular, es decir, no está protegido por ningún canon. Mientras el héroe de uno de los ciclos está disfrutando de la reina y gobernando su reino, como usted recordará, el hijo (el héroe de la otra versión) está en el exilio y llevando a cabo su odisea. Del mismo modo, cuando el rey es asesinado y el nuevo rey asume el mando, podemos imaginarnos que el muerto está viviendo en el exilio, en el país de los muertos —en el inframundo— y que emprenderá otro viaje, y se enfrentará a otras pruebas, mientras espera que llegue el momento de su resurrección. La tradición cristiana describe un “descenso a los infiernos”: una lucha entre Cristo crucificado y el señor del infierno (ahí, como dos gallos, en el foso). Y esta fase también supondrá una serie de reconocimientos.
Los poetas, los novelistas, los creadores de mitos, casi nunca tratan de contar el relato completo; por lo general, deciden centrarse en algún elemento de la historia y desarrollarlo (las odiseas proporcionan muchas oportunidades de ese tipo), o modifican la ontología de la empresa, como hace Sófocles, haciendo que el tema principal del ciclo no sea la acción, sino la comprensión. Como Edipo ha actuado de un modo tan poco atento, se quita la vista, cuando ya ha abierto los ojos y tomado conciencia de lo que ha hecho, con un broche que saca de las vestimentas de su madre-amante. La ceguera física es, por supuesto, necesaria para lograr una visión interior tan potente como la suya.
Supongamos, ahora, que yo recreo este relato, adornándolo con detalles que encajen bien con mi época y mi lugar y mis intereses particulares, como si ninguno de sus elementos se hubiera visto antes, como si ninguno de sus actos se hubiera realizado, como si ninguno de sus objetivos, en ningún momento y en ningún sitio, se hubiera cumplido. Mis rituales serían fantasías, serían falsificaciones, y sus efectos dependerían de la supresión del “había una vez” original y su sustitución por mi taimada recreación posterior. Mi relato sería un usurpador si no reconociera su parentesco con todas las versiones anteriores, y correría el riesgo de ser destronado en el momento en que lo obligaran a admitir dicho parentesco. La larga y única cita de La rama dorada, el libro seminal de sir James Frazer que Gaddis incluye en Los reconocimientos, nos permite reconocer (aunque ya lo sabíamos desde hacía algún tiempo) que la práctica de buscar víctimas propiciatorias es antigua y ocurre a menudo y tiene motivos estacionales. Si la crucifixión de un mono o una rata tiene un aire de supersticiosa desesperación, ¿qué podemos decir de la crucifixión cristiana?
Hay supresiones y reconocimientos, por lo tanto, que son inherentes a los mitos y relatos tradicionales que recogen los antropólogos y que aparecen constantemente como parte del mecanismo de despliegue de las historias (entre los pretendientes que rodean a Penélope, el perro de Ulises es el único que lo reconoce vestido con harapos); y hay reconocimientos que también los personajes de esta novela experimentan, además de los que tendremos nosotros, los lectores, a lo largo de su complejo curso, un curso a cuyos orígenes alude constantemente, como sucede en La tierra baldía: las referencias que aparecen contribuyen en buena medida a su riqueza. Entre estas “epifanías” se encuentra una especial, de la que ya he hablado: la de qué es una auténtica obra de arte, y qué es lo que, siendo auténtico, “toca con reconocimiento los orígenes del designio”.
Vivimos para nada. Después, morimos y todo se termina. ¡Qué reconocimiento! ¿Qué nos puede salvar? Sólo saber que hemos vivido sin expectativas ilusorias, incluyendo la de que algo nos pueda salvar. Pues el templo de nuestras simulaciones se derrumbará al final, y caerán sus piedras provocando muerte (como ocurre al final de esta novela), pero esto no se deberá a la fuerza bruta y ciega de un Sansón que se pone a sacudir sus columnas, sino a un arte, a una música surgida de un órgano que alguien toca con determinación tras activar sus registros; que alguien toca, al fin, de un modo insensato y despreocupado por los riesgos que supone su reverberación hasta que todas las piedras del vecindario comienzan a temblar.
Las reseñas que cayeron sobre William Gaddis y su libro eran, sin duda, piedras de un orden antiguo, pero, al terminar Los reconocimientos, de la obra auténtica “todavía se habla, cuando se menciona, con alta estima, aunque casi nunca se interpreta”.
Así que pase la página… y altere esa frecuencia lamentable.
Traducción: Mariano Peyrou.

-XII-
Mostrito
Lo llamaban Monstruito.
También Mostrito.
Me gusta más Mostrito así que lo llamaremos esta noche así.
La historia que te voy a contar de Mostrito trascurre durando los años dorados del menemato.
Durante los buenos y viejos tiempos de los 90.
Cuando mamá era una mujer dueña de sus actos, brava, dura, inteligente, laburadora incansable y con un humor filoso y preciso como un chuchillo de carnicero.
Cuando un peso valía un dólar y podías comprarte por lo que hoy te compras un Vat 69 en ese momento un Brandy americano exquisito y un wisky escoces de escocia y una tableta de chocolate suizo o alemán y te quedaba plata para los puchos. O te podías con 300 pesos de hoy rastrillar la calle Corrientes y volverte con la Historia de la vida Privada de Ariès y Duby y Cristianismo, tolerancia sexual y homosexualidad de John Boswell y la autobiografía de Miles Davis y el Nietzsche de Heidegger y José Sbarra y te quedaba lo suficiente para entrar en los saldos de Dickens y Libertador y Fin de siglo (que ya no existe y esta a la vuelta de casa en la misma cuadra donde estaba Ave Porco que ahora es un Día) y hacer desastres y  tener que dejar libros porque no podías cargarlos hasta casa y entonces tenías que decidir si dejar a Sylvia Plath o a Cormac McCarthy.
Estoy hablando de los viejos buenos tiempos de los pobretones del Conurbano no de los que se iban a Europa y Brasil y Estados Unidos como uno a Mar del Plata. Para ellos los noventa fueron más dorados, luminosos, llenos de brillo.
Pero lo cierto, es que el Carlos, que gente mala como la de Página 12 lo acusaba de Mono Musulman, no por haber leído a Primo Levi, sino por desprecio a surgir de unos de los textos capital y clasico como el Facundo de Sarmiento – civilización y barbarie –, le negaba ese desparpajo de alegria y generosidad en el que sacrificaba a la Nación en un potlash alucinante donde todos fuimos felices y podíamos comprar encontrar el don en la góndola de cualquier supermercado Carrefour.
Nadie se quedo afuera de la fiesta con Carlos y él se ocupo de que todos en la medida de los posible tuviera su corneta y su antifaz para cuando llegara el momento del baile carioca.
Y nadie se lo reconoce.
Con Menem lo que duro la fiesta nunca falto el champagne frances, la pizza italiana y la cocaína que nadie quiere reconcocer hoy pero que a la hora de evaluar puntos turísticos los europeos suelen optar por Buenos Aires porque por lo que allá tienen que pagar algo carisimo y malo acá consiguen una bolsa así de grande y de una calidad excepcional. Por qué te crees que el Joaquín Sabina de 500 noches y 19 días se fue a vivir a González Catan: por la belleza de nuestras mujeres y la calidad y precio de nuestra cocaína.
Pero Argentina es un país ingrato.
Nada dura para siempre y a Menem siempre le reprocharon que la noche se hizo día.
Pero eso no era culpa de él sino de Dios que se le ocurrió poner esas reglas.
El sólo fue responsable de la fiesta donde algunos compraban empresas estatales y otros paquetes turísticos que un alemán de clase media alta hubiera tenido que hipotecar su casa para concretarlo y otros canchas de padle y otros remises y otros whiskys escoceses y chocolates suizos y nadie se quedo sin comer una porción de pizza ni tomar un vasito de champagne frances ni de darse un birulazo y contar una anegdota de Pichuco o el Polaco y obviamente maldecir la puta bolsa de Olmedo que una madrugada nos dejo sin su humor.
La piñata duro poco pero mientras duro fue una fiesta.
Cuántos en la historia de la humanidad se pueden colgar esa medalla y llevar con orgullo en el pecho haber hecho feliz a todo un pueblo.
Y esta historia surge del delirio del Conurbano Bonaerense.
De un Conurbano Bonaerense donde los niños jugaban en la vereda y los adolescentes volvían caminando borrachos  la madrugada y los adultos no tenían miedo de que los mataran cuando les robaban.
Fue el final de una época y el comienzo de otra.
Una bisagra entre dos mundos.
Y Carlos no fue el responsable de eso.
Eso no lo decidió él ni le era posible oponer resistencia alguna a ese cambio.
Y frente a la tragedia inevitable como toda tragedia el opuso lo único que esta a su alcance que todos fueramos felices por una noche en una fiesta loca y única.
Y vinieron los Rolling Stone.
Loco, vinieron los Rolling a tocar a la fiesta, a nuestra fiesta.
¿Entendes?
Una vida pensando que moriríamos sin ver llegar el avión negro de Perón con los Stones dentro y el Carlos lo hizo posible.
Y en ese Conurbano Bonaerense donde solo los maricones tomaban remis a la madrugada creció Mostrito.
En el secundario lo apodaron así porque estaba siempre de la cabeza y dado vuelta.
Pero no era porque fuera falopero, chupaba como un condenado, pero las drogas eran algo que pasaba en División Miami y que no veía él sino yo que crecí con ese Don Johnson de saco blanco y alpargatas como modelo de hombre junto con el Arnaldo André de El Infiel.
Mostrito era diabético desde los cuatro años y para el Hospital Aleman un misterio de la ciencia que Mostrito estuviera vivo.
Tenía picos de diabetes – estoy hablando aquí sin precisión técnica pero fiel a la realidad peronista – que lo llevaban siempre al borde del coma pero en lugar de matarlo a él esos picos lo colocaban.
Una vez su madre fue a consultar a un japonés, creo que de San Isidro, no recuerdo su nombre ni su especialidad especifica pero todos los que vivieron en los 80 y 90 en el Conurbano y Capital y tuvieron a un familiar complicado y sin salida tarde o temprano terminaba en su consultorio donde había que hacer cola para escuchara qué te había traido hasta él como se acude a cualquier santo hoy o en la antigüedad a consultar al oráculo de Delfos.
El japonés – y su hija heredera y continuadora de la obra de su padre – escuchaba y dictaminaba qué se podía hacer o qué era lo mas digno para el condenado a muerte.
No chamullaba.
Te cantaba la posta el japones y en perfecto español.
Yo no lo conocí personalmente.
Pero la tía Odila hermana de la abuela Plinia, mamá, la tía marta, la abuela Elsa todas acudieron al japones por ellas o por sus seres queridos en busca de una palabra franca frente a la desesperación del dolor de sus seres queridos.
Y la madre de Mostrito viendo que el Hospital Alemán por muy alemán que fuera no daba pie con bola con Mostrito – una vez el hospital llego a hacer un congreso interno para evaluar y analizar en una jornada el misterio de Mostrito que hiba por la vida al borde del coma diabético sin nunca morirse el hijo de puta – emprendió la senda del samurai.
Y el japonés le explico que la adolescencia seria el momento más critico y criminal de su enfermedad y luego y si había después vendría una meseta donde poder caminar tranquilo por un tiempo.
Porque el chiste era que cuando a el los niveles de insulina  – y temo estar diciendo barrabasadas – se le disparaban el efecto en sangre era el mismo que te produce a vos fumar un porro. Y mostrito no neseitaba un dealer para dogarse sino simplemente comer un poco de azucar de mas.
Y Mostrito estaba en esa encrucijada del destino al momento de trascurrir la historia que se demora pero llegara a ser contada.
Y se demora porque la empecé a escribir el vienes a las diez de la noche y a media noche cuando estaba endemoniado escribiendo cayo Diego Cousido. Y se fue a las cinco de la mañana y en el medio perdí tres amigos y me chupa un huevo sus argumentos y me chupa un huevo mis argumentosos ahora sábado a las siete de la tarde que nunca pude dormir ni tener paz preguntandome que nos pasó, no se, lo que sé es que Fernanda Simonetti, Gustavo Casartelli, Pablo Klapenbach y Juan pablo liefeld están todos un poco mas solos en el mundo.
En fin no los distraigo con estos lamentos de borracho pasado que va a estar aca en ayacucho 341 septimo sicuenta y seis y puede venir el que se les cante las pelotas esta noche triste – incluso mis dos amigos que amo y que me han dejado muy claro que sus ganas de romperme la cara, aca estóy Ayachucho 341 piso 7 departamento 56 y como ustedes saben que no se boxear ni me interesa sear un tramitete para ustedes simpelente tocan bajo y me cagan a palos y siguen sus vidas en pas y armonia , terriblemente triste y obvio el que venga que traiga para tomar y para tomar – no se si entendes mi sutileza – porque esta noche se murió la abuela, a mamá se la cagaron violando los soldados rusos cuando los aliados le doblaron el brazo a los malos malos en Berlin, Nick Cave ahora se da la viava en en los tres pelos que le quedan para esconder las canas como el tío Juan Minoli que cuando se lo dije no pudo escuchar qué le estaba diciendo que era un tipo grande y hacia natacion y tenia buen lomo y dueño de una fabrica familiar de repuestos de autos que debe tener dos años menos que José León SUarez y bueno nos tapo el auga.
Así de simple.
Como dice siempre Dady Brieva en su programa de radio: disimular un pedo desupes de los cuarenta es patético.
Me chupa un huevo quien tiene y quien no tiene razon y los amo y me aman y ya nunca mas bamos a poder compartir un mate, una noche o estar cuando el otro necesita que este.
Y eso es una mierda.
Un amigo como un amor se pueden terminar pero hay una marca imborrable que queda en el cuerpo y en eso que nadie sabe muy bien qué es y lo define al hombre salvo los putos publicistas y los periodistas y que se yo.
Retomemos.
Loco, no me pongas cara de qué me importa tu vida privada conta tú histora y ya flaco.
Bueno, la libreria es mi vida privada y sin estos tres amigo y María Petu Stegmayer fundamentalmente cuidandome y bancandome y soteniendome hasta que un día se rompio las pelotas con justa razon de la persona muy dificil que soy yo por ser suave  la librería jamas hubiera hubiera existido y llegado hasta acá y los sebastian que cuando tiene que intervenir intervienen en el momento justo y con la palabra justa.
En fin, soy esto todo esto que te estoy mostrando y lo que no te muestro y esta noche que perdi a cuatro amigos que al perdelos solo me volvi mas viejo y solo y estupido y terriblemente triste, triste, triste porque no se consiguen repuestos de Klappenbach en Warnes ni un Casartelli en la gondola de ofertas del permercado ni una Fernanda y no se me ocurre ahora y pero no, no se consigue, carajo y la puta que los pario, como duele esto.
Hoy perdí la segunda guerra mundial y los rusos se están cogiendo a todas las mujeres que pueden en Berlin.
Bien pero te dije que te hiba a contar la historia de Mostrito y te la voy a contar igual, como sea, como pueda, pero se cuenta porque yo di mi palabra.
Bien.
Resulta que unas vacaciones de invierno Mostrito y dos compañeros del secundario van al centro a revolver libros por corrientes y toman el tren en Villa Ballester – en una época maravillosa donde todavía existia el bagon de fumadores lleno de humo y gente fumando – se bajan en Retiro y empiezan a caminar buscando “el centro” que para los del Conurbano el Centro es toda Capital Federal y en este caso era la calle corrientes y su librerias.
Suben por la peatonal Florida, llegan a Corrientes y empiezan a caminar buscando las librerias del otro lado de la 9 de Julio.
Y en el medio se topan con el teatro gran rex y cincomil madres y todos esos mostruitos horribles que salieron de sus vaginas.
Entendes el contexto, no.
Bacaciones de invierno, madres boludas saliendo de debajo de las baldozas y pibitos incha pelotas cayendo del cielo como si Dios tuviera Diarrea.
Y el gran rex con doble funcion de chiqutitas.
Imaginate, ser Chuck Norris en Vietnam es una fiesta.
Ser al tipo que se lo cogen en el cuento de echeberria y lo matan los mazorqueros es una boludez.
Perder tu cuchara sin la cual no  podes comer tu potaje en Aushcwitz no es joda pero al lado de 3000 nenitas hijas de puta con sus madres conchuda esperando para entra a ver un espectaculo de Cris Morena es mucho mas pesado y heavy.
Y Mostrito y sus dos amigos, uno era  el hijo de la blbiotecaria de la Plasita Roca y el otro era muy paresido a un Sympson de los dibujitos, que eran quilomberos como ellos solos de repente se encontraron en un quilombo que jamas imaginaron que podía ser posible.
Y sí, ese es el gran encanto del infierno que siempre te puede ofrecer un poco mas de dolor y desesperación, en cambio el cielo que te ofrece unos angelitos culones  que tocan trompetas y no te dejan dormir la sienta.
Y Cris morena una mujer con presencia internacional con sus porquerias televisivas y musicales que han matado a generacios y generaciones de jóvenes con sus estupideces y a matado a mas gente que el cigarrillo, el cancer y el paco junto cuando Mostrito y sus amigos se encontraban en el corazon del infierno con 3000 gritando por sus idolas televisivas que estaban bajando de una combi se sintio perturbado.
Las nenitas de la tele saludaban a las nenitas de la vida real y todo era mentira y lo sigue siendo.
Imaginate.
Unas cuatro mil minas todas juntas, chiquitas y grandes y cogibles e imposibles.
Una película de Alfred Hitchcock.
Y las chiquitas empiezan a pasar entre la gente para ir a laburar – lo cual no deja de ser llamativo que una nenita que trabaja con Cris Morena sea un trabajadora y un chico que trabaja en la calle sea un pobre pibe, como lo que yo siempre digo tanto una cajera de Carrefour como una escort independiente son laburantes que ofecen su cuerpo para laburar y me retrucan pero no le rompen el culo a la cajera en Carrefour ni se la garchan todos el tiempo como a una puta, los que dicen eso es porque no saben nada, pero de la vida simplemente compraron un poster con una imagen estupida con una frase que prodria ser de una cancio de Cris Morean que es una de las personas que mas derechos de autor a facturado en los 90 y dos  mil con lo cual es esa cosa horrible halgo que no puedo ver hace bien. porque vos no podes meter cien canciones que las conoszca todo el mundo y ser un peloteo y no entender nada.
Bien.
Y cris morena y sus chuiquititas estaban pasado por un corredor humano de conchuditas y conchudas
Y en primara fila del corredor de conchudas estaban parados Mostrito el falopero que con un kilo de azucar podía estar una semana re loco y hasta darse vuelta y sus dos amigos.
Y cuando pasan las chiquititas por delante de mostrito este agarro a una de los pelos y la empezo a zamarrear.
Imaginate.
Cuatro mis conchas y conchitas gritando por la CHitquita que estaba siendo introducida a una edad que no correspondia al sadomasoquismo.
Y Mostrito que se le habia disparado la diabetes esta mas loco que la locura y no la largaba.
Nadie los agredio a ellos tres a pesar de ser adolescentes boludones y por qué.
Porque eran las unicos pitos del lugar.
Cuatro mil o mas según las encuestas de chochas y tres pitos solamente y qué mina se iba a atrever a dañar un bien tan escaso y nesecario.
Hasta que las conchudas lograron atraer la atención de la pocilia y ahí los amigos de Mostrito lo rescataron de su mambo tan justiciero como delirante y salieron rajando.
Esta serie fotográfica que saque en la esquina de Callao y Corrientes se llama: Civilización y barbarie. 
Y Domingo Faustino Sarmiento al equivocarse y poner en el título de Facundo la Y en lugar de la O llega a la misma lectura de la historia que Walter Benjamin. Pero Sarmiento llega a misma idea que Benjamin cien años antes. Y por sacar estas fotos casi me pisa un auto que no lo hizo porque un tipo me agarro y me tiro a un costado un segundo antes de que me llevaran puesto. Y te digo gracias a vos que no se quién sos pero me salvaste la vida. Y yo hoy no voy a ir a votar al Conurbano Bonaerense porque no creo en esto ni esto cree en mi.

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En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com


Sábados de súper acción – Quinta temporada

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Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Pasen y vean
ahí acabo de terminar
la cuarta columna que escribo en mi vida
esta llena de oscuridad y de dolor
y también de belleza
dolida
porque en un mundo
de hombres de corazones criminales
la unica belleza posible y verdadera
es una belleza dañada
en algun momento
nacera una quinta* nueva columna
en mi vida
pero ahora
que pude hacer esto
puedo sí
ahora sí
hacer lo que devo hacer
y luego escribir un libro
porque ahora tengo un libro
en mi cabeza
lo vi
y voy a ir hasta el fin
en busca de esa historia que hay que contar
porque si yo no rescato y preservo
eso
para que algun dia
el piberio bionico
y los guachines que esperan
bondis que nunca llegan
puedan recibir esa memoria
nadie lo hara
sobrevivi una vez mas
me mataron pero sigo vivo
soy un gato con mil vidas
una rata del conurbano
bonaerense
y ahi vamos
porque lo mejor viene
ahora
gracias
solo a vos
y a vos
y a vos
que me han cuidado
y dado el amor y la palabra
que necesitaba
para templar el filo de mi alma
y por eso
esta mañana
soy un arcoiris
de colores dementes
geniales
llenos de musica
y palabras
* “Quinta columna. f. Expresión coloquial muy común en Estados Unidos en 1941. El termino surgió en la reciente Guerra Civil Española. Partían para el frente cuatro columnas de soldados. La quinta columna se quedaba en casa y practicabel sabotaje industrial, la difusión de propaganda y otras formas de subversión menos detectables. Los quintacolumnistas procuraban mantenerse en el anonimato; por ese carácter ambiguo y/o no identificado se los consideraba igual de peligrosos, o más, que las cuatro columnas que participaban en la guerra día a día.” Perfidia, James Ellroy

 

Sábados de súper acción – Quinta temporada
 SHAMELESS. Restos pampeanos/ SHAMELESS. El clan de Cacho/ SHAMELESS. La torre de Babel de Elsa/ SHAMELESS. Pedofília/ Emmy Rossum, TAN BIÓNICA DE SHAMELESS A BEAUTIFUL CREATURES/ SHAMELESS. Las bellas banderas/ SHAMELESS. Chano Chanpertier/ SHAMELESS. Los Simpson/ Shameless. LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE/ Shameless. EL DESIERTO Y LAS PALABRAS/ Shameles. HOY VI LLORAR A UNA CHICA EN LA PUERTA DE LA CASA DE CHARLY GARCÍA ENTRE FRUTILLITAS DE AGOSTO Y TORMENTAS DE SANTA ROSA II/ SHAMELES. Buen provecho/ Shameless. CAROLINA

 

Bonus Track: The Beatles/ Tan Biónica/ María Martha Serra Lima/ Fito Páez/ Palito para Maradona en su cumpleaños

 

“Siempre hay que pensar mas allá de la estructura. Pensar en lo que ocurrre abajo y a los lados porque es ahí donde se establecen las ratas. Cuanto más mire uno ahí, tanto más probable es que las encuentres.”
John Murphy, exterminador en la revista Pest Control Technology
“¡Y el piberio biónico sigue golpeando puertas que no se abren y sigue esperando bondis que no llegan y el piberio biónico sigue caminando igual porque lo mejor esta por venir y ahora Buenos Aires todos a bailar al ritmo de su corazón!”
Chano

 

SHAMELESS. Restos pampeanos
ayer me faltaba el aire
me sentía terriblemente angustiado
entonces salí a la calle
y ahi
lo vi a Guillermo Francella
mirandome
y en el fondo de esos ojos
de eso
IT
el ministro de economía Kicillof
y me arroje a buscar esa mirada
esos ojos
que no eran ni Francella ni Kicillof
ni el actor ni el ministro
sino IT
y luego seguí caminando
y entonces
veo una manada de adolescentes
vestidos de negro y con basos de Mc Donals
y unas bayas
esperando a su idolo
en la puerta de Musimundo
y lo veo emerger de ese remolino
a Horacio Gonzalez
la vi la foto
era esa
y no la pude sacar
Gonzalez
emergiendo de ese remolino
y no la pude sacar
y me lance sobre Horacio
buscando atrapar la foto
que sabía que ya no iba a poder
capturar
que la vi
y era el emergiendo de esa maraña
de adolescentes
como un idolo pagano
y lo persegui
una cuadra
sacandole fotos
puteando a la gente
que se interponia en mi camino
y me molestaba para sacar fotos
y horacio no me vio
nunca me vio
quiero decir
no a mi
que no soy nadie
sino a un boludo que le estaba sacando fotos
a lo largo de toda una cuadra
no me vio
todo mi cuerpo y mi cabeza
respondian a un objetivo
captar una foto
que sabía que había pasado
hacia un segundo
pero que habia que insistir
porque otra imagen
que valiera la pena
iba a parecer
imaginate
era un espectaculo dantesco
como cuando escribo
gesticulo
fumo
hablo
puteo
me contorciono
y horacio no vio a un tipo sacandole fotos
a lo largo de toda una cuadra
y horacio es una persona que ve
todos sus libros lo acreditan
todos los que pasamos por un aula
en la que el estaba lo saben
que ha visto como nadie
que ve
y ayer no me vio a un tipo sacandole
fotos
y me puso triste
porque si horacio no ve
la argentina se queda ciega
quiza me vio
y se hizo el boludo
y le chupaba un huevo que nadie le sacara fotos
ojala sea asi
porque si horacio no ve
todos vamos a tener
que usar
culos de botella
para poder ver
algo
Este dibujito que no tiene más valor que el que puede tener los garabatos de un niño en una hoja lo hice al calor del desierto y las palabras.
Restos pampeanos Horacio Gonzalez
Lo que sigue sucedió en Facebook:
XXX- eh, no leo bien, que decia..? Horacio Pagani?
Juan Pablo Liefeld Jamas me reiria yo de horacio, él como Tomás abraham son persadores de los que aprendi mucho mucho mucho pero eso sí su pensamiento templado de humor creo que hoy lo han perdido, perdieron el filo al volverse serios y sin humor y diferente era el caso de Nicolas Casullo que era amargo como un limón y el filo de su cuchillo estaba hecho de otros materiales tan necesarios en mi formación, que me arme yo solito, como los de Horacio y Tomás Abraham, pero a esos tres tipos los vi pensar alguna vez, sí, claro que sí y lo voy a agradecer toda la vida, en cambio a mi generación, los que hoy tenemos entre 35 y 45 años, solo los veo mariconear, solo los escucho cantar lindas canciones en caraoques berretas
XXX-Y cual será la causa?
Juan Pablo Liefeld que somos una generacion de groupis de Chano Chanpertier
Juan Pablo Liefeld somos nenitas, eso somos, nenitas que corren como locas detras de un chico lindo y que nunca les va a dar bola
XXX-  jejeje…
Juan Pablo Liefeld Cual sera la causa, cual sera la causa justa preguntaria Osvaldo Lamborghini, ¿Chano? no, la causa justa de mi generación si podria mirarse a un espejo lo que le devolveria el espejo es el rostro del gigolo Bazterrica con su ya clasica remera polo comprada en la salada
XXX- Somos nenitas que forman club de fans. Pero el problema son las discograficas. Nos tiran fortunas, bah, algunos mangos, para llorar y tener eyaculaciones. Y despues, cuando la guita ya no sobra y cierran, nos dejan en penumbras. Con el vacio significante al palo. Llorando sin respuestas. Y lamentamos y brindamos por ese viejo amigo: el capitalismo salvaje.
Juan Pablo Liefeld No, la culpa y la responsabilidad es nuestra, somos una generación de maricones porque nos gusta, nos encanta ser mariquitas
Juan Pablo Liefeld Como puede ser que lo veo al Beto Casella en lo de Marcelo Tinelli y no puedo puedo ver algo así en ninguna intervención publica de mi generación? Por qué el Beto Casella es mas filoso he inteligente que los chicos vivos que manejan Bataille y Nietzche? Y sí, porque el Beto es un hombre y nosotros mariquitas
Juan Pablo Liefeld Como puede ser que Carlos Tévez maneje al dedillo y sea un gran traductor de Pier Paolo Pasolini y mi generación no sabe ni como se agarra un libro de Pasolini. Eso sí, conocen toda su filmografía y pueden hablar de durante horas. Pero es Tevez el que lo sabe traducir no mi generación que es puro cartón pintado.
Juan Pablo Liefeld Y cuál es el problema de ser mariquitas. Ninguno. Absolutamente ninguno. El problema que no se lo reconcoce. Nos montamos de superhombres y en el mingitorio vemos a un tipo haciendo carambolas con las bolitas del baño con su meo y nos cagamos de miedo.
Juan Pablo Liefeld Y es tan pelotuda mi generación que digo Tevez es un gran traductor de Pasolini y el Beto casella es un pensador interesante y les sale del corazon una sonrisa ironica llena de desprecio.
Juan Pablo Liefeld Las mariquitas necesitan negar estas cosas porque ponen en evidencia su pobreza tanto intelectual como espiritual. Lo mismo paso hace muchos años con Horacio Gonzalez, Tomás Abraham y Nicolas Casullo, que hoy son muñequitos de torta de cuanto cumpleaños de 15 alla pero alguna vez fueron un chiste malo que nadie entendia ni festejaba.
Juan Pablo Liefeld Existe un mundo Beto Casella y un mundo Nacha Guevara. Uno respeta y defiende a un patetico imitador de Sandro y el otro lo humilla y desprecia gratuitamente con saña y sevicia. Yo intento estar del lado del mundo del Beto. A mi generación le encanta el mundo de Nacha. Lo que el mundo Guevarista tanto odia de ese patetico laburante que es un imitador de Sandro es que ese hombre tiene una pasión verdadera, un amor verdadero y lo sostiene con el cuerpo y con su voz. Lamenteblemente compañero imatador de Sandro -al que yo también amo- no te puedo ayudar más que con estas palabras que no valen una mierda. Pero a los Guevaristas Nachianos les digo hijos de puta las banderas, las bellas banderas nos las entrego, las defendi toda mi vida esa que para ustedes es una caricatura como el emitador de Sandro, voy a caer en batalla y ustedes van a escupir sobre mi cadaver pero las banderas, las bellas vanderas, no  se las entrego a ustedes ni a nadie, jamas, porque a mis banderas las sostienen un pasion y un amor inutil cosas de las cuales para ustedes  solo son comprensibles solo si estan mediadas por variables de utlilidad y lucro. El imitador de Sandro y yo vamos a perder, claro que sí y somos pateticos, calro que sí pero ustedes nunca van a conocer el dolor de la perdida porque nunca ganaron nada.
SHAMELESS. El clan de Cacho
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SHAMELESS. La Torre de Babel de Elsa
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SHAMELESS. Pedofília

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La traduccion de You Never Give Me Your es mala pero sobrevive a su mala traducción como todo buen libro a sus malos traductores:
Nunca me das tu dinero
Sólo me das tus historietas
en medio de las negociaciones te quiebras
Yo nunca te doy mi número
Sólo te doy mi situación
Y en medio de la investigación me quiebro.
Salir del colegio y gastar el dinero
No veo futuro ni pago el alquiler
Todo el dinero se fue, no hay donde ir
Los chanchulleros despedidos
De vuelta el lunes por la mañana
Camión amarillo y lento, sin lugar adonde ir
Pero ¡oh, esta mágica sensación
De no tener adonde ir!
Oh, esta mágica sensación
De no tener adonde ir! ¡no tener adonde ir!
Un dulce sueño
Toma las maletas y sube a la limusina
Pronto estaremos lejos de aquí
Aprieta el acelerador y sécate esa lágrima
Un dulce sueño hoy se hizo realidad
Hoy se hizo realidad
Hoy se hizo realidad
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete
Todos los niños buenos van al cielo
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete
Todos los niños buenos van al cielo
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…
Los niños buenos van al cielo.
Emmy Rossum, TAN BIÓNICA DE SHAMELESS A BEAUTIFUL CREATURES
Para David Viñas y una de esas oraciones que podía tirar como se puede tirar con una pistolita comprada en una villa de San Martin con varios cadaveres sobrebolando el ánima del arma:
Los intelectuales en argentina se suben al caballo por la izquierda y se bajan por la derecha.

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SHAMELESS. Las bellas banderas
JUAN PABLO LIEFELD 
-I-
Mariano Cúparo Ortiz:
Estaba enamorado de ella en Shameless. Sinceramente enamorado.
———–
Juan Pablo Liefeld:
te creo compañero, pero la suerte nunca va a estar de nuestro lado, nunca y menos esta noche, que dificil que es la vida, un beso cuparo siempre crei en tu sinceridad cuando todos te tomaban por chanta y vago en Libreria Santa Fe, yo no, se que sos un buen pibe, pero te va a ir siempre para el orto por ese caminito, abrazo
————–
Mariano Cúparo Ortiz:
Este es el mejor elogio que recibí en mucho tiempo.
Porque viene de un romántico anarquista de los de antes. El tipo de club al que me gustaría pertenecer, y al que lamentablemente no pertenezco. Pero igual me honra la confusión que te lleva a decirme “compañero”. Porque de todos los clubes a los que no pertenezco (que son a la vez todos los clubes que alguna vez haya conocido), con ese es con el que más me quiero identificar.
En la librería intenté hacer inconscientemente algo que después descubrí que fue la esencia de la resistencia peronista del 55 y que cuando lo supe se me puso la piel de gallina porque sin dudas fue (humildemente) uno de los mejores desempeños de mi vida: el boicot, el trabajo a desgano y el sabotaje al hijo de puta que quería nuestra alma a cambio de un sueldo. En ese lugar nos quisieron hacer creer que nuestra dignidad valía $1600.
Vos me estás reconociendo por eso y entonces el orgullo es doble.
—————————————————
juan pablo liefeld:
no es un elogio es algo que te digo desde el corazon yo no respeto a cualquiera ni le digo te quiero a cualquiera lo digo cuando lo siento cuando es verdad, cuando le hice juicio a libreria santa fe y cerramos juan pablo aisenberg me quizo dar la mano, el tipo que me humillo y me robo plata como le roban los empresarios argentinos a todos los laburantes y yo no le quise dar la mano ni a el ni a su abogado porque si se la hubiera dado si yo esta noche te digo que vos sos un buen pibe seria mentira porque mi corazon podra estar herido pero no esta podrido puedo reconocer la belleza en medio de la mierda y vos sos noble lo vi porque trabajamos juntos y otros compañeros nuestros de esa libreria son unos soretes alcahuetes y que no valen nada ni para los aisenberg ni para nosotros dos, compañero, un beso grande te quiero
—————————————————
 Mariano Cúparo Ortiz:
Voy a sumar un tercer honor para el pibe que entró el mundito literario porteño, a los tipo 20 años, y sin entender nada, leyendo las columnas de Elsa Kalish, gracias a quien leí también Urbana.
Juajua, me resulta inolvidable el día que me pasaste tu mail, en el subte línea d, y me dijiste algo así como elsakalish@hotmail.com
-II-
Si sos una persona noble hace lo que se te canta las pelotas siempre.
Porque seas refractario e ingobernable o alcahuete y come mierda de la patronal igual te van a aplastar como una cucaracha.
Y te van a dejar todos solo: tu amor, tus amigos, tu familia, tus compañeros y la puta que te pario.
Pero si sos una persona noble no entregas jamas las banderas al enemigo porque no podes, porque eso no esta ni estuvo ni estara en vos.
Y te vas a quedar solo como un perro.
Y vas a escuchar boludeces crueles de gente “bien intencionada” y “que te quiere” pero el tiro te lo van a pegar igual, sin asco, de forma prolija y sin fallar.
Te van a aplastar como una cucaracha hagas lo que hagas.
Y si te van a dejar solo y te van a hacer mierda con una alpargata como a una cucaracha por qué mierda no haces lo que se te canta el quinto forro del culo y que se vaya todo a la mierda.
si de ahi venimos.
si ahi vamos.
las banderas no se entragan compañero.
las entregan los que nunca las tuvieron.
Y nos van a aplastar como cucarachas.
claro que sí.
no hay duda.
solo hay que leer dos o tres libros de historia.
y caminar y ver lo que pasa en la calle.
y te van a aplastar como una cucaracha.
pero si sos un rey.
las banderas mueren con uno.
hijos de puta.

SHAMELESS. Chano Chanpertier 
“y esta violencia regalo de mi papá me esta doliendo mucho cada día más”
Lunita de Tucumán, Tan Biónica
“una cosa que se pierde en la penosa madrugada silenciosa, del cielo de San Martín”
Momentos de mi vida, Tan Biónica
-I-
¿se fue por el aire o era
una invención de cuello verde?
Isidoro Ducasse de Lautréamont
se fue por el aire o era:
una invención de cuello verde
un Isidoro del otro amor
que comía rostros podridos
melancolías desesperos
penas blanquitas tristes furias
y erguía entonces su valor
y reemplazaba la desdicha
por unos cuantos resplandores
el sudamericano magnífico
de algas en la boca
¿dónde encontraba resplandores?
los encontró en rostros podridos
melancolías desesperos
penas blanquitas tristes furias
que le tocaron corazón
como se dice lo pudrieron
desesperaron atristaron
se lo vio como un pajarito
en Canelones y Boul’ Mich’
pasear a la Melanco Lía
como una noviecita pura
disimulando violaciones
cometidas en el quartier
“oh dulce novia” le decía
clavándola contra sus brazos
abiertos y una especie de
mar le salía a Lautréamont
por la mirada por la boca
por las muñecas por la nuca
“a ver cómo te mueres” le
decía “bella” le decía
mientras la amaba especialmente
y la desarmaba en París
como una fiesta como un fuego
ayer crepita todavía
en un cuarto de Poissonières
que huele a suda mexicano
ea Ducasse Lautréamont
montevideano ea ea
eu vide o monte de ta mort
parecía una bola de oro
una calor desenvainada
la tristeza decapitó
la furia desenfureció
se fue por el aire o era
un Isidoro Ducasse muerto
solamente por esta vez
o como lluvia de otro amor
mojó a Nuestra Dama de
la Comuna armada y amada
con la belleza que subía
de su cuello verde podrido
en mil nueve sesenta y siete
por la barranca de los loros
se lo oyó como que volaba
o parecía crepitar
contra la selva agujereada
los desesperos del país
las melancolías más gordas
pero fue el otro que cayó
solamente por esta vez
mientras Ducasse descansaba
en un campamento de sombras
-II-
En medio del naufragio salgo a la calle.
Goebbels y el III Reich con Cabezas de tormenta bajo el brazo.
En la tele Cristiana habla en la Bolsa.
Inteligente, brillante como siempre.
Y digo:
Que buena oradora que es.
Y Mauro a mis espaldas dice:
No es una oradora es una gran narradora.
¿Quién es Mauro?
Viale, Mauro Viale.
Que es como mi tío.
Me vio crecer, me conoce desde chiquito.
Y ahora me esta viendo envejecer.
El tío y yo envejecimos.
Pero también crecimos.
Los dos.
Y Cristina habla desde la Bolsa de Buenos Aires.
Y yo sigo intentando sobrevivir al naufragio.
Y sigo pensando en Chano Chanpertier.
Por qué me interesa ese chico.
Qué veo en el que no llego a ver pero intuyo.
Que es lindo.
No.
Que lo conocí hace dos veranos atrás en un recital que paso Cronica TV por la tele un domingo a la noche.
Sí, eso me interesa.
Si Cronica TV pasa un domingo a la noche a un recital de un artista es porque ese musico es un artista popular argentino.
Y eso me interesa.
Pero no es eso solo.
Hay algo mas.
Hay cierta oscuridad en sus canciones que la escucho.
De dónde viene esa oscuridad, Chano, porque tu belleza proviene de esa oscuridad no de tu cara bonita, que lo es.
Y entonces encuentro la pregunta que me abre la puerta.
Una pregunta obvia que nadie hace.
Quién es la familia de ese chico.
Es poderosa.
Eso se puede ver a la legua pero nadie sabe y todos saben.
Pero la pregunta no se hace.
Por qué no se hace.
Porque es una familia poderosa.
Supongo, porque no sé quién es la familia.
No lo se.
Lo que se es lo que decia Robaira Lynch todos los jueves a la mañana en La Metro en el programa Gente como uno:
Toda familia de bien para serlo tiene que tener un puto, un militar y un drogadicto.
Gracias Fernando Peña, aunque ya no estes tu presencia en mi vida me sigue iluminando.
Esa familia que no conozco es este mundo perverso que es tan perverso que no le alcanza con destrozar la vida de los demas sino tambien la de sus propios hijos.
Y este chico lindo que es un rebentado y que tiene guita y esta tan en la lona como yo que tengo menos de cien pesos en el bolsillo tiene algo que me gusta, que respeto, que me interesa escuchar y no dejo de escuchar desde hace una semana de forma obseciva.
Eso me viene de mi sangre alemana.
Cuando vez algo te arrojas ahí y lo perseguis hasta el fin.
Ok.
Que es eso.
¿IT?
Ese chico roto y lindo y que escribe buenas letras, escuchalas atentamente, pero escuchalas de verdad y vas a descubrir una oscuridad y dolor verdadero.
Ese dolor, esa oscuridad y esa belleza rebentada es el capitalismo.
Chano, digo yo sin saber nada de él, salvo por las boludeces que dicen los medios y fundamentalmente por escuchar su trabajo, la musica que hace, creo, quiza me equivoque, pero ese chico lindo es un hijo de este capitalismo canibal.
Y por medio de un dolor horrible y reventado logro  una dignidad y humanidad dolida pero humana, terriblemente humana. Como toda persona que a conocido eso:
IT.
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SHAMELESS. Los Simpson
Para Mariana Liefeld
Marilu, como te llama El Alemán, hace días tendría que haberte llegado una carta mía a Londres que juro que busque y no encontre las palabras, precisas, necesarias de lo que quería y debía decirte. Pero las palabras no aparecieron. OK. Quizá en estas fotos que saqué esta mañana con un libro genial en la cabeza que sólo yo puedo contar pueda hacerte llegar lo que las palabras hoy no quieren o no pueden decir. En las fotos están los restos de mis anteojos Union Pacific que me destrozaron una noche cuando me robaron Europa Central de William T. Vollmann, un collage que hice para un libro de Nick Cave escrito sobre bolsas para vomitar en un avión, la computadora que compre con mi trabaja y sacrificio en Libreria Santa Fe y un dibujito de Bart Simpson hecho por un chico que encontre tirado en la calle. Lo mejor es lo que esta por venir. Siempre. Lacan le dice a Derrida en una discución que una carta siempre llega a destino. Derrida sostenía lo contrario y se equivocaba, una vez más, como cuando se peleó con Foucault y éste le hizo morder la banquina. Las cartas siempre llegan a destino. Y esta es mi carta para vos. un beso grande

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Shameless. LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE
Estoy en la esquina de Charcas y Vidt.
En pleno corazón de Palermo Culo Roto.
Sentado a una mesa de La Pharmacie en la vereda.
Entonces una nena de no mas de cinco años irriumpe en mi conversación.
Apoya medio cuerpo sobre la mesa de la confiteria.
En la mano tiene paquetes de carilinas.
Y dice:
Comprame una.
Es una orden. Y me la esta dando una nena de cinco años con la misma dureza y templanza que tienen algunas mujeres.
Es una nena y esta vendiendo carilinas en la calle.
Y me mira.
Tiene mil años esa nena.
Y le digo:
No tengo un mango.
Y el café con leche me lo va a pagar él.
Y señalo con la mano que sostiene mi cigarrillo a la persona que me acompaña.
La nena de mil años ni se mosquea.
Me mira fijo a los ojos.
Tiene cinco años y la determinación de una mujer de cuarenta dueña de sus destino.
Pero no tiene cuarenta sino cinco y esta vendiendo pañuelos por la calle.
Y la miro.
Y entiendo esa dureza de sus ojos, que le chupe un huevo mis palabras.
Es una nena y esta vendiendo pañuelos en la calle que mierda le importan mis palabras.
Nada.
Y esta muy bien que así sea.
Y entones digo lo único que tengo que decir.
Ok, le digo.
Te voy a dar todo lo que tengo.
Y saco todo lo que tengo de mi bolsillo.
Que no alcanza ni para un café con leche y que a ella ese dinero ni ninguno va a reparar el daño que este sociedad de mierda le ha ocasionado.
Pero esta bien, ese dinero le pertenece, esas monedas que me quedan.
Y saco de mi campera lo que tengo y extiendo la mano para que tome el dinero.
Y me vuelve a sorprender la nena de mil años.
Ni se mosque y me mira a los ojos.
Tiene una mirada dura pero franca.
Y vuelvo a entender que no entendi nada.
Entonces soy yo el que hace el esfuerzo, que soy el adulto, no ella que es una nena y no le corrresponde.
Y entonces le doy todo mi dinero, me muevo en la silla y me acerco a ella y le pongo el dinero en la mano.
Y la nena de mil años ni se inmuta y me sigue sosteniendo la mirada.
Y entonces dice:
Mira que yo no soy policía.
Y le respondo:
Si yo creyera que vos sos policía no te daria todo mi dinero, porque a mi tampoco me gusta la policía.
Y me mira y no dice nada.
No me cree.
Y esta bien que no me crea porque es una nena y tiene mil años y yo no puedo hacer nada por ella salvo mentirle.

Nick Cave William T Vollmann Borges Chano Tan Bionica Libros Kalish Bart Simpson Primo Levi Kate Moss

LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE
4
Yo piratie a Fogwill para la republica argentina
para los guachines que lo quisieran a quique
yo piratie a Copi
para el piberio bionico
cuando copi no se conseguia en francia
y no daniel link
yo pense arme un equipo y publique
en las revistas digitales
el interpretador
y
te voy a atornillar
textos perdidos de copi
a pura perdida
y mis compañeros a Daniel Link lo respetan
y a mi que recupere copi y se lo pedi a LInk
y se nego
me acusan de miserable
yo queme dolares para proteger a mi famialia
de ella misma
y salvo la tia marta todos me putearon
¿y cuanto cotiza el dolar blue
hoy compañeros de mi generacion?
yo queme dolares
yo queme mi bibloteca personal
para sostener esta libreria
que es mi cuerpo
y soy un vago
yo me pelie con medio mundo
pero lo logre
consegui que circulara
la carta de oscar del barco
se la robe a esos hijos de puta
que la estaban leyendo en privado
para hacerce una paja
y yo siendo un pibito laburando
en una panaderia toda la noche
super escuchar esa carta
y el tembrlor de la voz de Nicolas casullo
porque fue casulllo en la puerta de su casa
el que me hizo saber
que esa carta existia
de oscar
y me arroje sobre ella
para que algun dia
la puedan leeer
los guachines que esperan bondis que no llegan
yo vi los ojos de esa nena de mil años
los vi ya millones de veces
y los voy a seguir viendo
pero mi generacion
los que hoy tienen
entre 35 y 45
estan esperando en una mesa
de algun var
que esa nena que yo vi ayer
les ofresca una carilinas
y dios santo
eso ya lo vi
y voy a dar mi vida porque eso no suceda
y va a suceder igual
cuando esa nena de mil años
les ofresca a MI GENERACION
unas calininas
dios santo
eso
it
son horribles
son pura pedofilia
son bestiales
son
so
s
que dios te ampare
si existe
nena de mil aaños
de la banalidad del mal
de mi generacion
lamentablemente dios no existe
pero te voy a mentir
por amor
nena de mil años
dios existe y te va a cuidar
de la banalidad del mal
de mi generacion

Shameless. EL DESIERTO Y LAS PALABRAS
camino en medio del desierto
en una mano llevo cuatro cervezas caseras
y en la otra un pan con aceitunas y queso
vengo de buscar el dinero de la venta de un libro
y voy para mi casa
que es un desastre
como mi vida
pero un poco mas
y veo a un ex caminando
en medio del desierto
y le grito
¡puto puto puto!
y no me escucha
y le grito mas fuerte
puto puto puto
y la gente me empieza a mirar
pero mi ex no me escucha
y entonces me pongo detras de el
y le grito al odio
¡puto puto puto!
y se da vuelta para enbocarme
y me ve
y me reconoce
y nos abrazamos
y charlamos
ese pibe es madera noble
la mejor madera de Misiones
ordenando palabras en un deposito
una rata de papel de pura raza como yo
trabajamos juntos dos años
me cuenta que el sueño
de su familia esta en marcha
que pronto la madera volvera al origen
y abro mi bolsa
donde llevo las cuatro cervezas caseras
la mejor cerveza casera
de Jose Leon suares
que hace doctor neurus
a pocas cuadras
de donde rodolfo walsh
fue a buscar
el facundo de sarmiento
y le digo agarra una
elegi la que quieras
no me dice
te estoy regalando
la mejor cerveza del conurbano bonaerense
porque para que brindes sta noche por vos
porque la madera por fin vuelve al origen
porque estamos donde queremos estar
nosotros elegimos esto
lo bueno y lo malo
y elige una
y el muy puto
me elije una de las mas ricas
y nos abrazamos
y ese abrazo
es una bandera hermosa
mi cruz del sur
mi flor mas amada
y nos decesamos suerte
en medio
del desierto
y las palabras
y nos perdemos en la noche
en busca de nuestro destino

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Shameles. HOY VI LLORAR A UNA CHICA EN LA PUERTA DE LA CASA DE CHARLY GARCÍA ENTRE FRUTILLITAS DE AGOSTO Y TORMENTAS DE SANTA ROSA II
Fito: Siempre pensé que era necesario que te volvieran a matar a alguien que quisieras para que vuelvas a componer algo vivo. Como en la película “Las Horas” donde Virginia Woolf interpretada por Nicole Kidman, en medio de un momento de bloqueo descubre cual epifanía que para poder seguir, alguien en su novela debía morir. Es así como decide matar al protagonista para continuar escribiendo. Allí encontré una buena metáfora de que para no hundirse hay que poder perder, cosa que creo hace muchos años olvidaste porque la vida se arreglo los dientes para poder sonreírte de nuevo, olvidando las bocas podridas de donde salían las palabras de otros días. Después escuche la canción “Sacrificio” y me emocione, pensando que había una chispa… pero no paso mucho para enterarme que era una canción vieja que nunca habías sacado y pensé… los lentes oscuros que forman parte de tu nuevo semblante no son el modo de ocultar la vergüenza por cual antítesis de Schöenberg pudiste dejar la vida por la bolsa. Es el espejado de los lentes que oculta la vergüenza de saber que alguna vez optaste por estar en un café solo por casualidad viendo sin estar detrás de nada que esconda tus decisiones.
Hoy escuche “Hermanos”… obviamente la version en portugues es mucho mas bella que en castellano, pero igual asi creo en mi la esperanza de que nadie tenga que matar a tu hija, solo debias enconcontrar alguien que vuelva a tener la boca sucia, las manos ensangrentadas y la mirada limpia. No se como sera el resto del disco. quiza es una mierda…. pero hoy, por este tema, vuelvo a brindar por vos. Salud!!!

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SHAMELES. Buen provecho
Anticipándome unas horas a mi cumpleaños, y como regalo en mi 37 aniversario, les dejo lo que estuve escribiendo. Llego finalmente. Para ustedes, lo que algunosconocen como “La historia de Doña Elisa”. Espero les guste y sino, esta bien igual. Yo me divertí haciéndolo. Salud!
Buen provecho
Como sé lo que sé, no puedo decirlo, ya que no recuerdo cómo llegue a saberlo. Lo que sí puedo decir es lo que sé. Tampoco recuerdo cuando apareció por primera vez, pero estoy seguro que no estuvo ahí desde siempre. De eso no tengo dudas porque la primera vez que lo vi estaba en una oscura y húmeda habitación, sobre una gran cama cubierta con un roído acolchado rojo. Esos eran los dos elementos que resaltaban en ese cuarto gris y mohoso, el acolchado rojo y el espejo con forma de escudo heráldico que colgaba sobre la cabecera de la cama. Lo que me llamo la atención de aquel espejo no fue su forma, sino que al refractar la escasa luz que allí habitaba, se convertía en el elemento que más sobresaltaba entre tanta opacidad. Ese espejo aún existe, en este mismo momento, mientras les cuento esto, está colgado sobre una puerta tapiada que da a aquel cuarto. En algún momento, ese cuarto formo parte de la casa, pero ya no. Lo único que queda es el espejo como recuerdo que ahí, tras él, se esconde una habitación que fue exiliada del resto. A simple vista se pueden ver las huellas del marco y su capitel asomando sus bordes de la pared, y en su centro aquel ojo como ventana a un mundo ocluido que los actuales dueños de la casa se han esforzado por intentar olvidar. Ni la cama ni el acolchado existen más, el fuego y luego un antiguo pozo ciego se encargaron de fagocitarlos, como tampoco existe más la mujer que vivió allí. Elisa se llamaba, o eso siempre creímos hasta poco después de su muerte. Doña Elisa le llenábamos nosotros, “la doña de los gatos” le decían los demás vecinos del barrio.
I
Cuando mis abuelos llegaron a aquella parte de Punta Mogotes por primera vez, promediando el final de la década del sesenta, el barrio del Faro era un mero puñado de casas de veraneo desparramadas en el mapa. Mar del Plata ya se había convertido en la ciudad balnearia por excelencia de la clase media trabajadora, y aquel verano no era la excepción en cuanto a la cantidad de turistas que habían llegado de diferentes partes del país. El iodo y salitre de mar cotizaban por metro cuadrado, acompañándose con facturas arenosas y mates fríos bajo el tinglado de miles de sombrillas multicolores. Un cachito de paraíso a fuerza de pelotas de futbol de goma, paletas de madera, pirulines y barquillos, en el medio de un infierno bosconeano de abdómenes prominentes, epitelios sudorosos y choclos embadurnados en mayonesa. Mis abuelos: Elsa, una polaca orgullosamente nacionalizada argentina, y Herbert, un berlinés orgullosamente alemán que jamás renuncio a su origen, llegaron ese verano como muchos otros sin tener previsto donde alojarse. Iban con sus hijos: Marta y Jorge. También los acompañaba Juan Carlos, el novio de Marta, quienes años después se casarían y se transformarían en mis padres. Ese mismo año, mi tío Jorge también conocería a una chica marplatense, María Emilia, su futura mujer y madre de mis tres primos.
Según tengo entendido, el incauto grupo de veraneantes fue recibiendo rechazo tras rechazo en distintos hoteles y casas de alquiler por estar todo ya ocupado. Con cada nueva negativa se alejaban más del centro de la ciudad, siendo expulsados hacia sus márgenes, atraídos cual fuerza centrífuga invisible que a última hora los deposito en una playa solitaria al sur de la ciudad. Contaban con una carpa que intentaron armar, pero una lluvia de esas breves pero violentas y la nula experiencia en tareas campistas, frustro rápidamente el intento. La leyenda familiar dice que apenas comenzó la lluvia, la playa se llenó de ranas. La imagen de una playa cubierta por estos anfibios tiñe la escena con una especie de presagio bíblico tan colorido a los términos de una narración que me veo obligado al menos a dudarlo. El bosque Peralta Ramos se encuentra no muy lejos de la costa, si las ranas salieron de algún lugar es muy probable que haya sido de allí, y desorientadas intentaran colonizar los médanos y las aguas de un mar embravecido por el clima. De uno u otro modo, los protagonistas cuentan que la lluvia y la plaga terminaron de echar por tierra el intento de pasar la noche en una carpa. Puedo imaginarme perfectamente el ataque de histeria de mi madre al verse entre arena, agua y ranas, quizá fue más esto lo que terminara convenciendo a los demás de probar suerte entre el caserío del barrio. Golpearon varias puertas y en las pocas que alguien los atendió recibieron la misma negativa, hasta que alguien se apiado se esas almas mojadas y les dio el dato de una mujer que posiblemente estuviera dispuesta a alojarlos por algo de dinero. Allí fueron y así es como llegaron al umbral de la casa de Doña Elisa. Era un pequeño chalet, bastante humilde pero confortable, enquistado en el centro de una manzana a unos doscientos metros de la playa y a unos trescientos del majestuoso Faro de Punta Mogotes. Faro que hoy le da su nombre al barrio, pero antes de su existencia se conocía como “Lobería Grande”, por la cantidad de lobos marinos de la región. Había sido construido en Francia, totalmente en hierro, y traslado hasta su morada final, en un pequeño promontorio en forma de punta que se adentra en el mar, donde fue ensamblado en el año 1891. No sé en qué momento lo pintaron a franjas rojas y blancas, pero así fue como aquel anochecer, desesperados por cobijo, lo vieron por primera vez mis abuelos y mis padres. Así fue como lo conocí yo, así es como sigue estando. Quizá, aquella noche, tras el cansancio del día, hayan quedado obnubilados, como luego me pasaría a mi tantas veces, por aquel haz de luz que iluminaba por unos segundos la oscuridad de esos parajes. Ese haz blanco giraba en medio de la negrura, cortándola, y cuando llegaba a uno, por unos segundos, eras bendecido por el día en mitad de la noche. Seguramente en mi infancia esos segundos me daban el alivio necesario para afrontar los fantasmas nocturnos de mis pensamientos hasta el próximo baño de luminosidad. No lo sé, lo que si recuerdo es que poder ver girar aquella luz era un modo de ratificar que el mundo seguía en su lugar.
Doña Elisa estaría promediando los 50 años, y si bien era una mujer muy descuidada en su aspecto, se notaba que había sido bella. No era fácil vivir solo y menos en el barrio del Faro. Los inviernos eran duros y solitarios, sobretodo solitarios, y podían pasar semanas sin ver una cara diferente a la propia. Había un almacén, una carnicería, un kiosco, una verdulería y un puesto de diario, únicos comercios que permanecían abiertos todo el año, todos manejados por la misma familia de tanos brutos y careros. Pero cuando hay tan pocos seres humanos cerca, hasta los más desagradables se adoptan como familia. También estaba la pequeña base naval donde estaba emplazado el Faro. Los marineros y militares que trabajaban ahí eran la mayor fuente de ingreso de los residentes de la zona, incluyendo a Elisa, quien habitualmente les alquilaba cuartos a los muchachos de la base. El Faro era un lugar inhóspito para vivir fuera de la temporada de verano, y el hecho que muchas de las casas que habían fueran solo usadas en temporada, le daba aún más aspecto de paisaje pos apocalíptico de película zombi. Claro que esto lo tornaba un lugar estratégico para algunas necesidades, sobre todo para aquellos que quisieran pasar inadvertidos, lejos de miradas ajenas, pero lo suficientemente cerca de las comodidades que podía ofrecer una ciudad relativamente grande. En mi adolescencia conocería a varios hijos de desaparecidos que vivían en Punta Mogotes y que habían sido criados allí por sus padres expropiadores, o personas con diferentes problemas con la justicia, etc. Como será que a pesar del paso del tiempo y los muchos cambios, algo de esto se sigue manteniendo. Hoy abundan geriátricos y neuropsiquiátricos en los alrededores, donde las familias pueden depositar a sus desechos lo suficientemente lejos de casa como para que no llegue el mal olor a sus ventanas. Pero este no era el caso de Doña Elisa, quien hacía ya muchos años se había auto exiliado en esa casita sin aparente causa.
No sé porque Doña Elisa accedió a alquilarles un cuarto a mis abuelos, aunque sospecho que fue porque se enamoró de Herbert apenas lo vio. Era un hombre alto, corpulento, de manos grandes y trabajadoras, se había desarrollado como carpintero toda su vida y era muy bueno como techista. De pocas palabras, no muy expresivo, hasta algo tosco, pero de un corazón tan grande que sería la causa de su muerte. Unos 15 años después de este verano, Herbert moría de un paro cardiaco producto de una miocardiopatía dilatada, es decir lo que se conoce como un corazón agrandado. Lo primero que haría Elisa apenas se enterase sería ir a atacar a Elsa y acusarla de haberlo asesinado y dejarla a ella sin la posibilidad de aquel excepcional hombre. Elisa también era de pocas palabras, pero de una templanza y carácter tan duro como los inviernos que la habían forjado.
II
Al verano siguiente volvieron a la casita del Faro, y al otro, y al otro. No pasaron muchos más veranos antes de que mis abuelos le ofrecieran comprarle la propiedad a Elisa, y que ella aceptara. ¿Necesitaba el dinero más que la casa? ¿O fue un modo de asegurarse que mi abuelo siguiera yendo todos los veranos? Quién sabe. Como terminaron dándose los hechos alrededor de la transacción tuvo hasta un tiente cómico. Elisa respondió la propuesta a último minuto del último día de veraneo y no lo hizo de forma directa. Fiel a su actitud siempre colmada de misterios, al despedir a Herbert le introdujo un papelito doblado en el bolsillo delantero de su camisa escocesa y le dijo al oído: “ábralo solamente cuando llegue a Buenos Aires”. Mi abuelo se olvidó de aquel papelito después de 9 horas de un incansable viaje de retorno, y fue recién semanas después que Elsa lo encontró al momento de querer lavarle la camisa. “Estimado Herb: acepto. Elisa”, eso era todo lo que figuraba escrito. Poco y mucho a la vez, depende quien lo leyera. Nunca nadie me conto que suscito en mi abuela leer aquello, así que lo dejare a la imaginación de cada quien. Una llamada telefónica de larga distancia pondría fin a las posibles variadas lecturas: aceptaba venderles la casa. Se ultimaron los detalles para el viaje de Elisa a Buenos Aires, y en algún día de un mes de mayo mis abuelos la fueron a recoger a la estación de trenes de Constitución. Apenas subió al auto les anuncio: “Tengo que decirles algo”, pero a pesar de la insistencia de mis abuelos no lo hizo. Solo repitió durante todo el viaje desde Constitución a José León Suarez: “Tengo que decirles algo”. Lo haría solamente una vez establecida en la casa de Herbert y Elsa, “yo les vendo la casa, pero la casa no es mía”. En ese momento se debe haber formado un revuelo importante, pero Elisa apaciguo todo con un seco: “yo me ocupo”. Resulto que la casa estaba a nombre de una de sus hermanas, lo cual no solo devolvió un poco más de confianza a los compradores sobre aquel negocio sino también la humanizo un poco a esa mujer. Tenía familia. Realizo una corta llamada telefónica y esa misma noche aparco un auto en la puerta de la casa familiar. Dos hombres bajaron de él, uno alto, canoso, serio, que traía una carpeta con los papeles de la propiedad, y el otro retacón, con unos bigotes muy finitos que fumaba sin parar. Ambos saludaron extendiendo sus manos sin decir nada. Mis abuelos ya tenían muchos resquemores de lo que estaban haciendo, pero el monto que les había pedido Elisa era tan irrisorio que siguieron adelante. Elisa comando todo el trámite, solo luego de que estuviera todo firmado el hombre más bajito entre pitada y pitada la miro y le dijo: “¿Mi Señora, donde va a ir a vivir usted?”. Elisa solo le clavo su mirada y el hombre balbuceo un casi inaudible “disculpe”. La cuestión es que antes de que terminara el día, habían llegado a un nuevo acuerdo: Elisa seguiría viviendo allí como casera. Durante el año, se aseguraban que la propiedad no quedara sola, que alguien la mantuviera y cuidara, que los posibles malhechores vieran que no era una casa más que poder desvalijar en la época invernal. Fue así como terminó tapiada la puerta de uno de los cuartos y se construyó un pasillo al costado, abriendo un nuevo e independiente acceso a esa habitación. Se le agrego un pequeño baño, es decir un inodoro y una ducha en uno de los recodos del pasillo, y listo… una nueva casa para Elisa. Y así una familia de clase media del conurbano bonaerense obtenía parte del sueño peronista con su propia casa en la costa atlántica.
III
Millones de pinchazos. Todos a la vez. Más y más arriba, subiendo por mi pierna derecha. Dolor, mucho dolor. Una metástasis de hormigas enfurecidas se propagaba desde mi pie, el cual estúpidamente había pisado un hormiguero. No entendí enseguida que pasaba, al principio solo sentí un cosquilleo que luego fue mutando en dolor, pinzas diminutas que se clavaban en mi carne y avanzaban conquistando terreno. Esa mañana, como tantas otras, luego de desayunar había ido a jugar al patio, y me cruce a Doña Elisa. No era extraño, ya que ella todas las mañanas salía de su casa y volvía al mediodía. En el cruce, me muestra un caparazón de caracol terrestre con un color blancuzco y una consistencia diferente a lo habitual, y me dice que lo encontró en el terreno baldío del fondo, donde hay muchos más. Luego sigue su camino. Salí corriendo tras esas conchas globulosas helicoidales como si fueran pepitas de oro, adentrándome entre los pastizales de esas tierras arrasadas por el descuido. Cada tanto, alguien arremetía contra el avance desmedido de la naturaleza generando distintos focos de incendios. El fuego se deshacía de toda maleza y de los diferentes bichos que ahí moraban, dejando un paisaje desolador y ennegrecido. Las llamas eran las causantes de ese fenómeno de caparazones blancos y endurecidos, cociendo su carbonato de calcio y proteínas, deshaciéndose del molusco, en un proceso alquímico que arrojaba como saldo esas cadavéricas preciosidades que de golpe me eran tan indispensables. Ni idea tenía en aquel tiempo que la forma de espiral que presentan responden a la secuencia de Fibonacci, secuencia de números matemática infinita que está presente en todas la arquitectura del Universo. Esta milagrosa maldición es conocida entre los físicos y matemáticos como el espiral dorado, y el cociente que arrojan los números consecutivos de la secuencia de Fibonacci difiere en una mil milésima del número de oro, número que en el medioevo se desarrolló como la proporción justa que determinaba la belleza ideal de las cosas. El David de Miguel Ángel está construido con la proporción de este número, por ejemplo. Quizá algo de esa belleza oculta y maldita propiciara la ambición desenfrenada por obtener mis propias reliquias macabras, y en ese afán es que mi pie se topó con el hormiguero. Mientras era mordido vivo por millones de insectos enfurecidos, mi abuela me encontró y arranco de la terrible trampa. Sus manos, su piel, quedarían en mi memoria táctil por el resto de mi vida, como así también el dolor producido por estos formícidos. Una marca por siempre, donde el placer fuera precedido por cierto doloroso sutil hormigueo recorriendo alguna porción del cuerpo. Mientras aun me encontraba en el más encarnizado ataque y mi abuela me levantaba en andas, con el rabillo del ojo, me pareció ver tras la pequeña ventana desvencijada de su casa, el rostro de Doña Elisa sumido en el más extasiante goce de satisfacción.
Entre que mi familia compro la casa del Faro, y la escena que acabo de relatarles, pasaron muchas cosas. Entre ellas, los nacimientos de mis primos y mío, mi hermano vendría unos años después. También, en el entre estas dos circunstancias, Elisa fue convirtiéndose en la Doña Elisa que quedaría en nuestro imaginario. Regordeta, baja, de no más de 1,65, ermitaña, sucia… y sobretodo, dueña de un ejército de gatos. No se la veía mucho, como dije antes solo dos veces al día, a la mañana cuando salía, y al mediodía cuando regresaba. Y siempre, tras ella, una manada de gatos la acompañaba. Vivian juntos en su pequeña casa, encimados, apiñados, brindándose calor en los largos inviernos, y mucho olor en los veranos. El pestilente pis de gato pasaría a ser su perfume característico, avisándole a los incautos que se acercaba, cubriéndole la espalda al retirarse. La recuerdo con turbante, anteojos de sol con patillas de carey y lentes grandes, varias polleras largas por debajo de las rodillas, una encima de la otra. Unos cuantos sacos de lana, y medias, también de lana, con zapatos de hombre de esos que usan los obreros en las construcciones. Se apoyaba en un bastón de madera, y se pintaba exageradamente con rubor los cachetes y los labios de un estridente rojo carmín. Un gato en particular era objeto de su atención y cuidado. Azrael era más grande que el resto, y obviamente en aquel complejo andamiaje de jerarquías felinas era el que mandaba. La mayoría iba tras él, o esperaba una seña de este para poder ir o venir. También era el que más lejos llegaba junto a Doña Elisa en sus incursiones matutinas, y luego, cuando ya no podía ir mas allá con ella, volvía y se sentaba a esperarla en el umbral de su casa. Por las noches, Azrael, era el que siempre te salía al paso produciéndote un susto de muerte. A veces, se encorvaba todo, echaba las orejas para atrás, te clavaba la mirada erizando todo su pelaje blanco y sacando las garras producía un aullido macabro que podía acelerar cualquier latido. Otras, solo permanecía inmóvil, mirándote fijo… solo mirando. Azrael sería el último de los gatos de Elisa que moriría luego que ella no estuviera más. A partir del deceso de su jefa, todos los veranos nos recibía el tufo fétido del olor a mierda y pis de sus gatos, y siempre, como sobrándonos, Azrael sentado en el techo con su actitud victoriosa, recordándonos quien mandaba allí. La última vez que lo vi, fue al arribar después de todo un año de ausencia. Lo encontramos como todos los años, esperándonos. Pero esta vez no estaba en el techo. Parecía estar durmiendo, hecho un bollo, al pie de la puerta de entrada. Hasta parecía un gato manso que descansaba apaciblemente al sol. Pero al acercarnos nos dimos cuenta que algo no estaba bien… Jamás Azrael había permitido que ninguno de nosotros lo tuviéramos tan a mano. No estaba vivo, pero aun nos estaba esperando. En su último acto nos mostraba que aun esperaba. Que eternamente, como solo lo permite la muerte, podía esperar. Cuando lo levantamos con una pala, descubrimos que había muerto hacia un tiempo, y el sol, la salitre y la arena que volaba desde la playa se habían confabulado para hacer un perfecto trabajo de momificación. Lo que había quedado era la carcasa de lo que había sido, y debajo…, nada. Pero su espíritu de lucha lo había mantenido fiel a su ama más allá de los límites de la vida.
IV
Las discrepancias y malestares fueron en aumento. A partir de algún momento Elisa dejo de hablarles a las mujeres de la familia y solo se dirigía a mi abuelo, mi padre o mi tío, a excepción de su saludo en los mediodías, cuando al llegar de su paseo diario encontraba a todos dispuestos a almorzar. Una larga mesa se armaba en el patio, con caballetes y un tablón de madera, los banquetes podían variar entre asado, pastas, sandwichitos de miga, o picada con las sobras del día anterior. Todo siempre dispuesto sobre un mantel de linóleo blanco y florcitas rojas, con vasos de plástico y platos de distintos juegos, bajo un toldo excepcionalmente confeccionado con cientos de sachets de leche abiertos y cocidos uno al otro. La artífice de semejante ingeniería había sido mi abuela. Siempre me maravillo lo ingenioso de haber convertido aquellos recipientes descartables en algo tan distinto. Uno de los recuerdos más vivos que guardo de mi infancia, es el sonido plasticoso que producían aquellos sachets al golpear contra los cordeles que oficiaban de tensores, cuando después de intentar liberarse con la ayuda de los vientos de la costa, se daban por vencidos y caían resignados a su suerte: continuar allí, sin su identidad originaria, esclavos de un trabajo que no les pertenecía. Entre las costuras, sol y agua se filtraban. Tras el plástico, las marcas de su pasado atestiguaban sus nombres: Sancor, La Serenísima, Gándara, Ciudad del Lago, La Vascongada. Nombres que el sol fue destiñendo, que las lluvias fueron borrando, nombres que no importaban porque allí ya no significaban nada. Nombres aunados bajo un mismo destino, bajo la misma condena. El encantamiento de ese sonido solo era roto por la voz grave de Doña Elisa diciendo a su paso “Buen provecho”, para luego desaparecer tras la puerta de madera verde de su guarida. Y el “buen provecho” quedaba flotando en el aire junto con el olor a pis de gato, durante un buen rato, resistiéndose a abandonarnos, haciéndonos compañía.
Más de grande me contarían que Doña Elisa había comenzado a incurrir en abusos sobre la confianza que mi familia había depositado en ella. Se comentaba que durante el año había seguido alquilando las habitaciones de la casa, sobre todo a los muchachos de la base naval, quienes en sus salidas necesitaban un lugar donde satisfacer ciertas necesidades con señoritas que los ayudaran en esos menesteres. Al principio solo eran rumores, pero luego fueron apareciendo pequeños detalles que daban cuenta de esos otros usos a los que la casa era sometida. También el descuido y la suciedad que progresivamente fue en aumento en la propia Elisa, se fue trasladando a los habitáculos a los que tenía acceso. Creo que finalmente tomaron la decisión de quitarle las llaves de la casa después de que una vuelta encontraran un reguero de botellas de alcohol, colillas de cigarrillos y las paredes de los dormitorios meadas cual baño público de estación ferroviaria. Tengo la impresión de haber escuchado a mi madre contar alguna vez que también habían comenzado a aparecer diferentes elementos extraños que correspondían a “brujerías” (estoy casi seguro que esa fue la palabra que utilizo) en perjuicio de ella y su madre. Quizá de ahí provenga parte de la idea de que Doña Elisa era una bruja que en su casita del fondo preparaba brebajes y hechizos contra todo aquel que no le cayera en gracia. Pero a pesar de des-investirla de sus funciones, la dejaron que siga viviendo en su pequeña casa, ya sin acceso al resto de la propiedad. A partir de ese día, fuimos vecinos que compartimos el patio y la entrada del terreno hacia la calle. Calle, que como simple detalle de color, si la buscan en el mapa, la encontraran como Calle 0. Sin otra indicación que un número, el cero, representado por un trazo que se cierra sobre sí mismo, que deja un hueco en el centro… como la angustia en el pecho.
Muy gradualmente, Elisa fue entrando en un mundo delirante de historias enmarañadas y poco comprensibles. En su mente se convertía en la protagonista de escenas en importantes locaciones, grandes hoteles y restaurantes de Buenos Aires, entre artistas y empresarios, gremialistas y políticos, generales y delincuentes… todo un abanico de lumpenes y vampiros porteños. Al que más le confesaba sus fabulas, por supuesto, era a mi abuelo. Así, nos enteramos que se había dedicado a la actuación sin grandes éxitos, pero que igualmente había conocido la fama. Paris, Berlín, Nueva York… en todos lados había estado, en todas las metrópolis a sus pies se habían doblegado las más grandes tenacidades. Mi abuelo la escuchaba como escuchaba a las mujeres… a la distancia… fumando su pipa… sin creerle demasiado. Loca o no, bruja o no, no era más que solamente una mujer. Una vieja al abrigo de sus gatos, en la compañía de sus recuerdos, con una pistola como única amante que la defienda en las noches llena de culpas y fantasmas. Perdida en aquel punto del mapa, tenía todo el año para tejer historias, adornarlas, desarmarlas, ensayarlas… no por mentirosa, sino más que nada, por la imperiosa necesidad humana de hablar y ser escuchada. Sus conexiones con personas importantes de la política nacional e internacional iban en aumento… desde admirar, hasta haberse codeado alguna vez, y después llegar a ser íntimos con el mismísimo Perón, la llevo su delirio. La última versión diría que realmente su única representación exitosa fue hacer de la mismísima Eva Perón. Según confeso alguna vez, el parecido entre ellas era tan grande que había terminado haciendo de doble de la primera dama en un sinfín de ocasiones. Cuando Elsa y Marta estaban de humor y escuchaban estas cosas, reían socarronamente, pero cuando no, meneaban la cabeza de un lado a otro y arremolinaban un bucle imaginario en sus sienes con el índice. Igualmente nada detenía el parloteo de Doña Elisa cuando contaba con la presencia de Herbert. Confabulaciones internacionales, asesinatos, nazis yendo y viniendo con oro o solo con hambre y frio, científicos delincuentes que vendían conocimientos siniestros a por kilo. Sobre todos estos acontecimientos, Elisa tenía alguna verdad que solo ella portaba y que otorgaba como ofrenda al amor ausente de mi abuelo.
A pesar del miedo debía saber. Su voz me invitaba pero su mirada me advertía lo inconveniente de lo que estaba por hacer. Esa misma curiosidad imperiosa, de descubrir algo, de conseguir un saber sobre lo que solo suponía, es la misma curiosidad que a lo largo de distintas ocasiones me llevaría a adentrarme en hondas situaciones, y en este caso la que me indujo a aceptar la invitación de Doña Elisa a entrar en su casa. A pesar del miedo, de las dudas, de la resistencia que ponía mi cuerpo inmovilizándose un paso antes de traspasar la puerta, debía saber. ¿Qué? No sé. Nunca lo supe, ni en ese momento, ni en todos los otros en los que me sometí a avanzar intentando descubrir ese algo que no sabía que era. Fue como saltar al vacío, soltarse y saltar, saltar y soltar a pesar que todo tu cuerpo te dice que no lo hagas. Es como mover un peso muerto de miles de kilos, y luego la liviandad de la caída donde ya pareciera que no cuesta nada. Caer no cuesta esfuerzo, es el alivio de la gravedad haciendo lo que siempre se quiere evitar, no cuesta pero siempre tiene un precio. Mi cuerpo automatizado que avanza… irrumpiendo en ese mundo que solo había fantaseado. Un pasillo largo, oscuro, húmedo. Daba lo mismo que sus paredes fueran de material o el hueco terroso por el que Alicia cayó persiguiendo un conejo. Todo era mentira, y a la vez, era el lugar más verosímil por el que podía estar caminando. La adrenalina hacia que mis sentidos estuvieran más vivos que nunca. Podría decir que recuerdo estanterías llenas de frascos, que dentro de ellos había seres extraños, animales malformados… recuerdo o invento, un ser inidentificable que parecía tener el cuerpo de una rata sin pelos con cara de sapo, y sé que eso no es posible, pero cierro los ojos y aun hoy es eso lo que veo. Podría decir que Elisa iba delante de mí abriendo paso entre tantos gatos, pateando latas, trapos, a la luz de una lamparita agonizante que volvía más tétricos los recodos donde se mecían las sombras. Podría decir que recuerdo su bastón golpeando los tablones de madera del piso, mientras puteaba y maldecía a la vida que hacia tan difícil avanzar en su propia casa. Podría describir tantas cosas y sensaciones que no se si viví o me las invente luego. Y al final del pasillo, su habitación, la que antes había pertenecido a la otra casa… lugar donde estaba su cama, una cama matrimonial casi tan grande como el cuarto, cubierta por el acolchado rojo y más gatos. Y sobre la cama, el espejo. En ese punto fue donde algo del encantamiento que me condujo se rompió, donde volvió sobre mi cuerpo todo el principio de gravedad. Donde apareció la imperiosa necesidad de salir corriendo y hacer de cuenta que nunca había entrado. No fue haber visto el espejo, ni mi reflejo en él, o el de Doña Elisa, o el de nada de todo lo que estaba en la habitación. Es más, lo que vi fue ningún reflejo. Pero lo que clavo en mí la necesidad acuciante de irme no fue lo que vi o no vi, sino sentir que en realidad el espejo me miraba a mí. En el no reflejo, al mirar me veía mirado, sancionado por estar viendo lo que no se podía. No sé cuánto tiempo paso, ni de qué modo salí. Pero una vez afuera, tenía el alivio de haber escapado y la intranquilidad de saberme robado. Algo se me había quitado, algo me faltaba. Algo quedo allí, no en la habitación, no en el espejo, sino en la mirada que me observaba desde donde no se reflejaba nada.
No le conté a nadie lo que había vivido, y a partir de ese momento evite lo más posible cruzarme con Doña Elisa.
V
El judeocristianismo de la herencia olvidada, pero aun así enquistada en la moral de mi familia, no permitiría demostraciones festivas ante la desgracia ajena aunque esa desgracia nos librara de una gran molestia. Sin embargo, una sensación de algarabía contenida inundo la tarde de domingo en que sonó el teléfono para avisar que habían encontrado a Doña Elisa tirada en el patio de la casa del Faro. No sabían hacia cuanto estaba allí, pero era increíble que no hubiera muerto. Los días más fríos del año estaban transcurriendo, y la sola idea de permanecer aunque sea por una sola noche a la intemperie, tirada, sin poder moverse, helaba la sangre de cualquiera. La había encontrado una vecina que desde hacía un tiempo la visitaba ocasionalmente y le dejaba alguna vianda de comida. Siempre hay almas caritativas que se regodean en los desvalidos. Después se fueron agregando esos sutiles detalles tan importantes que van armando las escenas de los crímenes fallidos: había aparecido boca abajo, con la mitad inferior del cuerpo de la puerta de su casa para dentro, y la mitad superior fuera, los brazos extendidos, y a corta distancia su pistola sin haber sido gatillada. Si su intención fue defenderse de algo, seguramente fue un algo a lo que uno no hiere con un arma de fuego. La trasladaron a un hospital municipal en ambulancia, la vecina fue con ella. Un accidente cerebro vascular es lo que dejo su cuerpo tendido y moribundo reptando por un hilo de vida sobre la fría piedra de nuestro patio, allí, en el mismo lugar, donde años después estaría Azrael momificado. En menos de una semana estaba todo arreglado, una expedición compuesta por mi padre, mi tío y mi abuela saldría para Mar del Plata. Los que nos quedamos, recibiríamos la versión de ellos sobre lo que encontraron, y como único elemento material al cual remitirnos, una bolsa de supermercado Toledo llena de papeles viejos y de fotos. Si bien habían pasado unos cuantos años desde mi incursión por la casa de Doña Elisa, podía seguir perfectamente el recorrido que hicieron en mi mente. Lo primero fue comprar mascarillas para respirar y guantes. No solo el tufo era mortal, sino la cantidad de peligros que ofrecían el ataque de objetos inanimados con sus óxidos y filos, y los animados con sus garras y dientes, hacía que salir vivos o al menos enteros de allí se convertía en toda una proeza. Los que se adentraron en la madriguera fueron los hombres. Mi abuela los esperaba afuera haciéndoles mate, alcanzándoles baldes con lavandina, tachos donde vomitar, preparándoles la cena, quemando las ropas infestas de mierda. En el terreno baldío del fondo se fue acumulando en una montaña de podredumbre y miseria, cosas de una vida, para luego convertirse en una gran fogata. Aquello duro tres días de arduo trabajo. Puedo imaginarme las lenguas llameantes enrojeciendo los alrededores en mitad de la noche, mientras se consumían las ropas, chinches, frascos, mantas, muebles, brebajes y maldiciones, todo bajo la mirada de mi abuela. Mi padre me contaría que se encontró con algo que ya había visto en la estación de tren Retiro, donde él trabajaba desde los 16 años. Poco a poco, se había instaurado una convivencia entre ratas y gatos, a tal punto que o por identificación o por apareamiento, las ratas comenzaron a ser cada vez más grandes, hasta tener el mismo tamaño que los gatos. Esas mismas ratas gigantes estaban en esa casa royendo huesos de otros animales muertos, quizá hasta porque no, royendo los huesos de algún gato desafortunado. El calor abrasante de la fogata ayudo a quebrar el piso donde se apoyaba, abriendo un gran hoyo que trago los restos aún vivos del fuego. El antiguo pozo ciego parecía de pronto una puerta humeante a los infiernos y, cuando finalmente el fuego ceso, se convirtió en la cripta mortuoria con los tesoros chamuscados de Doña Elisa.
Cuando mi abuela y mi madre querían hablar entre ellas sin que nadie supiera lo que decían, lo hacían en alemán. Esto les daba la impunidad de poder hacerlo delante de cualquiera. Era un idioma propio de las dos, donde abundaba un sinfín de neologismos inventados por mi bisabuela. Ese alemán es el idioma más materno del que puedo dar cuenta, donde las palabras más dulces se podían decir en el tono más severo y los secretos estaban al resguardo de oídos ajenos. Ese alemán nunca lo hable, pero si a lo largo de los años aprendí a escucharlo. Mientras cocinaban, hablaban, y yo mientras dibujaba, escuchaba. Me gustaba oírlas, me gustaba estar al amparo de los aromas de esa cocina, y creer que casi se olvidaban de mi presencia colmadas por el devenir de sus confesiones cifradas. En una de estas ocasiones mi abuela conto con asombro que habían encontrado en esa cueva objetos que parecían de valor. Tapados de visón, un bastón con empuñadura de marfil, algunas alhajas, vestidos y zapatos de otras épocas con finas costuras en telas de primera. Esas cosas habían corrido la misma suerte que las demás, el olor a mierda que tenían y la terquedad de Jorge las hundieron en el pozo del baldío. Pero una vez visitando a mi tío, me topé con algo de lo cual reconocí su procedencia. Era un cenicero de porcelana que tenía dibujado en su centro un escudo del Partido Justicialista en oro y cobalto. Tuve la misma tentación que seguramente tuvo mi tío, pero no me lo guarde y lo deje donde estaba.
Algunos creen que el diablo adopta distintas formas. Algunos creen en la maldad de una manera muy consistente. Mis padres siempre creyeron que el mal estaba en el peronismo y el diablo repartido entre Perón y Eva. Lo interesante es que creo que saben que es un diablo que no tiene dios que se le oponga, solo distintas encarnaciones del mismo demonio insistiendo. Por eso es normal la consternación que tuvieron al abrir la bolsa de Toledo, el único bien rescatado de la destrucción del fuego. Los niños tuvimos poco tiempo para poder revisar aquellos documentos cuando los adultos se quedaron en el comedor haciendo sobremesa. Nos recluimos en el garaje y feroces nos empachamos con las verdades de un universo perdido. Mi primo Juan Pablo era el único con conocimiento sobre próceres, y aun su procesión lo extravía de vez en cuando por esos caminos. Reconoció a Perón y sus dos Evas con la Torre Eiffel de fondo. A Doña Eva y a Elisa Duarte bajando de un helicóptero en Roma. A puchi y canela jugando a los pies de nuestra bruja mientras su mirada se perdía en la imagen de un hombre. A la intimidad que trasfiguraba las damas en una sola y única imagen para su rey. Cartas de viaje, saludos de navidades, despedidas de un retorno jamás producido, de un autoexilio solo visto por el ojo nocturno y constante de un Faro en silencio. El timbre abofeteo nuestra ensoñación, dos hombres volvían para llevarse nuestro tesoro y nunca más los vimos. Se fue la bolsa de supermercado y nuestra familia nunca mas hablo sobre ello.
VI
En algún momento Doña Elisa murió, sola, callada, en algún cuarto de algún asilo de mala muerte. En algún momento se construyeron casas alrededor de la nuestra, apresándola para siempre. Se cerró con una pared la salida del fondo, esa que conducía al baldío, al pozo ciego, y más allá, a la playa, al Faro, y luego al mar abierto. En algún momento el cáncer se comió a mi abuela. En algún momento un colectivo convirtió en acordeón al Dodge 1500 que nos retornaba todos los veranos al mismo lugar. En algún momento parecieron más lejos que nunca las guerras de bombitas de agua de los carnavales de febrero. En algún momento todo quedo más lejos. Lejos, en algún momento.
Yo no seguiría yendo muchos veranos más a la casa del Faro. Una de las últimas veces, dentro del gabinete de las garrafas, tras trapos y escobas, encontré una pintura. Una sonriente Eva lucia magnifica con sus atuendos, pero en la sonrisa estaba esa mueca que alguna vez había visto, y sentí nuevamente miles de hormigas comiendo mi cuerpo. ¿Cuál de las dos era? En el reverso se leía: “A mi señora, la única, por siempre. Ayrinhac.” A la temporada siguiente, el cuadro junto con esta historia había desaparecido. Lo único que quedaba era el espejo. Espejo que espera, no importa cuánto tiempo, que alguien se detenga a mirarse en él. Espera, porque no son los ojos del que mira los que ven, son las cuencas de un abismo que con su mirada claman por el amor a ese vacío. Impávido, allí, testigo de un recuerdo incesante que desde la imagen tienta a buscar lo que tras lo que se muestra observa, en silencio, a la espera que olvidemos lo que del recuerdo ya no queda. Esa, que no solo quizá nunca fue, sino, y sobretodo, seguramente nunca existió.
***
Juan Pablo Liefeld Esta muy bien. Eso sí, el titulo para mi es IODO Y SALITRE. Es un texto que merece que un editor le de una oportunidad y simplemente lo lea (Maximiliano Crespi, Hernán Vanoli, Maximiliano Kreft, Leonora DjamentAndrés Beláustegui, , Francisco GaramonaGabriel Waldhuter, Juan Ignacio Boido, Cez Espósito). No digo feliz cumple porque eso se lo dejo a Palito Sixto Alegre: 
Juan Pablo Liefeld Juan Diego Incardona, Juan Pablo Lafosse, Hernán Sassi e Ines de Mendonca buen probecho, sospecho por conocerlos y por tener esa absurda pasión por el peronismo que no comprendo en ustedes, pero qué pasión es comprensible, quién puede decirme hoy me voy a comer tu dolor, que este texto que postié, buen provecho de Sebastían Cariola, les va a gustar seguramente, Buen provecho y viva Perón
Juan Diego Incardona gracias juanpi, hoy estaré dando vueltas todo el día, mañana lo leo tranquilo, abrazos para vos y sebastián
Juan Pablo Liefeld Vos sos Juan Diego Incardona la persona que le dio un espacio a Elsa Kalish para que pudiera tener su propia vos y este texto es una variante mejorada y más elegante y mas jodida como jodido podia ser el viejo atorrante de borges de Elsa Kalish, en fin, ficciones del Conurbano Bonaerense como Villa Celina y Vivir afuera y Los rebentados, un beso juan y ahotra me doy cuenta la única que en vivir afuera de Fogwill sabe narrar es mariana una puta con sida que lleva cocaína en la concha envuelta en forros y que es obviamente del Conurbano Bonaerense, en vivir afuera no es ni Ricardo Piglia ni Fogwill sino la puta la narradora, solo ella

Shameless. CAROLINA
Para Carolina Liefeld que todas las mañanas se levanta a las 5 de la madrugada para ir a trabajar a una fábrica de juguetes en José León Suárez y corta rutas y es la pesadilla de la Panamericana y yo le digo que lea a Pasolini y Celine y Ellroy y no me da pelota. Y es muy importante todo tu sacrificio y trabajo, Caro, importantisimo y León Trotsky – que lleva el mismo nombre del hijo de mi amigo Gonzalo Basualdo que aun no nació y tiene todo el futuro por delante – si estuviera vivo te diría lo mismo que yo que es tan importante trabajar en una fábrica como cortar rutas como leer a Pasolini y Celine y Ellroy.
Sí, Caro, somos igual a los Gallagher, la familia de la serie norteamericana Shameless – y los Simpsons y Casados con hijos y Las correciones y Los Cubrepiletas de Cha Cha Cha y El camino del tabaco y El club de la peléa y Mis rincones oscuros y Europa Central y El hombre que se enamoro de la luna y País de sombras y eso, IT y El hombre en el castillo y El señor de los anillos y Tabaquería y El lamento de Portnoy y La muerte de Bunny Munro y En pos del milenio y Correrías de un infiel y En la Frontera y Operación Masacre y Facundo y las obras completas de Freud, Nietzsche, Marx y Los Pimpinela y esos  son nuestros cuatro Beatles: Freud Nietzsche Marx y los Pimpinela y Animales hasta en la sopa y El diablo a todas horas y Boquitas pintadas y Los adioses y el cuento Iniciación de Fontanarrosa y La balada del boludo y El niño proletario y ¡Absalón, Absalón! y la carta de Oscar del Barco y Radiaciones I y II de Jünger y El narrador de Benjamin y La larga risa de todos estos años y La familia Máshber de Der Níster – gente muy particular y con algunos problemitas, pero así y todo, acá estamos sin dejar de golpear puertas que no se abren y esperando bondis que no llegan y seguimos caminando, como dice Chano, porque lo mejor esta por venir.
Siempre.

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En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda, Las Chicas de Letras se masturban así Sábados de súper acción:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
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balvanera confidential – Capítulo Cero Uno

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Buen día día
La librería online con el catálogo más exquisito del mercado y el librero más encantador y más tiernamente hijo de puta de la web, en Libros Kalish van a encontrar los grandes libros que se han escrito pero de los que muy poco se sabe y también una empresa experimental donde la vida es la obra y la obra, vida. Librero, clientes, personajes, autor por Corrientes a 180 km/h y en contramano -siempre en contramano. Es más bien una antilibrería, los dividendos son sangre y tripas. Hacerle caso en alguna recomendación secreta, comprarle un libro, leerlo, hablar con él, tiene algo de la experiencia adolescente de conectarse por primera vez con un objeto de fascinación -el rock, la literatura, el sexo. De la mitología literaria de Buenos Aires que sobrevive hoy, Libros Kalish de Liefeld es la única que habrá de convertirse en legendaria.
Anita Leporina

 

Borradores de la vecindad  del Chavo del Ocho 

 

 

Shameless. CRUZ DE HIERRO soldaditos alemanes

Casi no duermo.
Como Neustad.
Dos horas.
Que era amigo del padre de Fernando Peña.
.Otro que no dormía mucho.
Y ahí estoy yo.
El Gigolo Bazterrica Tevez Riquelme Say no More.
En las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
En un agujero mugroso aguantando el fuego enemigo.
Y la crueldad de mis amigos.
Se equivocaba Walter Benjamin
– que salía de putas con Georges Bataille y juntos adoraban a las paraguayitas escort independientes que los putos argentinos dejaron sin hombres en otra guerra asquerosa que preparo el terreno para que años después desembarcara ahí la hermana de Nietzsche queriendo fundar una nueva Alemania mas limpia y desente y casi lo logra pero no pudo convercer al loco de su hermano de que se fuera a vivir a Paraguay, no, y tiempo después por esa zona que los putos argentinos desbastaron dejando a las chicas paraguayas sin sus hombres irían a experimentar su propio Walden Juan Molina y Vedia y el amigo del padre de Borges Macedonio Fernandez cuyo uno de sus poyos mas queridos fue Raul Scalabrini Ortíz que vio el sol caer a plomo sobre la fiesta del mostrito de Villa Ballester –.
Sí, se equivocaba Walter Benjamin cuando decía que los soldados volvían de las trincheras mudos, sin palabras.
Jünger volvió de una trinchera de la Primera Guerra Mundial.
Con muchas palabras.
Y vio a la Técnica.
Como Lewis Mumford del otro lado del Océano vio a la Técnica.
Y ambos la vieron cuando nadie la veía.
Nadie.
En los 50 no fueron esas palabras de Jünger las que le permitieron a Heidegger una vez dada y ganada la guerra contra los nazis en la cual les robo a Nietzsche restituyéndolo a mi corazón para dar en un patio donde fueron cinco gatos locos a escuchar al loco Martín hablar de la Técnica y la Tecne???
El loco Ricky Martin pregunto alguna vez si las democracias modernas eran capaces de escuchar los problemas que le planteaban la Técnica.
Ay Martin Martin Martin.
En la placita Roca de Villa Ballester existia un ombú que un hijo de puta talo.
El fue el único que pudo escuchar tu pregunta y recoger el guante.
Pero un hijo de puta lo talo.
Esa pasión tan argentina: la traición.
Un tópico Borgeano dice Davis Viñas mientras lee La Nación y le toca la concha a una puta de Puan por debajo de la mesa de La Paz y hunde sus dedos en esa humedad tan Marcelo T.
Se equivocaba Benjamin.
No todos volvieron de la Primera Guerra Mundial del infierno demente de las trincheras sin palabras.
Ahí esta Jünger.
Ahí esta Fernando Peña surgiendo de San Isidro con sus heterónimos mostritos.
Ahí esta un soldadito medio retacón y que era un sorete de padre que volvió a Berlin – a la Berlin de Fito Páez y Georges Grozs y Karl Kraus y Sigmund Freud.
Y luego partió al exilio.
Fue ahí en un país de miserables y traidores y asesinos de paraguayos que a mi bisabuelo le hicieron llegar el estado alemán la cruz de hierro de la primera guerra mundial.
Esa medalla me acompaño durante toda mi infancia.
Así como las estampillas de mi papá que ordenaba en la cocina con la abuela Elsa Kalish contándome historias de cómo se los humillo a los alemanes.
Tenía razón y no la abuela mientras yo ordenaba estampillas de Hitler que compraba papá en un club social los domingos a la mañana en Villa Ballester y donde solía estar el militar Ballester que si no me equivoco estuvo en contra del Proceso de Reorganizaion Nacional – creo y no pienso chequear si me equivoco o no, poruqe no hay tiempo, porque la metralla del fuego enemigo recrudece y cuando es asi hay que agarrar la pistolita y vaciar el cargador y cargar y seguir tirando porque si vos no matas te matan a vos y asi esta democracia hermosa de mi corazón queridos amigos de mi generación, así de horribles somos.
Y Benjamin se equivocaba. Como la abuela Elsa. Y no. Y también.
No todos volvieron mudos de las trincheras.
Acá estoy yo.
Ejerciendo la palabra.
Solo en un agujero.
Como Jünger.

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MI GENERACIÓN
Que queda entre el cadáver del Hogar Obrero que hoy es un Coto y el cadáver de Ave Porco que hoy es un Día. El Hogar se transformo en un Coto de Caza Obrero y la reina Porco de la noche de los 90 con mas glamour y rock que era un cuervo delirante y locura de la mejor hoy es un Día berreta lleno de gondolas y productos de segunda marca.
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PROXIMAMENTE EL CAPITULO DOS
El diablo a todas horas
Una tragedia faulkneriano en clave Knockemstiff
en breve
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-I-
Shameless. Pan
Siempre me jacte de saber ver y de tener un buen sentido de la vista en la calle.
Otra cosa muy distinta es saber luego que mierda hacer con eso.
Millones de horas de televisión y radio durante la infancia y un verano con su otoño y su invierno en Mar del Plata de 1993 pateando con Jorge Sanz y una corte variopinta de zatrapaz y delincuentes marplatenses me entrenaron el ojo.
En la calle camino y veo lo que los demás no ven y se los marco y siempre me sorprende que eso que veo y es obvio ellos no lo ven.
Me acuerdo a Jorge caminando los dos por la peatonal de Mar del Plata y él diciendome:
Ese que esta caminando ahí delante es cana.
Me acuerdo a Jorge y a mi sentados en una mesa de Pilolas a la madrugada y que entrara alguien a sentarse a una mesa a ver una peli en ese bar como nosotros y Jorge decirme mira a ese.
Ok.
Y hoy vi dos cosas.
Una.
La ultima vez que nos vimos Peter vos me bardeaste.
Me deliraste mal.
Y toda la noche.
Y cuando te acompañe al quiosco cerraste el pico.
Y estuviste bien.
Me dijiste pelotudo pero no me humillaste y marcaste con una sutileza que desconocia en vos que era un forro y no lo dijiste pero lo marcaste.
Hay un manejo de la política ahí muy sutíl.
Si, Peter.
Estuviste bien, resien me cayo la ficha.
Recien viniendo de la panadería.
Y dije:
Que hijo de puta este Peter me dijo lo que tenía que escuchar y callo lo que no podía en ese momento escuchar.
Eso es tener manejo de la política.
Gracias Peter, en serio, de corazón.
Bien.
Y voy a la panaderia y a comprar ravioles y una cerveza y puchos.
Y voy a esa panaderia de Rivadavia al dos mil y pico porque es una buena panaderia.
Mi hermana Carolina y yo trabajanos años en una cooperativa donde pasamos por todas la tareas de la cuadra de una panaderia.
Desde picar un cajon de cebollas o un cajón de tomates podridos hasta cocinar pan o hacer medias lunas y barrer o labar platos o hacer de burro de carga o trabajar gratis para el atorrante del hijo del manda más.
Bien.
En Argentina hay muchas panaderías pero pan rico poco y nada.
Tanto es así que en una cocina como la argentina donde el pan es central para una cena que uno puede en un restaurant comer de todo y beber de todo pero raramente pan rico y bueno.
Y el pan es central en la economia nutricional nacional.
Eso algo dice de nosotros.
Bien.
Yo siempre me jacte de que soy buen observador en la calle y que nunca me pude dar cuenta si una mujer me mira o no.
No soy una maravilla.
Pero en el mercado veo cada pan rancio que si se lo ofreces a las palomas que son unas comilonas te miran haciendo así con las manos y te dicen:
Que te pasa eso cometelo vos, yo ni loca.
En fin.
Lo que queria contar es que en esa panaderia de Rivadavia al dos mil y pico me enseñaron a ver si una chica me mira o no.
Y ahora me acuerdo el otro día que fui a castrar a mi gato Horacio a la Recoleta y la veterinaria cuando lo puso en la mesa llevo una mano a los huevitos de Horacio y torico la cabeza para el otro lado y lo miro a mi gato con llema de sus dedos y cuando vio lo que tenía que ver sonrio.
Bueno, yo cuando tenía que ver que bandejas de pan estaban a punto para ir al horno y cuales no hacia lo mismo.
No miras la masa, la tocas con la llema de los dedos y con ellos ves si la elasticidad y la fermentación de la levadura esta a punto o falta.
Nunca haces esto mirando sino con los dedos.
Eso lo aprendi cocinando pan un año todas las noches.
Y esta veterinaria cuando tuvo que estudiar si mi gato estaba a punto o no hizo lo mismo.
Me sorprendio cuando lo vi.
Eso.
Y en la panaderia esta que voy hay una chica de unos veintipico.
Que me adora.
No me gusta.
Pero se muere cada vez que entro en la panaderia a comprar pan o galletas o facturas.
El resto de las chicas se las ingenia siempre para que sea ella y no las demas para que me atienda.
Y vengo estudiando esa escena hace un mes.
Toda la escena.
Bueno.
Eso.
Soy un viejo pelotudo de 40 años.
Que hoy saque a la mañana una fotos geniales frente a la confiteria Los Angelitos con restos de carcasas de celulares y el tronco de un arbol y aprove esa materia del secundario que adeudaba a mi mirada hacía años.
Le voy a sacar fotos un dia de estos a esa chica, a la panadera.
Una linda foto.
Porque me enseño a ver un poquito mejor.
Es raro como a veces uno aprende a ver sin darse cuenta buscando otra cosa y no lo que pensaba buscar.
Me causa ternura esa chica y tengo que ser cuidadoso con ella si quiero sacarle una linda foto porque ella se derrite cuando me ve y yo no.
Y sin embargo, es extraño.
Cada vez que me siento mal y solo y perdido voy a comprar un cuarto de pan y por un momento los dos a nuestra manera somos felices.
Felices de verdad.
Recibiendo cada uno lo poquito que puede darle al otro.
Como dos chicos que juegan a ser novios pero sin pija ni concha.
Ni todos los quilombos y desbarios de los adultos.
Que muchas veces se exceden lastimando y hasta destruyendo lo que solo debería protegerse de la intemperie y la locura mas oscura y humana.
Demasiado humana.
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MI GENERACIÓN
Empiecen a sacarle punta al lápiz y pónganse a trabajar.
Yo mientras tanto estoy leyendo estos libros pensando en ustedes:
¡Gritad! La verdadera historia de los Beatles de Philip Norman
Cartas de la cárcel de Louis-Ferdinand Céline
En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media de Norman Cohn
La caridad ajena de John Boswell
La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870 de Hugh Thomas
Seis de los grandes de James Ellroy
La oscuridad exterior de Cormac McCarthy
Agustín de Hipona de Peter Brown
Durruti en la Revolución española de Abel Paz
Y
Stauffenberg. La biografía del hombre que atentó contra Hitler de Peter Hoffmann.
Todo esto estoy leyendo.
Estoy pensando.
Estoy trabajando.
Esto lo hago por nosotros, por mi generación, que es hermosa y tiene un futuro de progreso indefinido y riquezas maravillosas y bellezas de turgencias cachondas y noches y días y tanta poesía.
Empiecen a sacarle punta al lapiz y trabajen.
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-II-
Shameless. EL VECINDARIO DEL CHAVO DEL OCHO
“Juan- mañana 10 vencen las expensas, si no me pagas yo no las pago y van cobrando un porcentaje por día de multa – ademas la mitad del alquiler es de mi hermano jubilado. No me jodas- si tenes problemascancelamos el contrato-sin dramas-
XXX
yo mañana a la tarde me voy afuera y no regreso hasta el domingo.”
bien
asi las cosas
si a alguien le interesa comprar un libro
de mi catalogo
es hoy el dia
es esta mañana
es esta tarde
mañana es tarde
si no compran libros
mañana pongo todos los libros
de mi libreria en la calle
todos
para que se los lleve
el que quiera
un cartonero
los chicos y chicas de la UBA
mis vecinos libreros
el que quiera
al carajo
así las cosas
si la libreria no puede
sostenerse por si misma
se va a la calle
esten atentos
quizas mañana
a la mañana
pueden encontrar
buenos libros
tirados
en la calle
el que me alquila tiene razon
en escribirme y tirarme por debajo
de la puerta
“no me jodas”
y yo tambien
tengo razon
en quereer sostener
esta libreria y su catalogo
¿entonces?
hoy pueden comprarme
buenos libros
o mañana a la mañana
venir a buscarlos
gratis
porque los pongo
todos en la vereda
………………………………………………
salgo a la calle vuelvo a la una
hablo en serio
o me compran libros
o tiro mañana a la mañana
todo a la calle
hoy me pueden comprar
mislibros
o
mañana pueden venir
a carroñar
como buitres
a la puerta de mi casa
porque lo que hoy
vale algo
puede mañana
estar tirado en la calle
los libros tienen
un valor
segun el lugar
donde se encuentran
un mismo libro
en una libreria de nuevo puede valer 100
en una libreria de usados puede valer 30
en mercado libre 50
en la calle nada
y lo recoge un cartonero
y se lo vende a un librero de plaza italia
y puede valer 200
y lo compra alguien que lo necesita
y ahi
¿que valor tiene ese libro?
me voy a la calle
a las 13 hs estoy de vuelta
Ayacucho 341
piso 7
departamento 56
(entre Corrientes y Sarmiento)
11-2-235-3498
juanpablolief@hotmail.com
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-III-
LA CANCIÓN DEL MAREO
Nick Cave
Nashville / Tennessee
Un niño trepa a un montículo a la orilla de un río. Se mete en un puente de ferrocarril. Tiene doce años.
Se arrodilla, bajo un sol abrasador, y pega la oreja a la vía. La vía no vibra. No se acerca ningún tren desde la curva que hay al otro lado del río.
El niño em pieza a correr por las vías. Llega hasta el centro del puente. Va hasta el borde y mira hacia abajo, al río cenagoso.
A la izquierda hay un pilote de hormigón que sostiene el puente. A la derecha, un árbol a medio talar se extriende sobre el río: sus ramas se meten en el agua oscura. En medio hay un pequeño espacio de unos ciento veinte centímetros de ancho.
Le han dicho que es posible tirarse en ese lugar, pero él no está seguro, pues nunca ha visto a nadie hacerlo.
Las piedras de debajo de sus pies comienzan a temblar. Se agacha y vuelve a pegar la oreja a la vía.
La vía empieza a vibrar. El tren se acerca.
Mira al agua oscura y cenagosa. El corazón le late con fuerza.
El niño no se da cuenta de que no es un niño en absoluto, sino m´ñas bien el recuerdo de un niño.
Es el recurdo de un niño que atraviesa la mente de un hombre que está en una suite del Hotel Intercontinental, en el centro de Nashville (Tennessee), al que le están poniendo en el muslo una inyección de esteroides que transformará al cantante griposo y afactado por el jet-lag en una deidad.
En tres horas saldrá a toda prisa de la habitación del hotel.
Avanzará por la ciudad vacía, cruzando ríos enormes, conduciendo a través de praderas vacías, por unas tremendas autopistas de muchos carriles, bajo el cielo del atardecer, como un pequeño dios, para estar con ustedes esta noche.
Manchester / Tennessee
Y saldré al escenario del Festival Bonnaroo de Manchester (Tennessee), y seré objeto de una gran fascinanción por parte de casi nadie. La multitud aturdida irá sin rumbo de un lado a otro por los campos y el sol poniente inundará el lugar con un fuego naranja. Después de la actuación, me sentaré al aire libre, en las escaleras de nuestro autocar, a fumar.
En el camino de vuelta a Nashville, nuestra furgoneta tendrá que pararse dos horas, en la autopista, junto a la escena de un terrible accidente de tráfico. Miraremos cómo las ambulancias y los coches de policía reducen la velocidad en elas resbaladizas carreteras. Veremos un helicóptero que revolotea sobre nosotros y con su foco reflector corta la oscuridad de la noche. Durante una hora nos quedaremos sentados en silencio en la furgoneta, fumando y bebiendo. Al final, nuestro tour manager saldrá del vehículo para investigar. Al volver, contará que han chocado dos vehículos, un poco más adelante, y que hay una chica decapitada tirada en la carretera.
Me quedaré dormido en la parte de atrás de la furgonta, y no me despertaré hasta que el vehículo no empiece a moverse lentamente. Por la ventanilla veré el cuerpo decapitado tirado en la carretera, cubierto con una sombría y abultada sábana de plástico azul.
Estaré tirando de un hilo que sobresale de la manga de mi chaqueta durante todo el camino de vuelta hasta el Sheraton, en el centro de Nashville. Tirando, tirando, tirando.
Un ángel desplegará las alas y me hablará al oído.
“Tienes que dar el primer paso tú solo.”
Después el ángel me dará un empujoncito y me enviara hacia lo desconocido.
Así es como empezaré “La canción del mareo”.
*Extracto del ultimo libro de Nick Cave y tipeádo en un ciber de mala muerte porque mi computadora esta agonizando.
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MI GENERACIÓN
solo admito de ahora en mas a mis amigos que si tienen algo para discutir conmigo sea publico, texto contra texto y a la vista de todo el mundo. los corruptos son los que discuten en la oscuridad de una habitacion que no los ve nadie. si tienen algo para decir publicamente. si no tienen nada para decir, no hay problema yo si, y esto viene para largo, asi que en las vacaciones de verano se pueden poner a estudiar y a pensar. estoy discutiendo con gente formada, con bibliotecas, con convicciones, con pocisiones politicas y esteticas y eticas y filosoficas tomadas. bueno digan cuales son publicamente esas pocisiones y convicciones que sostienen. tienen tiempo. mi trabajo es serio y me va a llevar un par de años o mas pero va a valer la pena. trabajen. y que me ninguneen a mi no me sorprende si hoy la discipula de lacan vive a veinte cuadras de casa y nadie jamas le toca el timbre para saber si tiene algo que decir la mujer que casi logra traer a Lacan a la argentina y que por los putos militares no pudo ser.
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-IV-
LA CIUDAD DE LOS CAZADORES TÍMIDOS*
Tom Spanbauer
Las cosas empiezan donde no sabes y terminan donde sabes. Cuando sabes es cuando preguntas, ¿cómo empezó esto?
La Ciénaga de los Lobos. Así empezó esta historia. Cuando crucé el río East para meterme en el misterio, esta ciudad, la ciudad del jódete.
La Ciénaga de los Lobos. O, como a lo mejor sabes, Manhattan.
Menuda historia, esta historia, cómo se asienta la niebla y Manhattan se transforma en La Ciénaga de los Lobos.
Como todas las historias, es un misterio. Al principio, no sabes y luego al final te enteras. Pero este misterio no es como los de Agatha Christie, que se van encubriendo a lo largo de la historia y al final surge una gran revelación.
En este misterio, todo está allí desde el comienzo, pero no te das cuenta.
La revelación surge cuando vas en una dirección y luego ocurre un marrón y entonces vas en otra dirección y por algún motivo esta vez te detienes, adviertes lo que había allí desde el principio y todo se aclara perfectamente porque lo adviertes.
Hasta yo mismo, al final de esta historia, montado a caballo descalzo galopando por la Avenida A, soy un misterio: el Misterio de la Voluntad del Cielo.
Hay un par de suicidios, un par de sacrificios, una traición. Un acto ético. Una estrella famosa de cine. Una antigua leyenda india. Un viaje al infierno para encontrar a un amor perdido. Hay un rey codicioso y su reina malvada. Capullos Totalitarios Viciosos. Un virus – una epidemia – , miles de muertos.
Un héroe en un semental blanco.
Es un cuento cantado en playback por una drag queen.
De modo que el final es feliz, más o menos.
Canciones de amor contrariado para la eternidad.
Todo es disfraz.
*Extracto de la novela de Tom Spanbauer y tipeádo en un ciber de mala muerte porque mi computadora esta agonizando.
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MI GENERACION
Ustedes, mis amigos y mi generación, hace años que me vienen pidiendo que vuelva Elsa Kalish. QUe es divertida. Que se cagan de la risa cuando se acuerdan de su columna Las chicas de Letras Se Masturban Así en El Interpretador. Genial, inteligente y me cago de la risa cada vez que la releo. Bueno, amigos a ustedes Elsa Kalish tanto los divierte y tanto quieren vovler a escuchar su lengua Karateka entrenada en las tolderias ranqueles de Moria Casan. ok. Los divierte. Se rien. ELsa volvio. Pero lo que no saben es que convocaron a una mujer que se la comio un cancer de mama. Elsa Kalish murio de un cancer de mama. Y acá esta para divertirlos una vez más y con su cancer de mama y su toz cronica de obrera textil peronista del conurbano bonaerense.
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-V-
Shameless. EL VECINDARIO DEL CHAVO DEL OCHO
Bajo a la calle.
El cielo es una pizarra gris.
Lo que veo a mi alrededor una historia aburrida y obvia como una botellita de coca cola.
Una porqueria.
Pero ahí esta Chacho el Dogo de Burdeos con la mirada mas triste del mundo entretenido con uno de esos huesos extra lange que le compr su mamá la quiosquera que esta mas loca que yo.
Su hijo es un dogo de Burdeos.
El mío u pinito Paraná.
Y camino enojado y le pego piñas a los carteles de la calle y miro pesado a unos que me miran pesado en corrientes.
Y fumo.
Y rezo por que mi mirada los convenza de que soy pesado porque si se habivan que si vamos a las manos me cojen de parado, eso, me cojen de parado.
Los otros días un pibito muy oscuro me metio miedo.
Yo sacaba fotos y el pibe me miraba de forma descarada y fija desde detrás de unos anteojos negros.
Qué podes hacer cuando te miran asi en la calle detrás de unos anteojos negros.
Rezar y bancar la parada. Y volver a rezar. Y que Dios te ayude.
Y sigo.
Voy a la estación de subte Callao.
Y canto Tan Biónica y le pongo huevo a la esterilidad que me rodea.
Y cuando estoy llegando a Callao y Cordoba. En la esquina anterior a llegar por Callao a Córdoba hay un banco Frances.
El mismo banco que hace unos domingos atrás llendo al cumpleaños de un amigo le saque una foto a ese banco con un tipo durmiendo en el piso del banco rodeado de cajeros para retirar dinero.
Y ahora a una cuadra de subte callao veo nuevamente una foto de esas que si no las sacas, si no logras atrapar lo lamentas el resto de tu vida.
Sentado en la vereda y apoyada su espalda contra una de las columnas del banco frances hay un linyera.
El tipico linyera de manual con los pelos así y barba rabínica y la piel del rostro curtida por la intemperie del desierto bíblico.
Ok, champú para todos, acá te esta contando un cuentito El Gigolo Bazterrica Chano Tevez Riquelme Say no more y good show man y punchi punchi el rey de tu corazón robotina de pulsitos de siembra de la salada.
Y a un costado del linyera la vidriera del banco.
El linyera en la vereda y en la vidriera cosas como gente extrayendo dinero de los cajeros automáticos.
Y chiqui pun chiqui pun chiqui pun pun pun chiqui pun.
Una gran foto.
Tu corazón Gigolo, ni más ni menos, es esa foto, querido lector.
Bien.
Y no tengo la camara porque no quise sacarla de casa porque tengo urgencias que resolver que no me permiten perder el tiempo en sacar fotos.
Y camino.
Y lo observo al linyera.
El tipo estira una mano y recoge unas colillas de cigarrillo y se las guarda en un bolsillo de su camisa.
Yo sigo de largo.
Stop.
Gigolo.
La puta que te pario.
Ok.
Doy media vuelta y lo encaro al linyera.
Busco en mi campera de Zara mi atado de cigarrillos y se lo ofresco.
Toma, loco, le digo.
El tipo desde el piso con la espalda apoyada contra el banco frances levanta la mirada primero haciendo foco en mi mano ofreciendo un atado de cigarrillos y luego hace foco en mis ojos.
Me mira a los ojos.
Y por segunda vez en menos de un mes descubro en la calle y en el fondo de gente tirada y abandonada a toda intemperie una mirada franca y viva como la nena de mil años que encontre en una mesa de la Farmecie de Charcas y Vid en Palermo Culo Roto.
El tipo me sonríe.
Me mira de lleno a los ojos.
Y yo a él.
Y baja la vista y me obliga a seguirlo y me muestra su bolsillo de la camisa.
Y veo un atado de cigarrillos.
Y me dice:
Gracias, tengo, no necesito.
Y le digo:
Todo bien, suerte loco.
Y el linyera me desea suerte con un gesto de la mano.
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MI GENERACION
A mi abuela, una polaca de ojos claros increiblemente bellos, la mato una persona formada en la UBA que no quiso detectar a tiempo el cancer que una vez desatado solo la morfina pudo hacer algo piadoso por ella.
Acá esta, ELsa Kalish, de nuevo, con su cancer de mama y su tos de obrera peronista.
A la abuela Elsa no la mataron los nazis sino un egresado de la UBA.
Por cierto, Lacan tambien murio de un pico de morfina.
Pero Lacan pudo morir con dignidad.
Mi abuela no.
Murio con una peluca ridicula en la cabeza y delirando y lejos de la casa donde pario a sus hijos. La abuela queria morir donde pario a sus hijos en su casa.
No pudo ser.
Yo fui una de las ultimas personas que la vio.
Fue la noche anterior al pico de morfina que se compadecio de ella.
Era un chico y nunca lo olvide.
Un egresado de la UBA consiguió lo que los nazis y los aliados no pudieron con mi abuela.
Saben amigos de la UBA las barbaridades que le hacian los soldados Rusos y Americanos y Alemanes a las mujeres???
saben????
No saben????
chicas y chicos de la UBA que hacian los aliados y los alemanes con las mujeres???
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PROXIMAMENTE EL CAPITULO DOS
El diablo a todas horas
Una tragedia faulkneriano en clave Knockemstiff
en breve
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La novela El club del la pelea de Chuck Palahniuk surgio de la cocina de la casa de Tom Spanbauer:

La canción de la bolsa para vomitar
Nick Cave
El hombre que sale al escenario en el Sony Centre de Toronto no se da cuenta de que no es un hombre en absoluto.
Es el sueño de un niño que está de pie, con lágrimas en los ojos, paralizado en una trepidante vía de tren.
El hombre y el niño se sueñan el uno al otro.
Se recuerdan el uno al otro.
El hombre se acerca al niño y extiende su brazo hacia él.
Tomados de la mano, se vuelven y salen bajo los estruendosos focos.
El sonido del tren sin rostro, que no deja de chillar, es ensordecedor.
Caminan lentamente hasta el borde del mundo.
La tierra tiembla y se estremece bajo sus pies.
Los dos entienden que el otro puede ser olvidado.
Los dos entienden que el otro puede morir.
El universo contiene la respiración.
*
Juntos y solos, saltan.

 

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Hellman and Hammett: The Legendary Passion of Lillian Hellman and Dashiell Hammett – Joan Mellen (version original en inglés)
Hans Christian Andersen: The Story of His Life and Work 1805-75  – Elias Bredsdorff  (version original en inglés)  
Isaac Babel: The Lonely Years 1925-1939 : Unpublished Stories and Private Correspondence – Isaac Babel and Nathalie Babel (version en inglés)
Alì dagli occhi azzurri – Pier Paolo Pasolini ( versión original en italiano)
Umano, troppo umano – Nietzsche (versión en italiano)
Boxcar Bertha. Autobiografía de uan hermana de la carretera – Ben Reitman
América – James Ellroy  
Selected Letters of Dashiell Hammett : 1921-1960 Edited by RICHARD LAYMAN (version original en inglés)
The exegesis of Philip K. Dick – Jonathan Lethem y Pamela Jackson editores (versión  original en inglés)

 

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7 gonzalo basualdo8 aldana y leon 9 gonzalo basualdo libros kalish 10 chaplin jesus libros kalish 11 chaplin jesus 12 jesus chaplin 13 avenida rivadavia 5 carisma charly garcia borges libros kalish14 libros kalish madrugada 14 pity stephen king 15 eva peron copi 16 papa francisco 17 esteban masot 18 philip roth Erica Voget 19 Mariana Liefeld atardecer 21 pasteur hitler 22 libros kalish 23 libros kalish argentina

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LOS PICHICIEGOS – FOGWILL -I-
Confesiones de un librero de mierda
Publicado marzo 22, 2013
Es mediados de febrero. Es un jueves. Labure todo el día en la librería. Y tengo hambre. Y estoy cansado. Pero un conocido tocaba en San Telmo y ahí fui.
Pase por casa rápido a comer algo. Y de ahí partimos en colectivo. Nos bajamos en Plaza de Mayo. Y ahí, justo ahí, en la Plaza descubro algo que no había visto nunca: una patrulla perdida de Pichiciegos fogwillianos cenando en una choza armada en la plaza frente a la Casa Rosada. Son los Pichiciegos que reclaman un poco de amor. No mas que eso. Que los reconozcan y un sueldito de hambre. Pero como no combatieron en las Islas Malvinas sino que quedaron como reserva en el sur no los quieren. Yo de solo pensar de haber tenido que hacer el servicio militar me baja la presión. No soy Ernst Jünger ni el ejercito argentino es el viejo ejercito prusiano de Ernst.
En fin.
A todo esto en las tres cuadras hasta el lugar donde tocaba mi conocido me tope con toda clase de lumpenes durmiendo en portales de lugares tales como el Ministerio de Economía y así y ya sobre Defensa la cosa se puso mas densa.
Soy un boludo importante pero se mirar en la calle. Yo iba a Defensa al 269 y en la esquina de Defensa y Alsina ademas de cartoneros y otras yerbas había un pibito de unos 17 años que entraba y salía de un conventillo que es una casa tomada y le daba ordenes a otro pibito de no mas de 7 años que iba y venia en bicicleta. Fija. Dealers. El pibito de 7 era el que hacia las entregas y el más grande el que cocinaba los pedidos.
En fin.
Registro todo eso y me gustaría quedarme un rato mas ahí estudiando el terreno. Pero avanzo. Obviamente los que vienen conmigo no ven nada.
Llegamos a la puerta del boliche. Decimos nuestros nombres y nos dejan pasar. Era una fiesta solo con invitación. Muy exclusiva Muy mierda, pero en francés y la puta que te parió.
Subimos.
El boliche tenía una terraza increíble que da a la cúpula del Convento de San Francisco y visualmente parece la continuación de la terraza.
Bien.
Miro. A derecha. A izquierda. Gente linda. Joven Guita. Mucha guita. Al toque medite: acá debe haber más de 8 personas que si secuestras ahora mismo antes de la madrugada su familia tiene la liquides suficiente para pagar un millón de dolares.
Para mantener a raya mi odio de clase me puse a beber. A robarle de los vasos de los conocidos ya que ponerse en pedo ahí era más caro que los libros más caros que vendo en mi librería.
Empezaron a pasar los minutos. Y el contraste entre la calle y esa terraza era brutal. No se si me entendés. Abajo pibitos de 10 años vendiendo droga y cartoneros revolviendo basura y tipos durmiendo en portales y ex soldados cenando en una choza y arriba a poco mas de 40 o 50 metros todo risas y vino del mejor y juventud y guita mucha guita. Me sentía como el personaje alemán de Dyango de Tarantino cuando están cerrando la compra de la negra y él mientras tocan Beethoven no puede dejar de ver en su cabeza al negro que Di Caprio ordenó que se lo comieran los perros porque ya no servia para una mierda. Algo así era mi malestar. Todos estos forros de la terraza eran Di Caprios y sus familias no dudo que pueden ser tan crueles como él en esa película de Tarantino. Además ese contraste entre la ciudad rica y la miserable, entre las vidas bellas y las vidas horribles y todo tan cerca y tan lejos y tan normal me hacía acordar a las novelas de Philip K. Dick o Ballard o Ellroy.
La cosa que me quede un rato ahí escuchando a mi conocido que toca música electrónica que no entiendo ni me gusta y luego sin lograr emborracharme, lo cual solo hizo que me pusiera a estudiar con ojo clínico a esa gente y sus ropas y sus gestos y palabras, me fui a dormir. Ah, en el lugar si bien había mucha gente puesta en la terraza si prendías un porro venia un patovica de seguridad y te pedía que lo apagues. Y otra cosa que me llamo la atención era un pibe en silla de ruedas, que apenas lo registre no le perdí mirada ya que razone que si un paralitico en silla de ruedas esta en una fiesta exclusiva en un cuarto piso de una fiesta re re re copaaaaada solo puede ser un pibe de guita. No lo se. Pero todo el mundo lo trataba con mucho servilismo y en un momento dado se le acerco un putito de anteojos con pollera escosesa y le dio un paquetito, luego de lo cual el paralitico le pregunto cuánto le debía y el homosexual pollerudo le dijo que nada. Ahí me dije si me llevara a esta silla de rueda fijo que le podría sacar un montón de verdes a su familia.
Luego me fui y cuando pase por la esquina ahí estaban los pibitos dealeando parados en el medio de la calle. Mire al de 16 a los ojos y me miro y lo salude.
Pero acá viene el remate de por qué te cuento todo esto.
Yo durante esos días de febrero estaba puteando porque el forro de Antonio de La Rúa, el ex de Yaquira, el pibe lindo que perteneció al grupo Sushi y fue parte de un Gobierno que sembró la Plaza de Mayo de cadáveres un diciembre de 2001 y consiguió abolir la moneda nacional, ese mismo forro, había declarado para Revista Gente que quería que su hijo naciera en Punta del Este. Que ese forro pueda decir eso me enferma, porque eso quiere decir que el jamás va a pagar nada de todo el dolor que causo.
Bueno. Viste que cuando llegue a la fiesta te dije que relojié el lugar y pensé que ahí había por lo menos 8 personas que si las secuestrabas te ganabas un millón de dolares blue en un par de horas (obviamente todo esto de los secuestros es imaginación producto de mi odio de clases y no de ninguna militancia criminal que practique o me interese practicar), ok, en la fiesta estaba Antonio de La Rúa y la hija de Macri, de Macri el que esta en China, el demonio de Papá Macri. ¡Y no los vi! La puta que los parió. Bueno, te lo digo ahora y acá. Antonio andate a la puta madre que te pario y te recitaría el poema con el que Primo Levi habré Si esto es un hombre, pero como es al pedo, solo te deseo lo peor, que es lo que Primo Levi le desea a tipos como vos en su poema: que tu casa se derrumbe, la enfermedad te imposibilite, tus descendientes te den vuelta la cara.
LOS PICHICIEGOS – FOGWILL -II-
las malvinas son argentinas
la plaza de mayo es británica
maradona es un negro de mierda
y tu corazón apesta

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LOS PICHICIEGOS – FOGWILL -III-
Solo le pido a Dios
La historia que me contaron es la siguiente.
León Gieco escribió “Solo le pido a Diós” en contra de la Guerra de Malvinas.
La canción se volvió un hit. Un golazo como el de Diego a los Ingleses. Cobro un montón de guita. Y la canción en el intercambio paso de ser una bandera de un barco corsario a convertirse en un buque mercante.
Esto lo destrozo a León Gieco y se encerro a tomar merca y a destruirse para escapar del dolor horrible de un mundo asqueroso.
Esta historia se la escuhe contar en la radio un mediodía o una noche cualquiera de hace años no recuerdo a quién ni en qué radio.
En todo caso, el relato es verosímil.

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LOS PICHICIEGOS – FOGWILL -III-
Parte de la religión
Una flor
Una cruz
Un sol
Una moneda
Un pozo en la arena
Un resplandor
Un fulgor
Quizá
Simplemente
Algo
Que se parece
A mi corazón
Cuando lo veo
Reflejado
En tus
Ojos

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